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‘El lago de los cisnes’ donde los cisnes son hombres y otras icónicas versiones del ballet clásico por excelencia

El Teatro Real estrena en Madrid la revolucionaria adaptación de Matthew Bourne estrenada hace tres décadas y que se viralizó al aparecer en la secuencia final de la película ‘Billy Elliot’

Mercedes L. Caballero

El lago de los cisnes es seguramente el clásico de la danza que más coronas e interpretaciones sostiene, todas justificadas, al menos por lo que supuso en sus orígenes. Nada parecía presagiarlo en su primer estreno de 1877 en el teatro Bolshói de Moscú, cuando resultó un desastre total porque Piotr Ilich Chaikovski, compositor de la música, y Julius Reisinger, autor de la primera coreografía, no se entendieron. Fue en 1895 cuando se estrenó en el Mariinsky de San Petersburgo, con coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov, el momento en el que El lago de los cisnes nació como clásico sobre el que han llovido las adaptaciones.

Una de ellas, la que montó el coreógrafo Matthew Bourne en 1995 al frente de su compañía New Adventures, y que ahora revisita por su treinta aniversario, se verá en el Teatro Real de Madrid desde este miércoles hasta el sábado. Se trata, sin duda, de las más conocidas y revolucionarias, al menos en su momento, por el cambio de género de sus protagonistas. Esos cisnes, cristalizados en delicadas bailarinas, arquetipos de la feminidad más clásica, y esa historia del amor romántico más tóxico entre Sigfrido y Odette, fue dinamitada por Bourne, que convirtió a los cisnes en hombres y la historia de amor heteronormativo en una relación abierta y gay.

El 9 de noviembre de 1995, día del estreno de este Lago, la cola para entrar en el Sadler’s Wells de Londres daba la vuelta al teatro. El boca a boca había corrido a la misma velocidad de los famosos 32 fouettés de Odile en el pas de deux del cisne negro y la versión de Bourne se convirtió en todo un fenómeno. Eso de comprobar cómo se dinamita lo intocable también acompaña en la recepción de los clásicos. La crítica y el público estuvo dividida entre quienes elogiaron la obra hasta lo más alto y quienes se preguntaban con nostalgia dónde quedaba la poesía y la raíz (lo de la pureza, que también va con los clásicos).

El montaje fue todo un éxito y protagonizó la temporada más larga en Londres de un ballet. También ganó el premio Olivier y cinco años más tarde, en el año 2000, se viralizó al aparecer en la secuencia final de la película Billy Elliot, de Stephen Daldry. Adam Cooper, el bailarín de la compañía de Bourne, aparece en el filme en el papel de Billy Elliot ya adulto, convertido en bailarín profesional, al que su padre va a ver actuar. Treinta años después, este lago llega a Madrid convertido en un clásico de aquel clásico de 1895.

Cuando estrenó su versión en Londres, Matthew Bourne aclaró a The Independent que su intención no era hacer una parodia del clásico “porque nadie se atrevería a reírse de los cisnes”. Pero se equivocaba. Desde 1974 llevaba riéndose de ellos la divertidísima (y también exigente) compañía Les Ballets Trockadero de Montecarlo, que no son de Montecarlo, sino de Nueva York. En España han sido programados en varias ocasiones y, tanto aquí como por allá por donde pasan, su visión gamberra y cómica del clásico, interpretado por hombres en roles femeninos (con vestuario, maquillaje y complementos de mujer), suele arrasar. En este momento, la compañía tiene actuaciones hasta junio de 2026, por Estados Unidos y Europa. De todo su repertorio, en el que abundan clásicos como Paquita y El cascanueces, destaca la muerte del cisne, fragmento de El lago de los cisnes. Un desternillante solo en el que el bailarín travestido va perdiendo las plumas. Del icónico clásico de Petipa también bailan el acto II y el pas de trois.

Más allá del cambio de género, El lago de los cisnes ha sido adaptado teniendo en cuenta otros elementos, como el carácter de los personajes. Tal es la que construyó el coreógrafo sueco Mats Ek en su versión de 1985, cuyo Sigfrido está atravesado por un complejo de Edipo. Por cierto, en esta adaptación de Ek, estrenada diez años antes que la de Bourne, ya había hombres en el equipo de cisnes.

La del sueco Alexander Ekman es una de las adaptaciones más impactantes, al menos visualmente, de las que se han hecho de este clásico. Estrenado en 2014 y estructurado en tres partes (en lugar de los cuatro actos del original), el creador utiliza 5.000 litros de agua en escena. Dos años más tarde, otro creador sueco Fredrik Rydman, acudió al street dance para contar el cuento de hadas.

Desde las primeras versiones de Michel Fokine en 1911 para Los Ballets Rusos de Diaguilev, las de Frederic Ashton (1963) para el Royal Ballet y John Cranko (1963) para el Stuttgart Ballet, la versión de 1976 de John Neumeier, la de Jean Christophe Maillot en 2011 y las ya citadas, la mayoría de los coreógrafos que se han atrevido a modernizar este clásico han sido hombres. También ha habido, aunque muchas menos y con menos reconocimiento. En 1985, la Compañía Nacional de Danza española, cuando todavía se llamaba Ballet del Teatro Lírico Nacional y lo dirigía María de Ávila, presentó el segundo acto de la obra en versión de Alicia Alonso. Cuatro años después, ya con Maya Plisetskaya al frente de la formación, el ballet volvió a los escenarios españoles en su versión original de Petipa. Marcia Haydée presentó su adaptación con el Ballet de Santiago en 2009. Más recientemente, Tamara Rojo estrenó la versión del coreógrafo Helgi Tomasson en 2024 al frente del San Francisco Ballet, y Mar Aguiló presentó una versión reflexiva alrededor del rol de bailarina clásica, en clave contemporánea, en su obra Swan (2023).

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Sobre la firma

Mercedes L. Caballero
Periodista especializada en información y crítica de danza desde principios de los años 2000 a través de diversos medios de comunicación de radio y prensa escrita. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.
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