Hacerse un nombre

Hacerse un nombre es complicado. “¿Arsène qué?”, se preguntaban los hinchas del Arsenal londinense cuando su club decidió contratar en 1996 a aquel entrenador francés. Venía de entrenar en Japón —en donde aprendió lo que es la determinación: los nipones tenían un plan a 100 años vista para convertirse en una potencia futbolística—. Antes, había firmado una notable trayectoria en el Mónaco, con Liga y Copa incluidas. No era, a priori, un bagaje suficiente para ser el tercer entrenador extranjero de la Premier. 22 años, 17 títulos y 1.235 partidos después es bastante probable que cualquier seguidor gunner se sepa perfectamente el nombre del entrenador francés. Y que no conozca a otro Arsène que no sea el que se apellida Wenger.

Arsène Wenger, La filosofía de un líder (Córner), es el libro de memorias escrito por el técnico. Es un manual sobre fútbol, pero tiene también cierto aire de guía para la gestión del liderazgo. Con un toque místico —arranca citando a Spinoza y a Malraux—, Wenger recorre su trayectoria desde sus orígenes en Alsacia hasta su actual posición en la FIFA como Director de desarrollo mundial del fútbol. Muchas horas de estudio —economista de formación, lo apodaban el profesor—, audacia, pasión, constancia y una vocación a explorar el alma humana sazonan la carrera de Wenger.

“Lo que me interesa es el juego y los hombres, los momentos de gracia que el fútbol ofrece a quienes lo aman y se lo dan todo. Los partidos ganados son recuerdos valiosos, mientras que los perdidos, los que temo revivir, me siguen obsesionando años después. ¿Qué tenía que haber hecho? ¿Qué ocurrió? Mi vida entera osciló entre el amor a la victoria y el desprecio a la derrota. Soy un hombre apasionado, y mi pasión no se apaga”. Quizá ahí este el secreto para darle sentido a la vida de un nombre.

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