Bufón, grosero y violento: por qué este ‘Hamlet’ lleva representándose 17 años
El festival Temporada Alta de Girona se inaugura por todo lo alto con la icónica versión del clásico de Shakespeare que estrenó el alemán Thomas Ostermeier en 2008


Hace 17 años, el director alemán Thomas Ostermeier revolucionó el panorama teatral internacional con el Hamlet que estrenó al frente de la compañía Schaubühne de Berlín. De inmediato, se convirtió en un montaje de referencia en la historia del teatro, lo cual tiene mérito teniendo en cuenta la cantidad de versiones de este clásico de Shakespeare que se levantan cada año en el mundo. También lo tiene que la producción se siga representando dos décadas después, tras haber visitado una treintena de países. Pero más difícil todavía: no ha envejecido nada. Acaba de demostrarlo de nuevo en el Teatre Municipal de Girona, donde este fin de semana ha inaugurado por todo lo alto el festival Temporada Alta, con dos únicas funciones el sábado y domingo. Ambas llenas hasta la bandera.
La puesta en escena de Ostermeier sigue impactando como el primer día. Aunque tal vez habría que adjudicársela a medias con Lars Eidinger, el actor que lleva encarnando a Hamlet desde 2008, como reconoció el propio director el viernes en un encuentro con la prensa en Girona: “Es el actual ‘propietario’ del mito. Lo lleva en el alma. Y quiere interpretarlo hasta que muera”. El suyo es un Hamlet bufonesco, que por momentos parece un showman humorístico, alejado de la figura romántica del príncipe torturado por el asesinato de su padre y finge estar loco para llevar a cabo sus planes. Ostermeier y Eidinger lo despojan del tópico —y juegan con él— para presentarlo como un joven egocéntrico, malcriado, misógino, brutal, grosero y artificiosamente gordo. Un tipo corroído por la sed de venganza, que finge estar loco pero que a la vez lo está y que parece capaz de cualquier arbitrariedad. Visto en el contexto social y político actual, podría decirse que es casi visionario.
Verlo en acción es como descubrir a Hamlet por primera vez: aunque te sepas el argumento de memoria, te mantiene en vilo porque no sabes lo que se le va a ocurrir hacer en la siguiente escena. Es mérito de Eidinger: parece estar improvisando todo el tiempo. Aunque evidentemente no lo hace, el actor sí se permite algunas licencias. Interactúa con el público, mete morcillas y juega con la cuarta pared a su antojo. “Cambia escenas cada noche sin pedirme permiso”, bromeaba Ostermeier el viernes. Siempre, eso sí, en absoluta posesión de su personaje.

La soberbia interpretación de Eidinger es una de las razones del éxito del montaje después de tantos años. La otra es el abordaje escénico. Sobre el escenario, cubierto de tierra, hay pocos elementos: una gran mesa alargada que se acerca o se aleja según las escenas y un cortinón de cadenas que sirve tanto para marcar espacios como pantalla sobre la que se proyectan grabaciones y vídeos en directo. Esto es hoy habitual en los teatros, pero no lo era tanto en 2008. También la utilización de micrófonos en muchos parlamentos. Aunque el uso de estos recursos va más allá de la innovación: lo importante es que esas proyecciones añaden capas de significados y amplifican la locura que se desata en escena: sangre, tierra, agua, violencia y un caos planificado al milímetro. Es como el reflejo de la mente de Hamlet.
Ostermeier, que en su encuentro con la prensa reconoció que a lo largo de los años ha introducido modificaciones en algunas escenas, elimina y desordena varias escenas del original de Shakespeare. Comienza, de hecho, con un fragmento del sagrado monólogo “Ser o no ser” de Hamlet, que se repetirá otras dos veces durante la función, casi como un estribillo, aunque interpretado de diferentes maneras. De esta forma, el parlamento también queda desacralizado.

La versión reduce personajes para centrarse en los principales, interpretados por seis excepcionales actores que se desdoblan en diferentes papeles, excepto Eidinger. No es solo una decisión económica, sino también artística. Que el rey asesinado tenga la misma cara que el rey asesino potencia la sensación de locura. Y el hecho de que la actriz Magdalena Lermer, única mujer en el reparto, encarne tanto a la madre de Hamlet como a Ofelia y que se transforme en una u otra a la vista del público tiene que ver con la misoginia de Hamlet.
Es la segunda vez que este Hamlet se puede ver en España. La primera fue en 2008, pocos meses después de su estreno mundial, en el Teatre Lliure de Barcelona. Entonces fue celebrado como un acontecimiento, pero seguramente pocos imaginarían que casi veinte años más tarde seguiría siéndolo. ¿Significa eso que el teatro no ha evolucionado desde entonces? La pregunta da para una tesis doctoral, pero una cosa está clara: hay espectáculos que marcan un antes y un después en la historia de las artes escénicas, y este es uno de ellos.
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