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Lady Gaga, un triunfo de ópera en Barcelona

La artista norteamericana impone su retorcido jolgorio en el primero de sus tres conciertos en la capital catalana

Media hora escribiendo en pantalla, de rojo, con pluma roja, en un pergamino que recogió tras media hora de escritura. Paz, sosiego, concentración. Tras ese la tormenta. También roja. Apareció ella sobre una estructura que recordaba las faldas del siglo XVIII, versallescas. Rugido en la pista. Las pulseras repartidas en la entrada titilaron gradualmente en rojo, partiendo de la cabeza de la pasarela que se adentraba en la pista. Lady Gaga estaba en escena, dando sentido a todo, a ese escenario con forma de palco de teatrero lírico que tan muerto e inane había parecido hasta entonces.

El espectáculo se inició de forma atronadora, uniendo las canciones del primer acto de manera que ni respirar se dejaba a la multitud que llenó el primero de los tres conciertos de Lady Gaga en Barcelona. Sonaban Bloody Mary, todo rojo, Abracadabra, se mantenía el color sangre y Judas, aún más rojo. En el escenario, en las gradas, en las pulseras de las personas que ya entonces solo bailaban y gritaban. Rodeando a la diva un enjambre de bailarines, abejas girando en torno a la reina, segura, dinámica, pisando con firmeza el escenario. En el sexto tema, y tras simular que escribía de nuevo como una antigua amanense, el rojo dio paso al verde al sonar Garden Of Eden, mientras que en el siguiente tema, Poker Face, un tablero de ajedrez tomaba el pasillo que partía del escenario y todo eran fichas. Colorido, ritmo rotundo, volumen estridente pero definido. El concierto estaba ya lanzado en el primero de sus actos.

El segundo acto, en realidad todo el resto del concierto, no fue a la zaga de este trepidante comienzo. O los temas iban enganchados o fragmentos introductorios que daban lugar a los cambios de vestuarios, mantenían la tensión del espectáculo. Ora la estrella se bañaba en arena, Perfect Celebrity, ora era una especie de novia que caminaba con dificultades gracias a unas muletas de corte futurista, Paparazzi pero siempre era ella, cantando con una energía controlada y un vigor que denotaba un espléndido estado de forma. Una arista en su plenitud, disfrutando.

El alimento que recibía el público, mayormente joven pero con notables incrustaciones de personas ya maduras, no era solo visual. El pulso sonoro del concierto mantuvo una marcada pulsión bailable, en forma tanto de pop como de música pensada para el club. Todo ellos apuntalado por una banda que situada en los palcos del escenario denotaba su presencia con un sonido nítido pese al volumen atronador. En ocasiones, dada la sugestión que la presencia de Lady Gaga en escena, podría conjeturarse que con solo estar ya bastaría, que sus “pequeños monstruos”, como les había llamado en castellano, ya quedarían ahítos. Pero no, la diva se dejaba literalmente cuerpo y garganta un espectáculo que de ella requería notable entrega. En Alejandro la pista se tiñó de color crema y todos se pudieron ver las caras, y en las mismas había el mismo gesto de alegría, de entrega, en las frentes el mismo sudor que en la de ella y en las gargantas, menos entrenadas, una fatiga que horas más tarde sería afonía. Un concierto para recordar largamente esperado. El cuarto acto comenzó con pop bailable ochentero, ha seguido con pop apoyado en guitarras. La luz de escena baja, en una tira de focos situada un poco por encima de las cabezas de ella y bailarines.

El espectáculo fue casi un montaje barroco, dominado por la pantalla que se situaba tras el escenario operístico. Y en cierto modo eso fue el concierto de Lady Gaga, una suerte de ópera contemporánea que en la lucha del bien contra el mal subyacente en la trama, ofrece una ventana de comprensión y escapa para quien no se siente adaptado a una sociedad que cada día construye más inadaptados. Y como no hay un solo modelo, Lady Gaga atiende a todos, también a los amantes de las baladas poderosas, como ese The Best que cerró el segundo acto con fieros guitarrazos de estirpe metálica.

A partir de aquí el concierto ganó aún más pulso y nervio, cosa que parecía imposible, y en Killah, con un enorme cráneo girando por escena, el público siguió bailando hora con pulso rockero. Y ella con un vestido perfecto para Halloween. El que de forma adelantada se vivió ayer en Barcelona. Lady Gaga dio mucho juego e impuso su estética retorcida y recargada con una banda sonora que se hunde en el pasado. Ese que aún no está lejos.

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