Un piano que sobrevivió a Hiroshima recuerda a las víctimas de Nagasaki
El músico estadounidense Jacob Koller ofrece un recital en Japón con un instrumento que se salvó de la detonación y fue donado al restaurador Mitsunori Yagawa para promover la paz

Lo que más le llamó la atención de Japón fue la capacidad de escucha del público. “Incluso cuando tocaba en un restaurante, la gente mantenía una actitud de absoluto respeto hacia la música”, cuenta Jacob Koller (Phoenix, Arizona, 45 años) desde su casa de Kofu, en la prefectura de Yamanashi. En 2009, el pianista estadounidense fue recibido en Tokio con los honores de una joven promesa del jazz que venía de colaborar con Terence Blanchard y había disputado la final de la beca Cole Porter en Indianápolis. Tras su gira por el país nipón debía regresar a Estados Unidos, pero no lo hizo. Porque si algo se le daba realmente bien a Koller era improvisar. “El ambiente de Tokio me pareció tan diferente a lo que estaba acostumbrado que decidí quedarme”.
Entre giras y conciertos por Japón, Koller se enamoró, tuvo dos hijos y un buen día le salió un bolo en Hiroshima. “Necesitaba alquilar un piano y me dieron el contacto de alguien que podía ayudarme”, recuerda. Mitsunori Yagawa no era el típico proveedor con el que solía regatear los precios antes de una actuación. En su taller del barrio de Asaminami, el afinador japonés, toda una eminencia en su país, custodiaba siete pianos que habían sobrevivido al estruendo de Little Boy (la bomba atómica lanzada sobre la ciudad japonesa el 6 de agosto de 1945). “Tras una de las muchas conversaciones que mantuvimos, en 2021 me ofreció tocar uno de sus instrumentos en la Cúpula de la Bomba Atómica”, dice en referencia al esqueleto de hormigón ubicado en el hipocentro de la detonación, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad y símbolo de la devastación nuclear.
Este miércoles Koller se sentará frente a uno de estos pianos para conmemorar en Nagasaki el 80º aniversario de las bombas que arrasaron la ciudad, tres días después del infierno de Hiroshima. “Primero visitaremos la Escuela Primaria Shiroyama, donde murieron 1.400 alumnos”, explica el intérprete. “Y por la noche tocaré en el Brick Hall un programa que incluye obras clásicas del pianista Rentaro Taki, canciones populares antiguas, el himno For the Smiles of the Earth, de Ko Matsushita y Rest in Peace”, su particular tributo a los miles de víctimas que no pudieron ser identificadas. Habrá también tiempo para la improvisación. “Casi nunca leo partituras, prefiero dejarme llevar por la energía del momento”. Como aquel día, hace 16 años, en que decidió quedarse. “Hoy con más motivo”.

Para el concierto de 2021, Yagawa le prestó un piano coreano Horugel que aún conserva, incrustados en su madera fragmentos de vidrio de la explosión. “Tiene un sonido muy particular”, detalla Koller. “Los graves son muy profundos y resonantes, mientras que los agudos tienen un tono afilado, casi fantasmal”. Al principio, sus dedos no se hacían a las teclas. “Durante los ensayos los nervios se apoderaron de mí, no lograba gestionar la presión”. Algunos de los asistentes a la Cúpula se resistían a creer que fuera precisamente un músico estadounidense quien oficiara el homenaje a las víctimas. “Entiendo perfectamente que pensaran así, pero Yagawa me animó a que siguiera adelante. Me dijo que escuchara a mi corazón y confiara en mi talento”.
Desde entonces, Koller y Yagawa han colaborado en numerosos conciertos, incluida una actuación en el Estadio Nacional de Tokio frente a 65.000 espectadores. “Siempre me he declarado contrario a la guerra y desde la invasión estadounidense de Afganistán e Irak solo apoyo a políticos pacifistas”, confiesa el pianista, que acumula millones de reproducciones en su canal de YouTube. “En mis recitales con Yagawa abordo un repertorio de lo más variado, desde música popular japonesa hasta piezas clásicas, standards de jazz y temas compuestos por mí mismo”. Su último disco, Prelude for Peace, está dedicado a su mujer, Noriko, que falleció recientemente. “Antes de morir, me dejó un mensaje en el teléfono para que siguiera tocando para ella en el cielo”.
La mañana del 6 de agosto de 1945, el padre de Yagawa tenía 26 años y trabajaba como bombero. “Aunque fue alcanzado por la onda expansiva a 800 metros de la zona cero, salió milagrosamente ileso”, cuenta el restaurador de pianos por videoconferencia desde Hiroshima. “A mi madre, que estaba en casa, tampoco le pasó nada”. Él nació en 1952 y no tiene recuerdos de la guerra. “Mi padre empezó a beber con frecuencia y siempre se lamentaba: ¿qué sentido tiene haber sobrevivido?”. En el colegio, donde Yagawa aprendió a tocar el saxofón, un profesor le recomendó formarse como afinador de pianos. Le hizo caso y entró a trabajar en Kawai, una de las principales compañías de instrumentos musicales del país. “Con el tiempo fundé mi propia empresa, Yagawa Piano Factory & Workshop”, dice, y aclara: “Nunca intenté ser pianista”.
En 1998 llegó a su tienda el primer piano hibaku, que es como se conoce en Japón a los instrumentos vinculados con la bomba atómica y la memoria de las víctimas, conocidas como hibakusha. “El único requisito de la familia que lo donó fue que lo empleara para promover la paz”, relata Yagawa. “Arrancamos en 2001 con un concierto en Hiroshima y la respuesta del público nos sobrecogió”. Su aparición en prensa y televisión le permitió entrar en contacto con otros propietarios de hibakus. “Todos estos pianos necesitaban ser reparados, pero siempre me negué a restaurarlos con piezas modernas que los alejaran de su estado original”, afirma. “Me limité a darles una segunda vida ajustando la mecánica y preservando su condición de testigos de un capítulo fundamental de nuestra historia”.

Cualquiera que haga una reserva puede visitar los “pianos atómicos”, como los llama Yagawa, que a veces los decora con grullas de papel (orizuru) en señal de respeto. “Un instrumento que no emite sonido es una reliquia”, reflexiona el restaurador, de 73 años, que ha convertido su pequeño local en un acogedor museo. “Dos de los siete hibakus permanecen siempre cargados en mi camión, listos para salir de gira”. Solo este año habrá organizado 270 recitales y seminarios con ayuda de su equipo. En total, más de 3.500 actos en los que han participado, en este cuarto de siglo, artistas como Herbie Hancock y George Winston. “Yo me ocupo de transportarlos por carretera con un objetivo claro: que las nuevas generaciones aprendan que la guerra nunca es la solución”.
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