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La IA: ¿oportunidad o sentencia de muerte para el cine de animación?

Profesionales del sector, estudiantes y expertos analizan la irrupción de la inteligencia artificial en un sector en el que la tecnología es clave

Jorge Morla

Cada semana llega una noticia disruptiva con respecto al uso de inteligencia artificial y al futuro del cine de animación. OpenAI anunciaba en septiembre que está produciendo Critterz, la primera película de animación creada íntegramente por IA, con un presupuesto (en teoría) inferior a los treinta millones de dólares y un tiempo de producción de tres meses, una fracción de lo que exige un largometraje tradicional. Y la nueva herramienta de la compañía, Sora 2, permite generar vídeos a partir de texto con una fidelidad que ya imita el lenguaje cinematográfico: movimiento de cámara, sincronización de sonido, luz natural, atmósferas. Después, Disney+ anunciaba que prepara una función para crear vídeos con IA dentro de su plataforma. Y la última noticia que ha impactado en el sector se produjo hace apenas dos semanas, cuando las agencias informaban de la película El gran reinicio, del español Daniel H. Torrado y que, en teoría, será la primera con IA integrada estrenada en Hollywood.

El Weird Market, que se celebra anualmente Valencia, es el mercado internacional de animación y tecnología más importante de España y uno de los mejores lugares del mundo para preguntar sobre una de las cuestiones más candentes del sector cultural en la actualidad. Allí acudió EL PAÍS este octubre para tomar el pulso al sector de la animación en España. Los pasillos estaban repletos de estudiantes de bellas artes o animación (acudieron unos 500) con carpetas y portafolios, productores con acreditaciones al cuello y pantallas que no paraban de emitir cortometrajes en bucle —en la edición de este año se recibieron un total de 1.734 cortos animados desde 104 países—. Indefectiblemente, lo que más se repetía entre charlas y cafés era la misma pregunta: ¿qué haremos con la inteligencia artificial?

Mireia Pérez tiene 21 años y estudia cuarto curso de Diseño de Arte Digital y Animación en el Centre de la Imaginació de Terrassa. Es especialista en storyboard y arte 2D. Al Weird Market llegó buscando prácticas y salía satisfecha de su entrevista con las empresas reclutadoras. A su alrededor, nombres como Hampa, Wise Blue, El Ranchito o Keytoon y demás empresas de animación comparecían buscando nuevos talentos. “Cada vez hay más oportunidades”, concedía la joven, “pero el tema de la animación es muy visual, y eso es justo lo que más fácilmente puede imitar una IA. Da rabia ver cómo mucha gente se pone en contra de los artistas y a favor de algo que no es humano. Este ya es un mundo difícil, como para que venga un robot y te quite el puesto”. En clase, explica, les enseñan a usar la inteligencia artificial como herramienta, “pero la generativa, la que crea imágenes, nos da miedo”.

A su lado, André Gil, de 23 años, estudiante de Creanavarra y del Voxel School, tomaba el asunto con más distancia. “En lo creativo tendrá menos impacto, pero sí será un gran cambio en la producción y la organización. Es un producto de apoyo para tener ideas, hacer tests de color, prototipos rápidos”. En su escuela la emplean, confesaba, para hacer memes. Aarón Mayordas, de 21, especializado en animación 2D en la Lightbox Academy, se mostraba menos inquieto. “De momento no hay tanto impacto, seguimos teniendo oportunidades. No hay miedo, pero sí la sensación de que el negocio va a cambiar”. Su generación, explicaba, está acostumbrada a convivir con el cambio tecnológico, aunque se percibe cierta brecha generacional: “Algunos profesores son muy negativos, otros nos animan a adaptarnos. Pero en arte, la IA no me ayuda: lo importante sigue siendo la originalidad”.

“Reivindicar qué nos hace únicos”

Eva Ferrer, también de 21, estudiante de Bellas Artes en Granada, reflexionaba sobre las consecuencias éticas: “Al principio la IA me deprimió. Sentí que todo lo que había aprendido podía volverse inútil. Pero luego entendí que el problema no es la herramienta, sino la industria. Es inhumana, no valora al individuo. Tiene sentido que aparezca algo que la deshumaniza todavía más”. Su cuaderno, lleno de bocetos de personajes, está lleno de frases sobre las que luego reflexiona en su blog: “La IA es síntoma de una industria enferma. Pero también puede ser detonante de una nueva vanguardia, una forma de reivindicar lo que nos hace únicos”.

Sus reflexiones no son abstractas. Los grandes estudios japoneses —Studio Ghibli, Bandai Namco, Square Enix— han acusado a OpenAI de entrenar estos modelos con material protegido por derechos de autor. La propia Unión Europea trabaja contrarreloj en un marco de regulación que equilibre innovación y transparencia. Es normal que los estudiantes se sientan desubicados. Y, mientras los jóvenes buscaban un hueco en el Weird Market, los reclutadores observaban el debate con curiosidad.

Diego Herguera y Raquel Gálvez, de la productora donostiarra Sultana Films, asisten al Weird Market desde hace años. Este año, aseguraban, el nivel de los candidatos ha sido muy alto. “Los chicos tienen un perfil artístico muy definido y dominan las herramientas digitales”, explicaba Herguera. “Pero nos ha sorprendido la postura que tienen con respecto a la IA: hay un rechazo muy fuerte”. Gálvez añadía que ellos llevan “años experimentando con ella para ver qué puede hacer y qué no. Quizá a ellos les asusta más porque es su primera crisis, pero nosotros ya hemos vivido varias”, bromeaba. La industria de la animación “vive en la incertidumbre desde siempre”, recordaba Gálvez: “¿Qué pasará con la IA? No lo sabemos, pero nunca lo hemos sabido con nada. Y seguimos aquí”.

La decisión de crear

Nathalie Martínez, productora y presidenta de DIBOOS, la patronal de los estudios de animación en España, también asistió a Valencia para mantener una reunión con representantes institucionales españoles y europeos. “La IA es una herramienta, ni buena ni mala”, contaba. “Depende del uso que se le dé. Ha venido para quedarse y necesita un marco regulador”. Martínez lo tiene claro: la animación lleva décadas conviviendo con tecnologías que parecían amenazantes: la digitalización, el renderizado, el motion capture. “Llevamos años usando IA en los efectos, en los fotogramas intermedios o en los fondos. Pero ahora parece que cualquiera puede crear arte con una aplicación. Y no es así: el arte tiene propósito, misión, visión. Si la IA nos descarga de tareas repetitivas, perfecto, nos liberará para poner el talento humano donde es clave, que es en la generación de ideas. Porque la IA no decide crear. Nunca”.

La frontera legal es su mayor preocupación. “Los límites están desdibujados. Desde los noventa firmamos cesiones de derechos en formatos ‘existentes y futuros’. Lo hacíamos sin pensar, pero eso tiene consecuencias que estamos viendo ahora. Ahora mismo, las herramientas están en manos privadas, y si las regulamos en exceso, Europa corre el riesgo de quedarse atrás. Si no lo hacemos, dejamos el poder en manos de otros”, explicaba. “En los noventa hablábamos de la macdonalización. Después vino internet. Ahora, con la IA, el riesgo de homogeneización es extremo. Cuando le pido a una herramienta que genere una mujer tocando la guitarra en la playa, sé exactamente la imagen que me va a devolver. No hay manera de que cree una mujer de mediana edad o con sobrepeso. Está entrenada con un canon, con una mirada. Si dejamos que eso nos inunde, en tres años internet será un bucle de sí misma: la IA consumiendo lo que ella misma genera”. Por eso, su propuesta es concreta a nivel nacional: “Deberíamos entrenar modelos con nuestro propio patrimonio cultural. Que el Prado o la Filmoteca Nacional generen datasets públicos para que nuestra iconografía no se diluya, porque la IA debería aprender también de nuestro patrimonio”.

Martínez no cree en el catastrofismo. “Habrá un boom, pero luego un hartazgo. Los profesionales sufrimos un empacho de imágenes de IA, y a la gente de a pie le acabará pasando. Además, no todo lo que promete la IA se traduce en ahorro real”, comentaba. Y lanzaba su metáfora más repetida en el sector: “Video killed the radio star no paraba de sonar en los ochenta, pero no, el vídeo no mató a la radio, de la misma manera que la IA no va a matar a los artistas. Cambiará la forma de trabajar, sí: igual que dejamos el lienzo por la tableta, ahora aprenderemos a convivir con esta herramienta. Y de ahí nacerán nuevas vanguardias, estoy segura”.

La gran pregunta no solo flotaba en el ambiente del Weird Market. En despachos, en productoras, en plataformas y en escuelas el murmullo sobre la inteligencia artificial no cesa: es un zumbido constante, mezcla de miedo, fascinación y esperanza. La industria de la animación vive una tensión inédita entre el vértigo tecnológico y la reivindicación del gesto humano. Pero si algo está claro es que el futuro de la animación —como el de la propia imaginación— no se escribirá solo con algoritmos, sino con la obstinación de quienes siguen dibujando a mano un mundo que la máquina todavía no entiende.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Redactor de EL PAÍS que desde 2014 ha pasado por Babelia, Cultura o Internacional. Es experto en cultura digital y divulgador en radios, charlas y exposiciones. Licenciado en Periodismo por la Complutense y Máster de EL PAÍS. En 2023 publica ‘El siglo de los videojuegos’, y en 2024 recibe el premio Conetic por su labor como divulgador tecnológico.
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