Özil, a placer
El mediapunta, a quien nadie pareció vigilar especialmente, vive su partido más cómodo de la temporada


Erguido como un tótem, envuelto en su abrigo de lana azul, de brazos cruzados, Fatih Terim frunció las cejas de rapaz y giró levemente el cuello. Fue el único gesto, tal vez de disgusto, del entrenador del Galatasaray ante el estrepitoso desorden de su defensa. Melo había regresado al trote y Özil le había ganado la espalda; los centrales habían achicado sin convicción; y el lateral diestro, Eboué, había subido para nunca más bajar, contemplando desde lejos el prolongado movimiento de desmarque que hizo Cristiano por la izquierda, anunciándose a gritos, en busca del pase. El pase de Özil, a quien nadie pareció vigilar especialmente, fue preciso. Cristiano recogió el balón, encaró a Kaya, lo superó como quien se va de un niño, y picó sobre la salida de Muslera. Sin embargo, los visitantes apenas se inmutaron. Ni antes ni después de encajar el 1-0. Todo siguió igual.
Los únicos turcos que se sobresaltaron en el Bernabéu fueron los más de 10.000 hinchas que poblaron el tercer anillo. Las voces unísonas modularon cánticos durante los 90 minutos. Con el 2-0, pasada la media hora de partido, encendieron simultáneamente ocho bengalas. La luz rojiza iluminó la visera del estadio. Resonaron los petardos y las bombas de humo cubrieron el aire de una bruma amarilla y roja. El carácter de los equipos turcos, a diferencia de sus hinchadas, es de una pavorosa serenidad. Así demuestran su valor. Jugando con calma. Atacando sin mirar atrás. Subiendo con todo. Con los dos laterales al mismo tiempo: Eboué por la derecha y Riera por la izquierda. Con Sneijder, con Inan, Con Drogba, con Yilmaz. Una multitud de apariencia indolente que se desplegó olvidándose de lo que ocurría cuando el Madrid les robaba la pelota. El escenario perfecto para Özil. Su partido más placentero de la temporada.
Los turcos exhibieron su valor con aplomo, con flema, descuidándose cada vez que perdieron la pelota. Ignorando las cosas mundanas de la táctica. Eso que tiene tan preocupado a Mourinho. Eso que, quizá, le llevó a poner a Essien en el lateral derecho, en sustitución de Arbeloa. Fue la decisión más imprevista del entrenador. ¿Por qué lo hizo? Según lo que se vio, para cerrar bien su banda. Para mirar más lo que hay a la espalda que lo que se presenta por delante. Más o menos lo mismo que hizo Coentrão al otro lado: nada de subir. Pura tensión. Pura devoción defensiva. Pura cautela. Así gestionó el Madrid las ventajas obtenidas con los goles. Presionando atrás y sin descomponer nunca la formación de seis marcadores por delante de Diego López. Un muro para el Galatasaray, que atacó con muchos pero solo exhibió su pegada desde fuera del área, y no demasiado. No les importó. No parecieron preocuparse.
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