Galacticadas
De alguna forma la Champions eclipsó el galactismo, la religión que permite comprar una estrella al año aunque haya siete jugadores en su posición


En épocas más lisérgicas e inconscientes de su historia el Real Madrid podía llegar a celebrar un fichaje cada año. Aquella era la mejor metadona de un club enganchado físicamente a los títulos. No hay que tener mucha memoria: se desmentía el interés por el jugador de moda, se negaba haber pagado una cantidad desorbitada por él y se contradecía la versión de que el chico no se adaptaba a Madrid. Eran veranos en los que una señal televisiva emitía 24 horas lo que ocurría en el yate del presidente. Dependiendo de cómo estuviese la actualidad, el club aceleraba o retrasaba los fichajes para mantener tensión en la escaleta. Finalmente, se citaba a la afición en el Bernabéu y se le entregaba a un estadio hasta la bandera a la mayor figura del momento. Decenas de miles de personas coreaban un nombre, festejaban y bajaban el paseo de La Habana con la nueva camiseta puesta, llenas las ilusiones. Cuando empezaba la Liga ya estábamos cansados de tanto fútbol.
En ciertos deportes es más cara la expectativa que el triunfo. La expectativa cuesta muchísimo dinero, como cualquier víspera. Aquella edad de oro del fichaje acabó abruptamente en 2014, cuando el Madrid, contra pronóstico, ganó una Copa de Europa después de doce años. Habíamos celebrado tantos fichajes que se nos olvidó para qué eran. Se presentó entonces a James, pero el bajón fue perceptible en el ánimo del aficionado cenizo, ese chaval que deambula por el madridismo archivando fracasos para enmarcarlos y olvidando éxitos o, peor aún, culpándolos a la suerte. De alguna forma la Champions eclipsó el galactismo, la religión que permite comprar una estrella al año aunque haya siete jugadores en su posición; de esta forma el Madrid adelantó el horario: se festejaba en primavera lo que antes se festejaba en verano, cuando no había competición. Se había permitido acoplarse a una plantilla refundada en 2009 y cinco años después, en una semifinal ante la bestia negra entrenada por la bestia negrísima, el Madrid humilló al Bayern en Alemania y dio por inaugurada una insólita tiranía europea. La consecuencia, vista la plantilla, fue poner a descansar el talonario: cuesta más trabajo y más dinero encontrar la salida de la depresión que de la alegría.
La conocida insatisfacción madridista, tantas veces orgullosa, se vuelve ridícula en ciertas situaciones. El Madrid necesita reforzarse más que reinventarse. Tres Champions después hay aficionados que hipotecan su felicidad por una presentación más, una dosis de aquello le aliviaba en la derrota y echa de menos, como nuevo rico, en la victoria. Y de todos los vicios, el de nuevo rico es el que el madridista nunca se puede permitir.
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