Irene Escolar y Pablo Messiez se adentran sin red en el agujero de las adicciones
La intérprete y el director estrenan ‘Personas, lugares y cosas’, de Duncan Macmillan, en el teatro Español de Madrid


Si alguien pronuncia sencillamente Personas, lugares y cosas… resuenan tres términos ambiguos. Sin embargo, esa nebulosa trilogía de conceptos se concreta entre la esperanza y la desesperación en la obra de Ducan Macmillan que lleva ese título. Los espectadores lo podrán comprobar cuando se estrene a partir del 25 de noviembre en el teatro Español de Madrid, con Irene Escolar (Madrid, 37 años) como protagonista y Pablo Messiez (Buenos Aires, 51 años) en la dirección, al frente de un reparto formado por 10 intérpretes. Dos personas que desde hace tiempo querían confluir en lugares concretos —cualquier escenario— para hacer una cosa deseada desde hace tiempo: trabajar juntos.
Y lo acometen en un montaje complejo, a base de una producción que ha alzado la actriz con la complicidad de Eduardo Vasco como director del teatro Español en Madrid, para tratar la caída en el abismo de las adicciones. Lo hacen como base de lo que en realidad trata a fondo la obra: “El dolor”, asegura Messiez, “por qué nos lastimamos y hacemos también daño a los demás”.
Cuando Irene Escolar decidió adentrarse en la obra de Macmillan no tuvo duda a quién se la iba a enviar primero. Sabía que Messiez —dramaturgo, actor, director— trabaja con su propia gente desde hace años, pero no quería dejar de tentarlo. Él la había descubierto hace 15 años en la obra Rock ‘n’ Roll, de Tom Stoppard, en versión de Álex Rigola. “Siempre me pareció muy singular, extraordinaria”, dice el argentino. “Ahora me ha demostrado que sabe bien lo que quiere”.
Los ensayos han sido un proceso intenso. Messiez se muestra en cada indicación sabio a la hora de aplicar un método que mezcla exigencia con una extraordinaria delicadeza. Así ha llevado a todos hacia el lugar de una reconciliación necesaria en diversos órdenes de la vida. El día en que tomaron el espacio del escenario principal, un guirigay de excitaciones alteradas dejó paso a la armonía sin que apenas dijera dos cosas y jamás elevando el tono de voz. Sobre las tablas sin decorado fijo, confluían personajes desesperadamente iluminados con sanitarios estrictos y politoxicómanos al borde de la autodestrucción. Un coro sin fuerzas para cargar en la vida muchas más piedras de Sísifo pero que, inconscientemente, andan abiertos a la esperanza en el entorno que Macmillan plantea y el director crea con la ayuda de Max Glaenzel, como escenógrafo.

“Pablo nos ha ayudado mucho a cruzar al otro lado, desde el lugar del cariño y el rigor”, asegura Escolar. Algo que comparte también Sonia Almarcha, a quien le toca interpretar tres papeles distintos: “Te lleva a buen puerto y te hace sentir libre para que uno tome su propio rumbo”, asegura. Las dos trabajan por primera vez con él, como también lo hace Brays Efe: “Nos hace tomar conciencia de nuestros cuerpos para poblar el espacio que ocupamos de otra manera”, afirma el actor, muy familiarizado con la obra de Duncan Macmillan después de haber interpretado también el monólogo Las cosas extraordinarias.
Todos conforman un reparto donde destacan además Claudia Faci, Mónica Acevedo o Javier Ballesteros —que ya habían colaborado con Messiez— y Tomás del Estal, Daniel Jumillas, Blanca Javaloy, Manuel Egozkue o Josefina Gorostiza, también encargada de los entrenamientos físicos previos a los ensayos y fundamentales en el montaje. Ante cada uno, el director ha aplicado su método. Almarcha lo define como una permanente horizontalidad creativa sobre la que el director comparte sin cesar sus propias dudas. De ahí han salido auténticos hitos en la escena madrileña estos últimos años, como dos textos suyos que él mismo dirigió: Las canciones y La voluntad de creer o la extraordinaria colaboración que hizo con Alberto Conejero en La piedra oscura, entre otros títulos.

Se encontraba al frente de Los gestos, otra obra firmada por él, cuando Escolar le hizo la propuesta: “Me apeteció porque pasé de una obra que se deslizaba entre arenas movedizas a una que me parecía construida sobre territorio firme”, afirma. ¿Y cuál es la diferencia creativa en ambos casos? “Las obras de territorio firme son las que se consideran perfectas”, asegura Messiez. “Se arman con estructura sólida, funcionan como un reloj y tienden a crear sistemas cerrados. Las movedizas son imperfectas y de sistemas abiertos, donde no rige la ley planteamiento, nudo y desenlace. A mí me gustan ambas y en esta, además, el final es moralmente muy abierto, no impone nada”.
Lo que deduce, pocos pueden ponerlo en duda: “Hay un momento en que un personaje le dice a otro: sal fuera, no te lastimes tú y tampoco hagas daño a nadie. Ya está, en eso consiste todo, ¿no crees?”. Escolar lo comparte. Más después de haberse adentrado a fondo en el universo con agujeros negros de las adicciones para preparar su papel, el de una actriz en estado de derrumbe que decide adscribirse a un programa de rehabilitación: “He querido conocer a fondo esa espiral destructiva y aprender lo que puede ayudarte un proceso de escucha permanente, simplemente para reconocer profundamente al otro sosteniéndole la mirada y acompañarlo sin vergüenza, ni culpa, ni juicios”, afirma la intérprete.
También a saber que solos no podemos hacerlo. “Me han hecho reflexionar sobre la adicción en sentido general. Yo no sufro enganche a las drogas ni al alcohol, como la protagonista, pero sí me ha ayudado a comprender ciertos comportamientos de mi propia vida que se reflejan en patrones similares. La droga es un síntoma de otras cosas en las que te puedes ver reflejada”. Incluso duplicada, porque el espectador no acaba de distinguir si lo que ve es real o, como apunta Brays Efe, “sucede dentro de la cabeza de la protagonista”.
La obra le llegó hace varios años a Escolar. Compró los derechos, segura de que llegaría el momento de encarnar a Emma, la protagonista, pero decidió esperar. La audacia define a las grandes actrices, como ella. Pero la cautela, en ciertos momentos, aún más. “Simplemente, entonces no me sentí preparada para afrontar este personaje. Debía pasar por otras experiencias antes”, asegura. Prepararse y aprender mediante piezas de una intensidad extenuante, como Hermanas y Finlandia, por ejemplo, los dos trabajos que ha acometido del dramaturgo Pascal Rambert junto a Bárbara Lennie e Israel Elejalde. “Después de pasar por ahí supe que contaba con un cuerpo capaz de aguantar las dos horas y cuarto que necesito para sostener en escena a este personaje”.
Resucitar un alma y su fisonomía atropellada desde el abismo con la ayuda de otra droga mucho más beneficiosa para la salud física y mental: la vocación. Cuando se observa a Escolar en mitad de un ensayo, imbuida en su papel, repitiéndoselo sola una y otra vez de forma machacona apoyada en cualquier esquina, se entiende mucho mejor. A la visión de Macmillan le ha sumado muchas lecturas para entender el papel. “Leslie Jamison y La huella de los días, por ejemplo, o el poeta John Berryman, alcohólico, que nos propone salir del hoyo agarrándonos a una vida creativa dedicada a querer a los demás”.
Esa fe en la vocación que los sostiene la comparte Messiez también: “Es la que me hace soportarlo todo, me quita el miedo a la vida”, confiesa. El teatro como medio de supervivencia sin dejar de poner en duda sus cimientos, también. Pilares como Chéjov, Tennessee Williams o Shakespeare, presentes en el original de la obra, mediante los que Macmillan crea juegos de distracción a la manera de Alicia en el país de las maravillas. O Lorca, a quien han incorporado a la versión en español por la cercanía y el influjo que su genio telúrico ejerce en Escolar y Messiez.
Pero sin santificarlos, asegura el dramaturgo: “¿Qué pasaría si dejáramos de hacer ciertas obras?”, se pregunta el director. ¿Sentimos ese peso de los grandes como cadenas? El hecho de cuestionarlo, en sí, representa toda una liberación.
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