Ivan Klíma, el escritor checo que sobrevivió a los nazis y al comunismo
El autor, fallecido el 4 de octubre a los 94 años, luchó por las libertades y narró la vida bajo el totalitarismo

El pasado 4 de octubre falleció Ivan Klíma, a los 94 años en Praga, uno de los escritores checos más importantes del siglo XX y de los más destacados en la lucha por las libertades durante la dictadura comunista que sufrió su país.
Su verdadero nombre era Ivan Kauders. Supo que era judío —sus padres no eran practicantes— cuando junto a su familia fue internado por los nazis en el campo de concentración de Terezin. Sobrevivieron a aquel drama, lo que le marcó toda su vida, como a tantos supervivientes que se hicieron la pregunta de por qué otros murieron y ellos no. En sus memorias, Moje silene století (Mi siglo loco), cuenta que aquella experiencia le llevó a afiliarse al Partido Comunista en sus años de juventud. Sus padres no eran militantes, pero simpatizaban con el comunismo. Hasta que su padre fue detenido en 1953: “La experiencia de una cárcel comunista le abrió los ojos, a él y a toda nuestra familia de izquierdas”.
Estudió Lengua y Literatura, “ciencia literaria” que más bien, según Klíma, debería haberse llamado “pseudociencia literaria”. Allí aprendió que “el único método permisivo en arte era el realismo socialista” y la “obra sobre lingüística de Stalin se convirtió en la Biblia”. Le enseñaron que “el nombre de Sartre se había convertido, para la comunidad cultural del mundo, en un símbolo de decadencia y degeneración moral, un prototipo del erial en el que se había perdido la pseudocultura burguesa”; que “el oscurantismo de Steinbeck prácticamente había alcanzado el nivel de una enfermedad mental”; que Faulkner representaba el “adiestramiento organizado del asesinato”; que Henry Miller, al que llamaban el “pornógrafo americano", “recomendaba la transformación del lector en un asesino brutal“. Autores y libros considerados la ”escoria de la cultura occidental” que “habían desaparecido de librerías y bibliotecas”. Como dice en El espíritu de Praga, cuando llegaron los comunistas al poder “repudiaron la mayor parte de lo que en otros tiempos pasaba por conocimiento“, relegando las obras tanto de Kafka como de Alfons Mucha. Klíma escribió su tesis sobre Karel Capek, que había encarnado el espíritu democrático de la Primera República, y que fue prohibido cuando llegaron al poder los comunistas, menos sus obras “antifascistas“. Razón por la que Klíma pudo hacer su tesis titulándola La lucha contra el fascismo de Karel Capek, aunque en realidad era un estudio sobre su obra y su vida.
En los años sesenta, Klíma afianza su carrera como dramaturgo, al mismo tiempo que trabajó en distintas publicaciones literarias, llegando a dirigir el semanario Literarni Noviny. Son publicaciones que buscan la liberalización del sistema comunista. Klíma se va a convertir en uno de los escritores más activos de la llamada Primavera de Praga, un intento de construir un socialismo de rostro humano que terminó con la invasión de las tropas soviéticas en 1968, como ocurriera anteriormente en Hungría en 1956. Junto a Milan Kundera, Pavel Kohout y Ludvík Vaculík, entre lo más granado de las letras y de la disidencia checoslovacas de la época, ya había participado en el IV Congreso de Escritores en junio de 1967 en el que se denunció la falta de libertades políticas y culturales en Checoslovaquia. Como consecuencia, Klíma fue expulsado de la Unión de Escritores junto a Vaculík y Liehm, y a Kohout y Kundera se les abrió un expediente. Pravda, órgano del Partido Comunista de la Unión Soviética, llegará a calificar a aquella Unión de Escritores de “nido de serpientes venenosas”.
Tras la invasión soviética de 1968, pasó un par de años en Estados Unidos, donde fue profesor visitante de la Universidad de Michigan. Cuando regresó a Checoslovaquia en 1970 se le impidió escribir y publicar, por lo que tuvo que ganarse la vida como sanitario, conductor de ambulancias, mensajero y asistente de tipógrafo. Tema de su novela Amor y basura en la que el protagonista es un escritor obligado a trabajar como barrendero, ataviado con un uniforme naranja, en las calles y en un hospital, lo que compagina con la escritura de un ensayo sobre Kafka. Klíma siguió escribiendo y publicando, pero de forma clandestina, en las copias mecanografiadas que circulaban de mano en mano, los samizdat, dos de cuyos grandes difusores fueron Vaculík y Václav Havel, futuro presidente de la Checoslovaquia democrática. Klíma se convirtió en uno de los escritores checos más importantes de su generación. Fue uno de los centenares de firmantes de la Carta 77 en la que en 1977 de nuevo se vuelve a exigir un régimen de libertades y por lo que la mayor parte fueron de nuevo represaliados. Algunos de estos aspectos de su vida, además de en sus memorias, los aborda en los textos de diverso origen agrupados en El espíritu de Praga.
Uno de sus amigos fue Philip Roth, que entre 1972 y 1977 solía ir a Praga en primavera. Visitaba a Klíma, a Kundera y a Vaculík, entre otros intelectuales. A todas partes donde iba le seguía un policía. Hasta que un día, en 1977, fue detenido tras salir de un museo, y decidió abandonar el país al día siguiente como le “recomendaron” los policías. Klíma y su mujer fueron detenidos ese mismo día. A Klíma le preguntaron cuál era el motivo de las visitas de Roth. Él les preguntó, a su vez, si no habían leído sus libros. Ante la cara de asombro de los policías, Klíma añadió: “Viene por las chicas”. Roth no volvió hasta que cayó el comunismo. Ese ambiente opresivo lo describe Klíma en uno de sus relatos de manera sutil, porque en realidad en su obra hay poca carga política directa. Describe las calles de Praga: “Oscuridad, frío, olor a humo, azufre e irritabilidad”.
Una vez caído el comunismo con la Revolución de Terciopelo de 1989, los libros de Klíma fueron editados libremente y traducidos a una treintena de lenguas. El tema principal de gran parte de su obra es la soledad del hombre y, como él mismo dice, el “amor, la infidelidad y la reconciliación”. En 2002 fue reconocida su obra con el premio Franz Kafka.
A Ivan Klíma tuve ocasión de conocerle en un curso de la universidad de verano de San Sebastián sobre Europa del Este, organizado por la Asociación de Periodistas Europeos, en la que compartimos mesa con su editor español, Jaume Vallcorba, de Acantilado. Pudimos hablar de Kafka, a quien comparó con Borges, tanto en lo literario como en lo personal, y sobre lo que fue el comunismo. Sus reflexiones sobre Kafka están presentes en su novela autobiográfica Amor y basura, que Philip Roth calificó en su libro El oficio. Un escritor, sus colegas y sus obras como “el revés de La insoportable levedad del ser, de Kundera”. Kafka y el soldado Svejk están muy presentes en la literatura y en la vida de los checos del siglo XX. También en la obra de Klíma, quien dice que, aunque parezcan pertenecer a siglos y continentes distintos, se complementan. La palabra kafkárna describe las absurdidades de la vida y svejkovina, el hábito de restarles importancia, enfrentarse a ellas con humor. Una manera muy checa con la que Klíma se enfrentó a la vida en la convulsa Checoslovaquia en la que le tocó vivir.
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