El Valencia se desmelena
El conjunto de Quique se da una juerga a costa de un Cádiz generoso, pero blando en la defensa
Después de varios meses de represión, el Valencia se desmelenó en un partido primaveral, lleno de lujos, de goles, de alegría. Tan serio durante todo el curso, tan riguroso atrás y tan tímido adelante, el cuadro de Quique necesitaba una juerga como ésta. Salir de fiesta. Aunque fuera a costa de descuidar su defensa, de encajar tres goles a balón parado, los que más duelen a los entrenadores. Poco importa. Lo necesitaba. Una tarde de excesos para darse cuenta de varias cosas. Primero: el fútbol también pertenece a los aficionados. Segundo: el Valencia tiene muchos más recursos ofensivos de los que había mostrado hasta ahora. Y tercero: bastaba tirar el equipo 20 metros más adelante para librarse de esa obsesión defensiva que le había llevado a un callejón sin salida.
Bastaba que los jugadores se sintieran por fin autorizados para buscar la goleada redentora. Regueiro, como acompañante de Villa, abrió espacios con su movilidad para que los aprovecharan los de la segunda línea, Aimar y Angulo. Y hubo varios goles estupendos. Más en la preparación que en la finalización. En el segundo, el pase de Aimar: tocó la pelota de primeras, en el aire, y dejó una autopista para que marcara Angulo. En el cuarto, Baraja se fue de un defensa dentro del área con un autopase elegantísimo y le regaló el gol a Villa. El quinto fue una pared de tiralíneas entre Aimar y Regueiro que acabó de rematar Villa. Y tampoco le faltó belleza al tercero del Cádiz, un disparo de falta de Sesma que burló a a la defensa y a Cañizares, que no es poca cosa.
El Cádiz contribuyó a que su rival encontrara todo lo que buscaba: fue blando en defensa y generoso en ataque. Trató de responder con las mismas armas. Las delanteras se impusieron exageradamente a las defensas. Resultado: un divertimento ligero para un público versado en el sufrimiento. Territorio fértil, por tanto, para Villa, Aimar y Jonathan Sesma. También para Angulo, que fue por fin ese jugador de antaño: punzante, eficaz, trabajador. Se retiró ovacionado. Una novedad para alguien habituado a cargar con las iras de los aficionados. Muchas veces con razón, sobre todo tras un episodio reciente en el que dejó a su equipo con 10, ante el Villarreal, por una entrada absurda que le costó la expulsión. Su impecable actuación fue una manera de pedir perdón. La fiesta valencianista la completó la reaparición de Edu después de una terrible lesión de rodilla. Y, aunque sin ritmo, apuntó detalles de la clase que se le adivina en la zurda y en el estilo, tan brasileño.
Tan contento estaba Mestalla que ovacionó hasta a Oli, que entró en el último tramo. Y se enfadó muchísimo con sus ultras cuando éstos insultaron a los gaditanos. ¡Qué manera de ensuciar la fiesta! El partido terminó con la enésima ocasión de Regueiro, el público aplaudió a ambos equipos y éstos se abrazaron en el centro del campo, orgullosos de haberse desmelenado.

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