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Pablo Picasso y Miquel Barceló, artistas del neolítico

El Museo Picasso de Málaga externaliza en Almería una exposición de alto contenido poético en la que la obra en cerámica de los dos maestros se integra con las piezas arqueológicas de la pinacoteca almeriense

Durante los peores días de la pandemia, en pleno confinamiento, el artista mallorquín Miquel Barceló y el coleccionista y nieto de Pablo Ruiz Picasso, Bernard (patrono del Museo Picasso de Málaga), hablaron a diario durante una hora. Así durante cincuenta días. “Somos muy amigos y la idea era conversar en torno al arte, pero de ahí pasamos a hablar de la familia, o a analizar la situación del mundo…. Hasta que llegamos a cosas remotas, de cuevas y objetos prehistóricos, esculturas votivas, que a mí me interesan tanto. Y llegamos a establecer espléndidas cartografías, no de un lugar a otro, pero sí de una obra de arte a otra”, explica a vuela pluma, “sin haber preparado nada”, Miquel Barceló: “Hacer esta exposición fue un paso más en esta conversación. Como si vas al dentista y el diente se te cae solo”, cuenta con su particular sonrisa de niño travieso. Se refiere el celebérrimo artista balear a la exposición Reflejos. Picasso x Barceló, un proyecto externalizado del Museo Picasso de Málaga que se inauguró este martes en el Museo Arqueológico de Almería para confrontar la dedicación quizás más íntima de ambos creadores: la cerámica.

Y es que, cuando Miquel Barceló se mira en la cerámica de Picasso, ambos artistas tan universales pero a la vez tan mediterráneos, siente a veces “un deja vù”: “Esto que es de Picasso, podría haberlo hecho yo”, sostiene a medio camino entre la franqueza y la perplejidad. Pero no le llamen apropiacionismo ni arrogancia, más bien al contrario. La cerámica es para el artista mallorquín un hecho tan ancestral, tan apegado a la tierra y tan matérico que, teniendo delante una vasija del Neolítico de un Museo Arqueológico junto con otras composiciones contemporáneas, “podría pensarse que es del mismo artista, las que hago yo o las que se hicieron hace mil años, porque las hacemos con la misma intención, con las mismas manos, con el mismo impulso, es algo tan natural como defecar o amar. Aquí no vale de nada la inteligencia artificial”, explicó este martes mientras paseaba por una exposición absolutamente única, donde Barceló, con su montaje poéticamente desordenado, ha intercalado sus esculturas y las de Picasso con otras propias de la colección del Museo Arqueológico de Almería.

Tuvo que ser una fiesta para Barceló, y una taquicardia para el personal museístico, poder entrar en los almacenes del Museo de Almería apenas 24 horas antes de la inauguración de la exposición, para ir, intuitivamente, seleccionando piezas arqueológicas para mezclarlas con las del maestro malagueño y las suyas propias. “Había que dejar un espacio para la experimentación, que se ha hecho en el último momento, media hora más de creatividad”, arañaba Barceló, siempre pícaro en su sonrisa: “Bueno, la gente del museo va viendo que no rompes nada y te dejan hacer”, bromeaba.

El resultado es una poética visión de la historia del arte, una exposición arqueológica de artistas contemporáneos, bella paradoja, que desacraliza a los grandes maestros para ponerlos a la altura del hombre del Neolítico. Con un punto burlón y otro filósofo, Barceló ha mezclado, por ejemplo, en una misma obra, piezas suyas, otras prehistóricas y alguna de Picasso, “que desembocan en una tercera obra completamente distinta”. Así, en una enorme mesa donde se han dispuesto bellísimas esculturas como caídas del cielo, o como echadas a los dados, el visitante se desconcierta -ante la ausencia también de cartelas identificativas- por no saber qué obra es de cada cual.

“Sí, sí, la idea es que todo sea como anónimo, como cuando se abre un yacimiento arqueológico y se encuentra un tesoro que podría ser de un solo hombre o de un colectivo. Aquí hay piezas que tienen 6.000 años y se hicieron en esta tierra de Almería con otra de Mallorca que he hecho yo hace seis años. Si hubiera una erupción volcánica ahora mismo como en Pompeya y nos abrieran años después, me gustaría pensar que todos creen que esto es de un solo artista”, sostiene, divertido.

Primeras manifestaciones alfareras

No es casual que Reflejos. Picasso x Barceló se haya concebido como un proyecto expositivo para Almería, a pesar de tener el sello del Museo Picasso de Málaga: “La colección cerámica del museo de esta ciudad es una de las más ricas del sureste peninsular, tanto por la diversidad de técnicas como por la amplitud cronológica, desde las primeras manifestaciones alfareras del Neolítico hasta las producciones contemporáneas que todavía se elaboran en la provincia”, explica la directora del centro museístico, Tania Fábrega. Lo corroboraba el propio Barceló: “Me lo he pasado muy bien aquí dentro”.

La exposición, comisariada por Miguel López-Remiro, director artístico del Museo Picasso Málaga; Tania Fábrega, directora del Museo de Almeria; y Laura Esparragosa, directora del Museo de Cádiz, se puede visitar hasta el 15 de marzo de 2026, pero tendrá una segunda parada en la capital gaditana, justo a continuación de la clausura en Almería, donde tanto Bernard Ruiz-Picasso como Miquel Barceló tendrán la oportunidad de poder empezar casi de nuevo, escudriñando los fondos del Museo Provincial de Cádiz para confrontarlos con las piezas de los dos grandes maestros, del siglo XX y XXI respectivamente. “Haremos la misma línea de continuación, porque dos o tres mil años en la historia de la humanidad no es tanto, no hay distancia entre ellos, y muchísimo menos entre Picasso y Barceló”, sostiene Bernard.

En concreto, para Picasso, la cerámica se convirtió en un laboratorio esencial de ideas tras la Segunda Guerra Mundial. En Vallauris, una localidad de los Alpes marítimos en Francia, descubrió en el barro un medio dúctil que le permitía unir pintura, escultura y objeto, transformando platos, jarras y vasijas en cuerpos humanos, seres mitológicos o escenas cotidianas, y enlazando con las tradiciones alfareras de Andalucía y el Mediterráneo. Barceló, por su parte, llegó a la cerámica en los años noventa del siglo XX, durante su estancia en Malí. Allí aprendió técnicas ancestrales de la comunidad dogón y convirtió un accidente en revelación: la cerámica se convirtió en un territorio de exploración donde lo ritual, lo corporal y lo experimental confluyen. Sus piezas llevan inscritas las huellas del proceso físico, convirtiéndose en superficies vivas que conservan la energía del instante.

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