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La bomba navarra que luchó por la independencia de Estados Unidos

Se inician los trabajos para recuperar una fábrica de municiones en Eugui que funcionó durante la segunda mitad del siglo XVIII

Amaia Otazu

Corría el año 1766 cuando el rey Carlos III mandó instalar la Real Fábrica de Municiones en lo que hoy es el municipio de Eugui (Navarra). Fue la primera fábrica en cuyo recinto residían los operarios y sus familias. Eligieron este lugar, a pocos kilómetros de la frontera con Francia, por las materias primas: minas de hierro, arbolado para el carbón y el río (entonces Esteribar o Gambeleta, hoy denominado Arga). Años después, en 1788, empezó a funcionar el primer horno de una fábrica similar construida en Orbaiceta, a 56 kilómetros de distancia, siguiendo las carreteras actuales. Las dos sirvieron como centros de innovación, fueron símbolo de empleo y tuvieron una producción notable. De hecho, se sabe que municiones fabricadas en Eugui llegaron a usarse en la guerra de independencia estadounidense.

No obstante, también sufrieron desgracias porque fueron atacadas en varias ocasiones. Hoy en día están en ruinas, pero son las únicas reales fábricas de armamento que conservan gran parte de sus estructuras porque las demás se desmontaron. Ahora, una subvención de 1,87 millones de euros del Ministerio de Industria y Turismo va a permitir recuperar parte de la fábrica de Eugui.

Esta factoría destacó desde un inicio por ser el “primer modelo de fábrica-población”, explica el arqueólogo Paco Labé (Biota, Zaragoza, 68 años). El recinto fue diseñado para ahorrar esfuerzos aprovechando la orografía y, añade su compañera Ana Sánchez (Pamplona, 65 años), se inspiró en las reales fábricas francesas: “Se construye una fábrica longitudinal dividida en pabellones: con zona de servicios, zona residencial y zona industrial”. El recinto medía casi 500 metros “de puerta a puerta”. Se sabe que había una iglesia, escuela, un médico y hasta un juez. Tampoco faltó la “casa de los solteros”, donde se alojaban trabajadores franceses, el maestro y el cura. En 1767 llegó a albergar más de 500 personas, entre trabajadores y familiares. En ella, afirma Labé, “trabajaron los mejores ingenieros del momento y funcionó como centro de investigación y desarrollo a nivel arquitectónico y de fundición”.

La fábrica se centró en la producción de municiones: desde metralla a proyectiles huecos y sólidos de 60 kilos. Ese material se enviaba allá donde dictara la Corona. Por ejemplo, a las tropas que combatían a los berberiscos en el mar o a las provincias que España tenía en América. A pesar de que la Corona era neutral en el conflicto, explica Sánchez, “se sabe que salieron municiones desde aquellas provincias para la guerra de la independencia de EE UU”. Es más, Labé está trabajando con una universidad americana en el análisis de las bombas de aquella guerra y avanza que han encontrado coincidencias con las de Eugui. Son bombas que no llevan el sello de la fábrica, aclara, porque eran de contrabando.

La fábrica fue destruida en 1794 por las tropas revolucionarias francesas y no volvió a abrir. Es llamativo que la Corona española dispusiera de dos fábricas reales de munición tan próximas a la frontera con Francia (10 kilómetros en el caso de Eugui y cinco en el de Orbaiceta), aunque hay que tener en cuenta, explica el arqueólogo, que “cuando se construyen, somos amigos y parientes”. “Los Borbones son reyes absolutistas en Francia y aquí”. Luego llegó la Revolución Francesa, se derrocó a la monarquía y el tratado de amistad y ayuda mutua quedó invalidado. A partir de entonces, la Corona española trasladó las industrias de armamento al Cantábrico. “La fábrica de Orbaiceta ya solo hizo lingotes y planchuelas que llevaban luego a Trubia (Asturias), donde elaboraban el producto”, añade Sánchez. Eugui quedó abandonada y Orbaiceta aguantó hasta 1882. No fueron desmontadas porque carecían de interés y eso les ha permitido, en cierta medida, sobrevivir.

Las dos están declaradas Bien de Interés Cultural (BIC). La de Orbaiceta lo logró en 2009 y la de Eugui en 2016. En este último caso tiene también la declaración de “zona arqueológica, en la que están incluidos todos los cotos mineros”, incide Sánchez. No fue sencillo conseguirlo porque el Gobierno de Navarra aspiraba a ensanchar la carretera que atraviesa la fábrica. Esa vía fue también el motivo por el que se derribaron algunos edificios del recinto. Ni siquiera sobrevivió la fachada del inmueble principal.

En 1960 se había limpiado la zona de arbolado, explica Sánchez. Sacaron la madera “con tirolinas y, si les molestaba un muro, lo tiraban”. Los dos recuerdan como anécdota que uno de aquellos trabajadores les confesó en una visita que era quien había derruido uno de los muros de la gran carbonera. “Qué sabíamos nosotros entonces”, se lamentaba. En aquel momento, ni siquiera existía una ley de patrimonio. Tampoco en 1975, cuando se plantaron abetos de forma experimental y se destruyó gran parte del yacimiento.

Conseguir la subvención de 1,87 millones también ha sido difícil. Pese a que un inicio se les había concedido, en septiembre de 2024, el Ministerio de Industria y Turismo les denegó la financiación procedente de fondos europeos. Tras meses de negociaciones entre el ministerio y el Ayuntamiento de Esteribar, la financiación de estos trabajos ha sido incluida en un real decreto. Tienen hasta finales de 2026 para ejecutarlos.

Consolidación de la carbonera

El Ayuntamiento debe ahora adjudicar las obras de un proyecto complejo que busca, entre otros objetivos, consolidar la carbonera. En ella se habilitará un pequeño escenario para actos culturales. “Aquí se han hecho ya muchas actuaciones, desde música clásica a soul”, apunta Sánchez. Además, se van a actualizar los paneles informativos, se adecuará el camino que recorre la fábrica y se talarán los árboles que dificultan la recuperación de las ruinas. Cuestión aparte merece la recuperación de los hornos, que permitirán ver cómo funcionaba la factoría y son ejemplo de la evolución técnica de la época. Uno de ellos es de 1788 y de tronco piramidal. Más tarde los construyeron circulares para evitar la pérdida de calor.

Los de Orbaiceta, de 1874, narra Sánchez, “son todavía más evolucionados y son elípticos”. Les queda mucho trabajo por delante, pero no parten de cero. Llevan desde principios de los 2000 trabajando con vecinos del municipio. “El Concejo de Eugui apostó por que trabajasen aquí jóvenes del lugar durante el verano para que tomasen contacto con su patrimonio”.

En Eugui miran con esperanza la llegada de la financiación. La deuda pendiente es con la de Orbaiceta. Inició su actividad en 1784 y llegó a tener 150 trabajadores, que vivían allí. Su cierre definitivo, apunta Jose Etxegoien, historiador y uno de los responsables de la sala de exposiciones Kulturola, en Obaiceta, se produjo en 1882. En la actualidad está en ruinas. “Hasta mediados del siglo XIX funcionó como fábrica de munición y luego, hasta 1882, se hacía hierro de altísima calidad”. De aquí se transportaba a caballo a San Sebastián y, desde allí, en barco a las fábricas oficiales de artillería de Trubia.

Etxegoien cuenta que los inicios de la fábrica fueron turbios. “Los emisarios del rey vinieron hacia 1781, invitaron a comer a los de la Junta del Valle y como no sabían castellano, les cambiaron el documento”. La Corona se hizo con los terrenos y el Valle peleó durante dos siglos para recuperarlos. Lo lograron en 1982, cuando las Cortes aprobaron la devolución del uso del terreno, que no la propiedad, al Valle de Aezkoa. La fábrica fue relevante para el valle porque “trajo trabajo para carboneros, mineros, transportistas”. Por aquella fábrica pasaron personalidades militares como Tomás de Zumalacárregui, Francisco Espoz y Mina o el general Pablo Morillo. Hace unos años, el ministerio invirtió un millón para rehabilitarla, pero solo alcanzó para 60 de los 200 metros”.

Entre las zonas recuperadas, los hornos, aunque faltan, señala, las chimeneas interiores, que “por falta de presupuesto siguen en algún almacén de Pamplona”. Tampoco se ha realizado un estudio arqueológico de los hornos ni de la calzada romana que hallaron hace unos años. La última vez que se invirtió en arqueología, dice, fue en 1986.

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Sobre la firma

Amaia Otazu
De Pamplona, cubre la información relativa a la Comunidad foral para EL PAÍS desde 2021. Una actividad que compagina con su labor como redactora en Cadena SER Navarra. Graduada en Periodismo + International Media Programa en la Universidad de Navarra, tiene un Máster en Estudios Avanzados en Terrorismo (UNIR).
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