Seila Fernández Arconada, artista: “Conozco el poder mágico de crear de forma colectiva”
La creadora trabaja el arte en comunidades en conflicto. Actualmente, en Ucrania


Seila Fernández Arconada no es una artista que se proponga pintar un lienzo en un estudio que acabe en las paredes de un museo, sino una especie de activista del arte con los pies firmes en territorios complejos. Esta artista ecosocial y multidisciplinar nacida en San Felices de Buelna, Cantabria, en 1986, ha trabajado en lugares de la Amazonía, Colombia, China, Inglaterra, Países Bajos, Francia o Ucrania y defiende la creación como algo compartido. Hoy desarrolla el proyecto Río Dnipró: pertenencia ecosocial en tiempos de guerra. De todo ello ha hablado en Santander en un curso de la UIMP.
Pregunta. ¿Qué hace el arte fuera de los museos?
Respuesta. Mi gran foco de atención es cómo tratar las incertidumbres contemporáneas desde espacios intermedios que integren arte, ciencia y otras disciplinas para buscar otras formas de hacer e imaginar. Es ahí donde las prácticas artísticas tienen mucho que hacer.
P. ¿Por ejemplo?
R. El cambio climático, los conflictos, los impactos de las prácticas extractivas de la naturaleza. Busco crear espacios a partir de significados colectivos e idear imaginarios futuros tejidos con el ahora, imaginarios que hoy no son el foco de atención. Intento trabajar con científicos a partir de prácticas artísticas.
P. Vive donde crea, ahora mismo entre Berlín y Kiev.
R. Sí, desde hace dos años Berlín es mi campamento base y desde ahí me muevo a distintos países. A Ucrania fui por primera vez en 2016. Trabajé con activistas locales e internacionales en el Donbás en un proyecto que abordaba el posconflicto. Ya había muchísimos desplazados en Kromatorsk. Y desde 2022 seguir allí se ha convertido en responsabilidad. Son proyectos artísticos, pero también humanitarios, de apoyo mutuo.
P. ¿Por ejemplo?
R. Ahora mismo trabajo en un proyecto vinculado al río Dnipro. Trabajo mucho con cuerpos de agua, para mí es importante repensarnos desde el río y repensarlo como un ente que es testigo y que sufre esta guerra. Muchos en Ucrania no tienen agua potable. Trabajamos con niños que viven cerca del frente de guerra y lo hacemos con metodologías artísticas para acogerles en espacios de libertad y sanación que, aunque son temporales, les dejan un gran poso. Son campamentos en el oeste del país en los que pueden sentirse seguros dentro de la incertidumbre.
P. ¿Cómo están esos niños?
R. Vienen muy encogidos y asustados por lo que viven, muy dañados, sufren muchísimo y necesitan expresar. Tú los acompañas, aportas cariño para que se sientan escuchados y apoyados.
P. ¿El arte es terapia?
R. Hay arte terapia que está utilizando técnicas artísticas junto a la psicología. Yo soy artista, conozco el potencial y el poder mágico de crear de forma colectiva. No solo es crear significado, sino también una intención.
P. ¿Cómo logra integrar otras disciplinas?
R. En Somerset, en Inglaterra, trabajé con ingenieros, hidrólogos, investigadores del cambio climático y expertos en las inundaciones en esa zona de Inglaterra y entre todos creamos, también con la comunidad local. Construimos un barco que era una respuesta positiva al agua y tuvimos muchos encuentros relacionados con ello. Ese barco era parte de la identidad local y se trataba de trabajar y hacer crecer el sentido de pertenencia. Participaron gentes que no necesariamente hablan entre sí ni crean en un espacio común, desde ganaderos a activistas, para integrar imaginarios. No se trataba de crear actividades culturales, sino de fluir dentro de un sentido colectivo. Eso dejó grandes huellas, incluso algún cambio legal.
P. Usted nació en un pequeño pueblo de Cantabria. ¿Cómo surgió ese amor al arte? ¿Sus padres?
R. Mi padre trabajaba en una fábrica y mi madre trabajaba en un comedor escolar. Yo tenía inquietudes y mucha curiosidad, aunque no tanto interés en dibujar. Pero la asignatura de Artes Plásticas en el instituto con un gran profesor me llevó a estudiar Bellas Artes en el País Vasco y luego mi intuición hizo lo demás. No era la pintura, sino la curiosidad. Acerté con ello y a partir de ahí se trataba de intercalarlo de forma interdisciplinar.
P. Hemos empezado hablando del arte fuera de los museos. ¿Ve su arte en un museo?
R. He expuesto en Santillana y en la Fundación Botín. El arte puede suceder en el espacio público y volver al museo, el tema es cómo pensamos el rol del artista en la sociedad, si debe estar aislado en un estudio o ser parte de conversaciones más amplias. Las pautas artísticas crean conocimiento y deben entretejerse con otras disciplinas.
P. ¿Ve los museos como parte viva de la sociedad?
R. Sí, pero tienen que existir distintas prácticas también conectadas con otros mundos y eso no se da tanto en el mundo del arte contemporáneo. Hay una pata académica y otra en la sociedad civil. El espacio museístico tiene otras lógicas.
P. ¿Sus artistas de referencia?
R. No puedo elegir porque coexisten conmigo en mi mundo y porque el mundo del arte no es el único que me inspira, me inspiran momentos, personas muy diversas, yo respondo mucho al ahora. Mis compañeros de viaje son personas con talento con las que siento que estamos creciendo de forma conjunta.
P. ¿Cree que están haciendo algo que no existía?
R. Se están haciendo cosas que no existían, proyectos en los que no sabes el resultado final. Desde mis lógicas, debería haber libertad de crear a partir de la colaboración, y las instituciones van muy por detrás. Apostamos por un proyecto confiando en los artistas, dentro de los parámetros posibles y dejando que esa incertidumbre sea parte del proyecto.
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