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Obituario
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Diane Keaton: cómica, dramática, chaplinesca

La actriz fue inquieta, graciosa, inaprensible, siempre ella de dentro hacia afuera, defendiendo el sentido auténtico de un estilo basado en vivir y vestir como quieras

Elvira Lindo

No habría alcanzado La Strada su categoría de obra de arte si Fellini no hubiera contado con Giulietta Masina para su Gelsomina, ni Annie Hall sería el personaje icónico que es sin la interpretación de Diane Keaton. Tuvo Woody Allen el indudable talento, deudor de algunas enseñanzas del maestro italiano, de elegir a la actriz exacta para encarnar a aquella mujer urbana poseedora de un estilo de estudiada negligencia que renovó el sentido de la palabra sexy, librándola del tópico corsé de lo curvilíneo para representar a una chica que, sin intimidar, estaba llena de gracia. Decía Meryl Streep, cuando le entregó el premio a la carrera en el American Film Institute, que siendo Diane Keaton la persona más oculta por la ropa de la historia de la moda era al mismo tiempo una mujer transparente: “No existe actriz más expuesta, menos a la defensiva y más dispuesta siempre a ser quien es desde dentro hacia afuera que Diane”.

Cuando Keaton le preguntó a Allen cómo la iban a vestir para Annie Hall, Allen le respondió: “quiero que vayas exactamente así, como tú eres”. Hoy es difícil explicar el impacto que su peculiar presencia tuvo en nuestras vidas. Si a los hombres les gustaba, a las mujeres nos voló la cabeza. La rareza de Keaton en el universo del cine americano consistía en que su atractivo, desde dentro hacia afuera, denotaba inteligencia, chispa, ironía. Era de la escuela de Charlot, así vestía, así se movía, así ofrecía una personalidad rebelde y sin amargura que conquistaba el corazón del público.

Viendo hoy Annie Hall sorprende observar cómo la protagonista habla muy poco en comparación con la verborrea de Alvy, el personaje de Allen. Cualquier otra podría haber sucumbido ante esa desigualdad tan notoria en los diálogos, pero Keaton hizo magia. Se mostraba tan segura de sí misma, a pesar de las consabidas neurosis, que acababa por ofrecernos el impagable espectáculo de ver cómo mira una mujer irónica a un hombre que habla demasiado. Esa vuelta de tuerca solo podía conseguirlo alguien como ella, porque en algunas imitaciones woodyallenescas que se filmaron en España el resultado era irritante: un hombre sabelotodo hablaba sin freno mientras la chica, a veces en tetas, soportaba la matraca.

Diane Keaton se nos convirtió en un referente, esa palabra tan manida, pero sin pretensiones de serlo; de su carácter, todos los colegas que la está despidiendo destacan una modestia que le hacía poner en duda su talento como actriz y contrarrestar los piropos que recibía echando mano siempre de una fina autocrítica. No se gustó en El Padrino, no se veía adecuada desde la lectura del guion, ni tampoco cuando se encontró encorsetada en los vestidos de los años cuarenta. Sin embargo, fue capaz de hacernos percibir cómo se siente una mujer atrapada en el círculo de un hombre violento.

Dicen que es más fácil para una actriz cómica viajar al lado sombrío de la vida que al contrario; Keaton es una prueba de ello. Nos provoca risa, que es en mi opinión lo más difícil, pero como las grandes cómicas tiene la capacidad de emocionarnos. Siempre me ha sorprendido que una de sus películas más importantes, Buscando a Mr. Goodbar, haya sido tan difícil de encontrar. Por fortuna, ahora puede verse en Filmin. Keaton da vida a una maestra de escuela infantil que por las noches visita un bar de barrio donde liga con desconocidos a los que sube a casa. Sin desvelar el final, con la esperanza de que alguien se anime a exhibirla, diré que por esta historia estremecedora basada en un hecho real estuvo a punto de ganar el Oscar, pero el embrujo de Annie Hall arrasó con todo.

Tan singularmente joven era Keaton que nos ha sorprendido que se muriera. Cómica, dramática, chaplinesca, en la estela de quienes dicen tanto con el cuerpo como con el habla. Un colibrí, dijo Streep, el pajarillo que mira a un lado, luego a otro, inquieta, graciosa, inaprensible, siempre ella de dentro hacia afuera, defendiendo el sentido auténtico de un estilo basado, según sus palabras, en vivir y vestir como quieras, amar libremente, ser dueña de tus decisiones y que luego te dé igual lo que piensen los demás. Dio mucho que hablar a la prensa del corazón porque por sus brazos pasaron Al Pacino, Allen, Warren Beatty. Plena de atractivo, de encanto, poseedora del desparpajo del que solo una mujer extravagante puede hacer gala hace no mucho felicitó en un San Valentín a todos los hombres a los que la industria había pagado por besarla. Eso es arte.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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