Picasso y Klee, la pervivencia de la tradición en dos miradas transgresoras
El museo Thyssen presenta su segundo cara a cara de la temporada con la exposición ‘Picasso y Klee en la colección de Heinz Berggruen’, donde explora la continuidad de los grandes géneros pictóricos en la obra de ambos artistas


A pesar de la voluntad deliberadamente rupturista del arte del siglo XX, siempre es posible tender puentes entre las vanguardias y el pasado histórico en el que se entroncaron. Queda patente, por ejemplo, en el respeto que artistas como Klee y Picasso, dos Pablos e iconos de su tiempo, mostraron a los tradicionales géneros de la pintura: el retrato, el paisaje, el bodegón, el desnudo. En torno a esas cuatro temáticas gravita la nueva exposición de Museo Thyssen, Picasso y Klee en la colección de Heinz Berggruen (del 28 de octubre de 2025 al 1 de febrero de 2026), el segundo “gran duelo de titanes” de la temporada de la institución madrileña tras haber inaugurado la semana pasada su particular vis a vis entre los dos artistas emblemáticos del pop art y el expresionismo abstracto: Warhol, Pollock y otros espacios americanos.

Mientras que esta última exposición podría interpretarse, como apuntó en la presentación a los medios el director del museo, Guillermo Solana, como una propuesta de “efectos panorámicos y grandes impresiones”, la comparación entre Picasso y Klee requiere de una lectura más “detenida” por parte del espectador, puesto que las asociaciones que se establecen se antojan más “sutiles y solo se pueden apreciar muy de cerca y muy despacio”. Comisariada por Paloma Alarcó, jefa de Pintura Moderna del Museo Thyssen, y Gabriel Montua, director del Museo Berggruen de Berlín, la muestra pone también en conjunto el legado de dos destacados coleccionistas europeos: Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza (1921-2002) y Heinz Berggruen (1914-2007), cuyos acervos han dado origen a sendos museos públicos en España y Alemania, respectivamente.
Lo de “gran duelo de titanes” lo mencionó Solana a modo de broma: cuando se dedicaba a la crítica de arte, en la redacción le titularon así una reseña y aquello le dio “una vergüenza terrible”. Pero, aunque la expresión resulta manida, no falta a la verdad: los de Paul Klee (1879-1940) y Pablo Picasso (1881-1973) fueron sin duda nombres mayúsculos de la primera mitad del siglo XX, el primero asociado a movimientos como el surrealismo y el expresionismo y, el segundo, iniciador del cubismo que sacudiría los esquemas del arte. Casi cuales “figuras opuestas”, como agregó Alarcó, Klee partía desde un punto de vista más arraigado a la mentalidad del norte de Europa, “intelectual y musical”. Picasso era sin embargo mediterráneo: “terrenal e intuitivo”. El malagueño fue además más proclive que su colega a los formatos monumentales, pero en esta exposición se presentan sobre todo obras de tamaño reducido y muchas veces realizadas sobre papel, dado que ambos artistas, como subrayó Solana, “fueron dibujantes apasionados”.

Repartida a lo largo de cuatro salas en la primera planta del museo, la muestra se abre en la estancia dedicada a los retratos y al concepto de máscara entendido “como la gran revolución del género”, según dijo Alarcó. Con ella, el retrato rompía su asociación con el concepto de mímesis y el enmascaramiento despertaba nuevos significados mágicos y ocultos en la representación de la apariencia. Si en esta sección sobresale la aportación de Picasso —quien, no en vano, fue “uno de los grandes retratistas del siglo XX”— en la siguiente parada, la dedicada a los paisajes, es la voz de Paul Klee la que resuena con más fuerza entre las cuatro paredes. Los sensacionales paisajes de ciudades inventadas que realizó el profesor de la Bauhaus comparten la misma fijación por la geometría que despliegan sus naturalezas muertas de la tercera habitación de la muestra, la dedicada a los objetos. Al final del recorrido se exhiben junto a los desnudos varias obras de arlequines, una temática circense que Picasso cultivó con devoción pero que también abordó Klee, y que coincide con el desnudo en su interés por la anatomía.
En las distintas salas se han colocado algunas pinturas antiguas de la colección Thyssen que ponen de relevancia la continuidad histórica de la práctica artística: por ejemplo, una Vista de La Haya (hacia 1690) de Gerrit Berckheyde en la sección de los paisajes o la maravillosa Ninfa de la fuente (hacia 1530-1534) de Lucas Cranach el Viejo en la parte dedicada al desnudo. Aunque las piezas de Picasso y Klee expuestas provienen en buena parte de la colección Berggruen —cuyo museo, que forma parte de la Neue Nationalgalerie de Berlín, se encuentra cerrado por obras—, hay también varias que proceden de la colección Thyssen y que en algún momento pasaron por la galería que Heinz Berggruen regentó en París. De hecho, el famoso Arlequín con espejo (1923) de Picasso, que hoy custodia el museo madrileño, colgó en su día en las paredes de la casa familiar de los Berggruen.

El hijo de Heinz Berggruen, Olivier, participó en el acto de presentación, donde contó que su padre empezó a construir su colección en 1940 con una acuarela de Klee, y que poco a poco fue añadiendo los trabajos de un puñado de creadores a quienes él consideraba esenciales de la modernidad: Cézanne, Seurat, Matisse… y, por supuesto, Picasso. “No coleccionó a muchos artistas, sino que coleccionó en profundidad”, señaló Berggruen, quien confesó que su padre mantuvo “una relación complicada” con el trabajo tardío de Picasso, “aunque al final acabó coleccionándolo”. También resultó compleja, por ponerle un adjetivo, la manera en la que Picasso y Klee se conocieron, allá por octubre de 1937: el español fue invitado a la residencia del suizo-alemán en Berna, pero como su tren llegó temprano, se entretuvo comiendo y bebiendo y acabó llegando tarde a la visita, algo que no resultó precisamente del agrado de su anfitrión. En aquel encuentro, como relató Alarcó, Picasso cogió una obra de Klee y empezó a darle vueltas, sin saber si la estaba colocando boca arriba o boca abajo. A modo de metáfora del mundo que les había tocado vivir, Klee le soltó una frase que venía a decir algo parecido a esto: “La puede usted mirar por donde quiera, porque está todo patas arriba”.
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