Zidane no se va ni a palos
¿Por qué no nos relajamos y dejamos que se vaya cuando le dé la gana? Al fin y al cabo, se trata de una excelente compañía


Creer o no creer
Es imposible ser Messi y no desarrollar una personalidad compleja. Va en el mismo paquete que la genialidad. Pero a pesar del disfraz de superhéroe que lleva puesto desde hace 15 años, Leo sigue necesitando de los demás: de un amigo como Suárez, de un club que lo proteja, de un enemigo como Cristiano… De todo ese desamparo adolece ahora su juego. Sin pasión, hasta la genialidad parece poca cosa. En cambio, Cristiano se instaló en la gloria acompañado de su yo mayúsculo y, para no abandonar ese lugar, desarrolló una estrategia. Aprendió que la gloria vive en la portería y que las estadísticas son más creíbles que las opiniones. Su reino se sostiene con goles y los busca con tanta desesperación que le cuesta gritar los de sus compañeros y, si se presenta la ocasión, hasta les roba alguno. Cuando el ego alcanza esa rentabilidad, se llama egol.
Cómo pasa el tiempo
Los artículos pequeños suelen cometer injusticias porque no le caben los matices. ¿Cómo pude explicar a Cristiano de un modo tan cicatero? El ego es su motor de propulsión, pero hablamos de un fenómeno de categoría mundial que ocupa un lugar de honor entre los futbolistas de todos los tiempos. De hecho, el Barça-Juve tuvo el atractivo del reencuentro entre dos leyendas. Pero todo estaba envuelto en un halo otoñal, como de melancolía: hacía frío, no había gente, a Leo no le entraba ninguna, Cristiano gritaba sus penaltis como si hubiera coronado una jugada gloriosa… Cada vez que aparecían en la pantalla uno sentía el paso del tiempo, y así no hay dios que pueda disfrutar de un partido. Messi fue el mejor y Cristiano marcó dos goles, pero el contraste entre los viejos y los nuevos tiempos fue un poco descorazonador.
¿De qué tiempo me hablan?
Si esas luces que iluminaron el fútbol durante tanto tiempo se van apagando, otras se encienden. En términos artísticos ninguna más deslumbrante que la de Neymar. Tiene a su lado el talento brutal de Mbappé y asoma por ahí una máquina de marcar goles llamada Haaland, pero Neymar es otra cosa. Recibió cerca del área, levemente volcado hacia la izquierda y de espaldas al arco. Giró y vio una mole con las piernas abiertas… El caño fue de época. El siguiente toque fue con el interior del pie derecho buscando el segundo palo para clavarla arriba. Imparable. A veces un talento descomunal cabe en un solo segundo, en el que se puede apreciar la capacidad para ver cerca y lejos, para ser fino y contundente, útil y bello. Para que el fútbol siga siendo el lugar perfecto para perder de vista el paso del tiempo.
En fin…
Hay gente que no se va ni a palos. Uno los acompaña hasta la puerta y le dice cosas como “bueno…” o “en fin…”, pero ellos no se dan por aludidos y siempre encuentran una razón para quedarse un poco más. En ese grupo está y no está Zidane. Está, porque hay gente impaciente que lo acompaña hasta la puerta una y otra vez; no está porque son los jugadores, y también los aficionados, los que le impiden irse. Los jugadores son sus soldados y se han cansado de demostrarlo. Y los aficionados estiman su pasado, su talante, su sabiduría demodé. No es la primera vez que ocurre. Cuando se empieza a oír “bueno…” o “en fin”, el madridismo sale a respaldarlo en las encuestas y los jugadores se ponen a correr como si no hubiera mañana. ¿Por qué no nos relajamos y dejamos que se vaya cuando le dé la gana? Al fin y al cabo, se trata de una excelente compañía.
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