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Vestimentas de diseño, fajas y marcapáginas: los libros también entran por los ojos

La novelista y ensayista Jhumpa Lahiri reflexiona en un ensayo sobre los impactos y las zozobras que las cubiertas tienen en los autores de los libros

Visitantes recorren el puesto de Penguin Random House en la Feria del Libro de Leipzig.
Mar Padilla

Primero es apenas una idea, un sueño. Luego el tiempo pasa —meses, años, una vida entera— y ya está escrito. Y si ese compendio de palabras encuentra una editorial donde publicarse, empieza un proceso que transformará esa nebulosa en un artefacto material al que hay que ponerle las cubiertas: cubierta (o portada), lomo, contraportada. A ese objeto se le envuelve muchas veces con textos promocionales, se le rodea con una faja y lleva un marcapáginas como complemento. Son las vestimentas del libro, un trabajo editorial prácticamente invisible para el gran público, pero que tiene mucho peso.

“Para mí este es el mejor oficio del mundo”, afirma Marta Borrell, directora creativa de Penguin Random House. En su caso, la creación de la vestimenta se inicia a partir de una serie de reuniones entre el equipo editorial, el de marketing, el de diseño y el comercial, donde analizan al autor o la autora, el contenido del libro, los mensajes, el género literario y públicos posibles.

“A partir de ahí, empezamos a pensar cómo ha de verse ese libro”, afirma Borrell. Y aunque el suyo es un grupo editorial muy grande, consultan a la persona que firma la obra. “Unos dan mucha libertad, otros tienen claro lo que quieren, o no. Pero es importante. Van a estar haciendo promoción, y tiene que gustarle cómo ha quedado su libro”.

La escritora Jhumpa Lahiri, en 2019.

Bo Diddley cantaba You Can’t Judge a Book by the Cover (No se puede juzgar un libro por su portada) pero a veces no es así: la compra de un libro puede estar influenciada por su portada. Por eso hay autores a los que la vestimenta de sus obras le quita el sueño. Como a la novelista y traductora anglo-india Jhumpa Lahiri, que en El atuendo de los libros (Gris Tormenta, 2025) reflexiona sobre las alegrías y las zozobras que proporcionan las cubiertas.

De pequeña, cuando iba a fiestas de otras familias bengalíes, a Lahiri la obligaban a llevar el vestido típico indio, lo que le hacía sentir “el peso de una identidad impuesta”, escribe. Luego, en la treintena, descubrió que sus libros iban a ser vestidos por otros para presentarse al mundo. “Una buena cubierta es halagadora. Me siento escuchada, comprendida. Una mala cubierta me parece un enemigo, no lo soporto”, afirma.

Para Lahiri, autora de medio docena de obras traducidas a una veintena de idiomas —lo que supone un centenar de portadas diferentes de su propia obra—, “la cubierta es superficial, ínfima e irrelevante respecto al libro”. Y, a la vez, “la cubierta es una pieza vital del libro”. “Hay que aceptar el hecho de que estas dos oraciones son verdaderas”. En ese juego, ella apuesta por la uniformidad, el libro casi desnudo.

Modelo AC/DC

Hasta cierto punto, es posible que en la editorial Dirty Works apoyen esa idea del uniforme. Al fin y al cabo, todos sus libros —excepto uno— tienen la cubierta negra y una ilustración en el centro (su ilustrador de cabecera es Antonio J. Moreno, alias El Ciento). “Está planeado así desde el principio. Nos dimos cuenta de que teníamos que crear una estética molona, que nos distinguiera, y que funcionase con todos los libros. Es que entras en una librería y hay millones”, explica Nacho Reig, uno de los fundadores de la editorial.

Fajas que envuelven los libros con frases y citas de otros autores, llamadas 'blurbs'.

Reig dio con la estética para Dirty Works sumando dos inspiraciones: la portada del disco Back in Black, de AC/DC, y los viejos catálogos de ropa de los años cuarenta, llenos de ilustraciones de los productos en venta: botas, vestidos, sombreros...

En Libros del KO, en cambio, apuestan por la variedad. Para esta editorial especializada en obra periodística, sus dos parámetros básicos son la tipografía y el logo editorial, pero, partir de ahí, “cada libro es un mundo”, según María O’Shea, del equipo de este sello.

Tal vez es porque para ellos el trabajo mano a mano con el creador de la obra es importante. “Intentamos hacer las portadas y los textos en sintonía con la autora o el autor, porque comprendemos que el libro es como un hijo para ellos”, afirma O’Shea. Pero dan mucha cancha a los diseñadores. “Confiamos en los portadistas porque sabemos que van a tener mejores ideas que nosotros”.

Estantes de la librería La Casa del Libro, en la Gran Vía, Madrid, en 2023.

El diseñador Jordi Duró siente en carne propia esos aires de nueva libertad. Su labor con Anagrama, Libros del Asteroide, L’Altra Editorial o con Penguin le dan una buena perspectiva. “Los responsables de las editoriales cuidan mucho más el libro actualmente, también como objeto. Se nos permite usar papeles especiales, solapas… Ahora puedes pedir cosas que antes eran imposibles”, afirma. La tesis de Duró es que esto se debe a que hay mucha competencia, a que las personas lectoras son cada vez más sofisticadas y a que el libro está adquiriendo un símbolo de estatus. Es ahora un flamante objeto preciado.

Texto vende texto

Pero no nos engañemos, el objetivo de la vestimenta es presentar para vender. “En eso, las mejores cubiertas son las que dan una imagen abierta. Las que dan algo que resuena, que te da ganas de darle la vuelta al libro y mirar la contra. Ahí ya estás empezando a leer el libro”, explica Duró.

A la hora de escribir los textos que deben convencerte para que te lleves el ejemplar —conocidos como blurb en la jerga editorial, muchas veces ubicados en la contraportada o en la faja del libro— el editor Antonio López Lamadrid, de Tusquets, solía mostrar “cierta preferencia por los que incluían las palabras sexo o violencia, juntas o por separado”. Lo recuerda el editor Miguel Aguilar en el prólogo de Cien palabras a un desconocido (Gris Tromenta, 2025), escrito por Louise Willder, una redactora publicitaria que ha escrito blurbs para más de 5.000 libros.

Según Willder, hay contraportadas y fajas con textos de promoción perfectos, como “Mentiroso, psicópata, asesino. Este es Tom Ripley”, en la novela de Patricia Highsmith, o “La República de Gilead permite a Defred solo una función: reproducirse”, en El cuento de la criada, de Margaret Atwood.

Son textos que van acompañados a veces de elogios de críticos literarios o de otros autores. Uno de los primeros que usó esa táctica fue Walt Whitman. Un día recibió una halagadora carta del escritor Ralph Waldo Emerson sobre su libro de poemas Hojas de hierba e hizo imprimir un extracto de la misiva que decía “le felicito al inicio de una feliz carrera”.

A la hora de acabar la indumentaria del libro, el marcapáginas es un complemento que muchas editoriales incorporan al ejemplar. En el pasado se usaban trozos de pergaminos, tela o pieles para seguir el rastro de la lectura. Hoy muchos elementos pueden ejercen esa función: una foto, una entrada de un espectáculo, una postal o un billete de transporte. Pero hay otros. En Breve historia del marcapáginas (Fórcola, 2020), Massimo Gatta revela que en el siglo XVII el bibliotecario y erudito Antonio Magliabecchi, de Florencia, cuando se veía forzado a interrumpir la actividad de leer y marcar la lectura, usaba lo primero que tenía a mano. Por ejemplo, una rodaja de salami o una sardina salada.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).
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