Cómo el franquismo urdió la patraña de “la conspiración judeo-masónica” que quería destruir España
Una exposición en el Centro Sefarad de Madrid documenta el origen y evolución del odio al judío y a los masones a lo largo de la historia, con el foco en la dictadura de Franco

El sintagma “la conspiración judeo-masónica” fue una cantaleta de la retórica franquista con la que se identificaba a machamartillo a algunos de los enemigos de España. Sin embargo, ¿cómo surgió ese vínculo de judíos y masones con el Mal? A menos de dos meses de que se cumplan 50 años del fallecimiento del dictador Francisco Franco, una exposición en el Centro Sefarad-Israel, en Madrid, recorre la historia de la persecución a ambos colectivos, con énfasis en el caso español, y da las claves del origen de esta expresión en el imaginario franquista.
La muestra, titulada La conspiración judeo-masónica. La construcción de un mito, se remonta al siglo IV, “cuando se asentaron las primeras comunidades judías en España y sus integrantes fueron contemplados con recelo por la población hispano-visigoda”, escribe en el catálogo el comisario de la exposición, Leandro Álvarez Rey, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla.
A través de paneles, audiovisuales, objetos, libros, documentos, carteles, periódicos y revistas, procedentes sobre todo del Centro Documental de la Memoria Histórica, en Salamanca; de colecciones particulares y de la Biblioteca Nacional, la exposición, hasta el 31 de marzo de 2026, da cuenta de la visión del judío como recurrente chivo expiatorio en la historia española y europea. Además del Centro Sefarad la han organizado la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, del Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática, y el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación.
Volviendo a la España visigoda, en ella se aprobaron leyes antijudías para propiciar conversiones forzosas. “Fue una de las peores épocas porque los visigodos estaban adoptando el cristianismo”, explica Álvarez Rey por teléfono. Tras la invasión musulmana, “la situación de los judíos mejoró, aunque estaban obligados a pagar impuestos extraordinarios”. En paralelo, en los reinos cristianos desempeñaron un rol económico importante hasta el terrible año de 1391, cuando en sucesivas oleadas “los barrios judíos de las principales ciudades de Castilla y Aragón fueron asaltados y saqueados”.

Tanto en la Península como en Europa, las leyendas populares propagaron el antisemitismo hasta permear las instancias judiciales. Los “libelos de sangre” fueron procesos contra judíos en los que se les acusaba de obtener sangre de cristianos para sus rituales. En otras ocasiones se les procesó por asesinar niños. Así, se recuerda en la exposición la leyenda de mediados del siglo XIII del niño Dominguito del Val, de Zaragoza, al que un judío habría raptado para crucificarlo. Dos siglos después se repetía el relato con otro niño, Juan Pasamontes, secuestrado y asesinado por un grupo de judíos en Toledo, se decía. Un caso de 1491 que motivó varias ejecuciones, a pesar de que no se encontró el cuerpo del pequeño ni se había probado siquiera su existencia.
Sin embargo, lo más doloroso para este colectivo estaba por llegar: la expulsión de 1492 dictada por los Reyes Católicos, salvo para los que aceptaran la conversión. Fue la diáspora de los sefarditas por Europa, norte de África y el Imperio Otomano. Los que se quedaron pasaron a ser judeoconversos o “cristianos nuevos” y objeto de persecuciones para averiguar si seguían practicando en secreto el judaísmo.

Los nacionalismos racistas que surgieron en Europa en el siglo XIX renovaron el antisemitismo, como sucedió en Francia con el célebre caso Dreyfus, en el que un capitán del Ejército francés, de origen judío, fue condenado a prisión perpetua por considerarle un espía de los alemanes. A pesar de que, meses después, se demostró que había sido un error, continuó en prisión. No fue rehabilitado hasta 12 años después.
Junto a los judíos, a los que se acusaba de aspirar a dominar el mundo, se metió en el mismo saco a la masonería, una nueva calamidad. Organizada en hermandades secretas, había nacido a inicios del XVIII en Inglaterra “como una organización filantrópica que defendía la libertad, la igualdad, la tolerancia y se basaba en la razón”, se cuenta en un panel. El mito de “la conspiración judeo-masónica”, del que se alimentaría el franquismo, se formó a finales de ese siglo, cuando se vinculó a los masones con la Revolución francesa. En España, la Iglesia católica fue especialmente beligerante contra ellos, escribe en el catálogo José-Leonardo Ruiz Sánchez, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla.

A comienzos del XX esta corriente se vio favorecida por panfletos como los Protocolos de los sabios de Sión, o el que escribió el magnate del automovilismo Henry Ford, titulado El judío internacional.
Los masones españoles intentaron influir en la política con la defensa del librepensamiento y la secularización de la sociedad, por esto había en sus filas socialistas y anarquistas. Su oposición al clericalismo y su afinidad al republicanismo les granjeó odios. En esos años se añade otro enemigo, el comunismo, que había triunfado con la Revolución rusa en 1917. Judíos, comunistas y masones, junto al separatismo, se convirtieron en la Anti-España a eliminar por los sublevados en 1936. Precisamente, de esa época se muestran carteles electorales del partido católico Acción Popular con este mensaje: “Marxistas, masones, separatistas, judíos. Quieren aniquilar España”.
También se subraya que durante la II República “hubo presidentes del Gobierno, ministros y altos cargos masones”. Se da la cifra de que, en las Cortes Constituyentes de 1931, de 470 diputados, 150 lo eran o lo habían sido. Sin embargo, en 1936 los masones sumaban solo unos 5.000 en todo el país, y en cuanto a los judíos se apunta que eran 6.000.

Hubo personajes que destacaron en este encono, como el padre Tusquets, hijo de banquero, que publicó con gran éxito Orígenes de la revolución española (1932). “Ahí están los ingredientes de lo que luego será la idea de la conspiración judeo-masónica en el franquismo”, añade el comisario.
A punto de acabar la guerra, el Ministerio de Educación aprobó que en las escuelas se enseñara el Catecismo Patriótico Español, en el que se proclamaba que la masonería era “una sociedad secreta, aliada del judaísmo, para realizar en la sombra sus intentos criminales”. El propio Franco, en su discurso del desfile de la victoria, el 19 de mayo de 1939, advertía: “El espíritu judaico que permitía la alianza del gran capital con el marxismo […] no se extirpa en un día”.
En marzo de 1940 se aprobó la Ley de represión de la masonería y del comunismo, cuyo preámbulo decía: “Ningún factor, entre los muchos que han contribuido a la decadencia de España, influyó tan perniciosamente […] como las sociedades secretas de todo orden”. El instrumento para aplicarla fue un tribunal especial, que funcionó hasta 1964. Álvarez Rey apunta que su documentación generó unos 65.000 sumarios.

¿Por qué fue Franco antimasón? “Hay varias teorías. Lo cierto es que era un ávido lector de literatura complotista”. También apunta el historiador un factor de rechazo familiar: “Su padre era miembro de una sociedad de librepensadores y su hermano Ramón [aviador], que al principio era mucho más conocido que él, ingresó en la masonería”.
Tras la derrota nazi en la II Guerra Mundial, el franquismo abandonó la propaganda antijudía, sobre todo a raíz de que salieran a la luz los horrores de los campos de exterminio. No obstante, Franco, con el seudónimo de Jakim Boor, publicó en el diario falangista Arriba, entre 1946 y 1951, varios artículos en los que mantenía el tono antisemita.
El 1 de octubre de 1975, a poco más de un mes para su fallecimiento, Franco, en su última alocución desde la plaza de Oriente, en Madrid, mantuvo su verborrea tras las protestas en otros países contra su dictadura, que se debían “a una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista”.
¿Qué queda hoy en España de esa aversión a judíos y masones? “Sigue habiendo sectores que señalan planes conspirativos porque es más fácil explicar los problemas basándose en un plan secreto que entender las verdaderas razones”, apunta Álvarez Rey. Sobre si lo que está cometiendo Israel en Gaza puede espolear el antisemitismo, cree “que la gente sabe distinguir entre un pueblo y lo que hace su Gobierno”.
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