Rafael de Julia: “La anorexia es el toro más difícil de mi vida”
El torero, de 46 años, lleva seis meses en tratamiento por un trastorno alimentario que casi le cuesta la vida y lo ha apartado de los ruedos y de su puesto de profesor en la escuela de tauromaquia de Madrid. Solo piensa en volver.


El 23 de marzo de 2025, Rafael de Julia salió vivo de milagro de la corrida inaugural de la temporada de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid después de matar no sabe ni cómo los dos toros que le tocaron en suerte. No es una metáfora. La anorexia que le fue diagnosticada días más tarde, cuando accedió por fin a recibir ayuda, lo tenía al borde de la muerte, según le dijeron los médicos. Han pasado casi nueve meses, pero hay procesos que requieren más tiempo que una gestación y De Julia anda aún en el camino de su recuperación. Cita en Loeches, el pequeño pueblo madrileño donde vive, cerca de la populosa Torrejón de Ardoz, donde creció y, donde, a los 6 años, se puso por primera vez delante de una becerra. Hablamos en un café, desierto a esas horas, donde le conocen y tratan con callada deferencia y respeto. El animoso ambiente navideño que reina fuera choca con la profunda tristeza de sus ojos.
¿Cómo recuerda aquella corrida?
Estaba en un estado de desolación brutal. Aterrado. No por el toro, sino por mi situación. Desubicado. Solo. Congelado de frío. No era persona. Eso, en Madrid, con 20.000 espectadores en las gradas, con una ganadería dura. Defenderme del toro, matar la corrida fue un esfuerzo sobrehumano. Solo pedía a Dios poder volver a casa con mi mujer y con mi hija y olvidarme de todo. De todo. Luego, los médicos me lo explicaron. Mido 1,80 y no llegaba a los 50 kilos. Tenía poquísimas pulsaciones. Se me podía haber parado el corazón en cualquier momento. Fue un milagro que saliera vivo. Es un milagro que siga vivo.
¿Cómo había llegado a ese estado?
Yo empecé a torear muy joven, y lo había dejado en 2013. Por motivos personales y de ilusión, de querer retomar mi sueño, volví a torear en 2020 y dos veces en 2022, con la idea de darme esa nueva y última oportunidad. Yo tenía mi vida, mi familia, era profesor en la escuela de tauromaquia, pero había dentro de mí un rescoldo de una hoguera que nunca se ha apagado. Me preparé a muerte. Empecé a entrenar con una disciplina férrea, como si estuviera preparando unas olimpiadas, pero, en vez de con 20, con 45, con la fe ciega de que ese esfuerzo iba a tener recompensa. Y, entonces, hago una buena faena en Chinchón (Madrid).
Y se gusta.
Y lo disfruto, y lo saboreo, y me hace feliz. Y los acontecimientos empiezan a darme la razón. Y doy el 100%. Entrenando horas y horas. Nada de grasa, nada de bollería, nada de alcohol, nada de nada. Comiendo lo justo para mantenerme en pie. Y, así, consigo hacer las actuaciones más importantes de mi carrera. Tengo como dos voces en mi interior. Una, la que me cuida, la que me dice que tengo que alimentarme bien, entrenar con calidad, dosificarme. Y otra, la que me dice que para conseguir lo que quiero tengo que hacer lo que nadie hace. Y esa voz va ganando a la otra, y aumenta mi autoexigencia, y mi presión, y se apodera de mí hasta el punto de dominarme. Hasta que llega aquella tarde y dejé hasta de oír esa voz. No tenía fuerza ni para mantenerme en pie.
¿Cómo empieza su tratamiento?
Al salir de la plaza me entrego absolutamente a los míos, y a los médicos. Me sorprendió que no se sorprendieran de recibir a un hombre como yo, un torero, con 45 años. Me dijeron que llegaba en un estado crítico. Me abrí del todo con ellos. Las primeras semanas estoy como en una nube. Ni siquiera era consciente de lo que había pasado, pero, sobre todo, lo que estaba por venir. Necesitaba calmarme. Había sometido a mi cuerpo y a mi mente a una exigencia tan brutal que necesitaba descanso. Pero, cuando eso va llegando, empieza lo verdaderamente complicado. Plantearte cómo salgo de aquí, cómo le doy sentido a mi vida, qué repercusiones ha tenido lo que me ha pasado en mí y en los míos. Son preguntas sin respuesta: te cargas de ansiedad y de pensamientos negativos. Lo realmente difícil, al menos en mi caso, es que entras en un estado depresivo en el que no ves motivos para seguir. Me asustó ver en el hospital a personas realmente destruidas. Eso me dio muchísimo más miedo que cualquier toro y creo que me hizo reaccionar.
¿Cómo se encuentra ahora?
Más estable. Físicamente, ya no estoy en zona de riesgo, pero tampoco estoy al 100%. No me dejan ver el peso cuando voy a consulta, pero debo de andar rozando los 60 kilos. Lo del peso es casi lo de menos. Emocionalmente, estoy con más fuerza, porque ha habido momentos muy críticos. No quiero caer en el victimismo, pero si no encuentras motivos para seguir, la cosa se pone fea. Estoy en el camino.
Tiene una esposa, una hija pequeña, a su madre, a sus hermanos. ¿Cómo puede ayudar la familia y los amigos a una persona en sus circunstancias?
Es una pregunta muy complicada. Es muy difícil poder ayudar, mucho. No vale decir ‘come’. Ojalá. Entiendo que personas más jóvenes, niños, adolescentes, puedan mentir, decir que han comido y no hacerlo, porque sé muy bien lo que es para ellos hacerlo sin querer. Yo no. Tengo 46 años, no es lo mismo. Aunque mi mente no esté bien, es una mente madura. Entonces, yo pido no tanto que me ayuden, sino que no me mortifiquen. Lo fundamental es que pase el tiempo, como una lluvia fina, y en esto no hay tiempos. Necesito un entorno que no me marque, que me trasmita tranquilidad. Pido comprensión, cariño, paciencia y, a mí mismo me pido poder encontrar un motivo de ilusión en tu vida. Sigo en ello.
¿Qué sería para usted estar curado?
Mi idea es volver a torear. Entonces, mi bienestar lo encuentro en vivir como un torero, con la ilusión permanente de prepararme para torear. Sigo haciendo vida de torero. Vivo para el toro.
¿Qué es vivir para el toro?
Entrenar tu cuerpo, pero, sobre todo, tu mente, para el toro. Estudiar al toro, a ti, a evolucionar como torero. Prepararte para que afloren esos sentimientos que llevas dentro. Estar 24 horas pensando en el estudio de tu profesión.
Pero usted es maestro en una escuela de tauromaquia, se supone que lo sabe todo.
Todo no se sabe nunca. Yo me puse delante de mi primer toro a los 6 años. Mis padres tenían un bar como este donde estamos. Lleno de fotos de toreros, he vivido la afición desde pequeño. Cuarenta años después de ponerme delante de mi primera becerra, mi pasión, la llama de mi vida sigue siendo el toreo. He pasado distintas etapas, pero siempre alrededor del toro. He hecho mi familia, tengo una mujer y una hija a las que adoro, estoy en proceso de superar una enfermedad gravísima provocada por mi obsesión por el toreo. El toreo me ha llevado a ella y, si Dios quiere, lo que me va a hacer salir de ella.
O sea, que el toreo es su cielo y su infierno.
Esta enfermedad no deja de volver a reafirmarme que, hasta el día en que deje de existir, mi mente va a estar volcada en el toro. He intentado, he rogado enfocarme en otro lugar, en otro camino que me proporcionara ese bienestar personal. No he sido capaz.

Algunas personas hablan de su trastorno alimentario como una droga. Como una adicción sin sustancia.
Es que yo he odiado, pero he amado esa voz de la exigencia. El problema de esta enfermedad es que es en esa exigencia donde tú te encuentras bien, donde te encuentras feliz, porque controlas y eso te crea un bienestar increíble. Yo, estando impresionantemente débil, me he sentido un Quijote, un ser superior delante del toro, recibiéndolo a porta gayola. Ese bienestar te produce un enganche brutal porque, además, recibía buenas críticas como torero. El problema de esta enfermedad es que, del alcohol, te puedes quitar no bebiendo. Pero necesitas comer tres veces al día. Tienes que enfrentarte tres veces al día a la comida.
¿Cómo reaccionaron sus compañeros toreros cuando supieron de su enfermedad?
Muy cariñosos, muy comprensivos. Ellos no sabían nada. Me veían mal, pero es que ni yo le ponía nombre a lo que me pasaba. Ha habido gente que no se atrevía a llamarme y luego me ha pedido disculpas. He sentido un apoyo total, mucho ánimo y también cierta admiración por luchar contra esto. Me tomo esta entrevista como parte de mi recuperación, porque mi gran reto es volver. No tengo nada que demostrarme a mí mismo. He dado mi 100%, aunque no haya podido recoger los frutos. Pero necesisto este tiempo de descanso. No sé si ganaré al partido, pero estoy convencido de que, si vuelvo a torear, Dios lo quiera, voy a poder expresar cosas distintas delante del toro, porque, cuando una persona sufre tanto durante tanto tiempo, eso deja huella.
¿Qué sintió al ver a Morante de la Puebla, que ha hablado de su enfermedad mental, cortarse súbitamente la coleta?
Me emociono mucho. Muchísimo. Fue una tarde de una entrega absoluta y, cuando se desprendió la coleta en señal de retirada, sorprendió a todo el mundo. A mí, sinceramente no. Por muchos motivos. Vi a una persona totalmente desgarrada por dentro y ya no podía más. Morante torea al borde del abismo, con una entrega que traspasa la lógica y esa entrega no puede perdurar en el tiempo. Nos ha demostrado que, a pesar de no estar bien se puede torear mejor que nadie. El sufrimiento cuando es profundo te hace sentir el toreo de otra manera. Le deseo que en este tiempo de no torear encuentre la tranquilidad y el bienestar necesario para seguir adelante.
¿Cuánto valor requiere enfrentarse a la anorexia?
Esto es muchísimo más complicado que cualquier faena. La anorexia es el toro más difícil de mi vida. Mis 24 horas son para el toro. Mi cuerpo, mi mente, está al servicio de mi profesión, vivo por ello, me apasiona. Pero, cuando te viene una cosa como esta, no sabes cómo enfrentarte a ello. Los médicos te ayudan, pero hasta cierto punto, y hay momentos en los que sientes que no te están ayudando nada. Estás solo. Hay muchísima soledad, aunque tengas mucha gente alrededor. Yo, delante del toro, aunque a veces lo pase mal, me siento capaz. Pero esto es otra cosa y, a veces, siento que no voy a ser capaz de torear este toro. La soledad de la enfermedad es muchísimo más dura que estar solo delante del toro.
EL HIJO DE JULIA
Rafael Rodríguez Escribano (Madrid, 46 años) eligió llamarse Rafael de Julia en los carteles taurinos como homenaje a su madre, una mujer fuerte que sacó sola a sus hijos adelante. El niño Rafael creció al calor del bar de sus padres en la localidad madrileña de Torrejón de Ardoz, lleno de fotos de toreros, y rodeado de aficionados. A los 6 años se puso delante de su primera becerra y, de joven, inició una discreta carrera como torero, con éxito de crítica. En 2013 se retiró de los ruedos y se centró en su trabajo como profesor de la Escuela de Tauromaquia de Madrid. En 2022 volvió a intentar lograr sus sueños de vivir del toreo. Tras varias actuaciones meritorias, el pasado 23 de marzo de 2025 estaba, en teoría rozando el cielo. Formaba parte del cartel inaugural de la temporada taurina de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid. Pero la procesión iba por dentro. Su extrema delgadez y debilidad llamaron la atención del público, que no tenía ni idea del infierno por el que estaba atravesando el diestro. Casi no sale vivo del coso. Al día siguiente, aceptó ponerse en manos de los médicos y, desde entonces, está de baja y sigue un tratamiento en un hospital público de Madrid contra la anorexia nerviosa que le fue diagnosticada y que, sin saberlo, llevaba tiempo arrastrando. Considera esta entrevista parte de su recuperación. Está en el camino.
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