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CONCIERTOS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Blackpink: Pop multicolor para endulzar un estadio

El cuarteto surcoreano de K-pop ofreció en el Olímpico de Barcelona un ‘show’ vistoso y colorista aunque no muy original

Blackpink

Estaban a punto de comenzar los bises tras unas dos horas de concierto y la actividad siguió. No se trataba de aplaudir y gritar para solicitar la vuelta al escenario del grupo, sino de ejercer de público a la coreana, siendo activo y pautado. Una docena de canciones, la mayor parte de las cuales habían desfilado por escena, volvieron a sonar en fragmentos solo para que las cámaras captasen cómo el público las coreografiaba, calcando los movimientos de sus estrellas. Nada de parejitas embelesadas y personas sonriendo, o no, al verse captadas, todo el mundo a contonearse y bracear dando apoyo al proyecto.

Esto es ser fan de Blackpink, casi una militancia que el público acepta gustoso configurando el fenómeno del K-pop, el pop coreano, una meditada estrategia que la noche del sábado llenó el Estadio Olímpico de Barcelona, 51.000 personas, en una de las pocas citas que el cuarteto ha ofrecido en Europa durante su gira mundial. Y el triunfo estuvo, es de imaginar, a la altura de los cálculos.

La locura se encendió desde el principio, incluso antes de iniciarse el espectáculo. Y es que las seguidoras ya iban equipadas para la coreografía, portando unos martillos rosas y negros con cabeza rematada por corazones que iluminados darían color al estadio. Cándidos Coldplay, gastando dinero en pulseritas para igual fin mientras que Blackpink, o YG Entertainment, la empresa propietaria del grupo, ya había ganado los 50 euros, o 75 si se compraba en el recinto, que costaba la muestra de adhesión al grupo, que casi todo el mundo enarbolaba.

Concierto del grupo de K-pop Blackpink, en París el 4 de agosto.

Si el fan es imprescindible en el pop occidental, en el coreano es nuclear, y el fan es el destino de la reiteración constante de canciones, pues antes del concierto sonaron un ramillete de éxitos del grupo, en un gesto que no se da en conciertos occidentales, donde la música del protagonista no suena hasta que este la interpreta en escena. Todo está previsto, todo está bajo control, no hay detalle al albur y el éxito, llámese venta de discos, de simbología comercial o entradas para conciertos, es el resultado de muchos cálculos y de una ingente cantidad de trabajo formando a estas estrellas en férreas academias musicales en las que los aspirantes nada hacen sin permiso. Tampoco después. Como un cruce entre la Motown y una academia de talentos con disciplina militar, pero a lo asiático y controlando todas las áreas de negocio. Unos tres años de formación y evaluación continuada antes de presentar el producto al público.

El paso de Blackpink se ajustó al de un artículo testado con éxito en un mercado global. De inicio a fin el show funcionó como un mecanismo en el que la música pop, con base en el hip-hop, derivaciones dance y espacios para las baladas, las primeras y muy edulcoradas a cargo de la cantante Jisoo, forman una base sonora sincrética que hace evolucionar las canciones. Así Kill This Love, primer tema del concierto, tenía una base de regusto hip-hop, pero luego se abría en balada convencional, mientras Jump, último sencillo que sonó no menos de cuatro veces en el concierto, tiene un calambre electrónico de regusto rave con aires de hip-hop y remate pop. Macedonia de estilos, frecuentes variaciones melódicas en cada canción y cuatro estrellas para ofrecer al público distintos modelos de emulación y/o identificación. Hay donde escoger. Y siempre transmitiendo la sensación de que si no gusta lo que hay puede haber otra cosa: si existe demanda ya se atenderá. Era fácil pensar que más que espectadores en el estadio había clientes.

El concierto, dividido en cinco actos, permitió ver a las cuatro estrellas tanto por separado —adelantando sus carreras en solitario, hay que testar el futuro—, como juntas, mostrando un aire entre ingenuo y picarón reforzado por el aspecto aniñado de Jisoo, la más cercana a la balada cursi; Lisa, más atrevida y dominadora; Jennie, que con Like Jennie puso en solfa al estadio, y Rosé, camiseta de Red Hot Chili Peppers y la canción APT, en disco junto a Bruno Mars, que el público seguía cantando con ella fuera del escenario. La fuerza de la viralidad. Cuerpos normativos ajustados a los cánones de belleza coreana, coreografías milimetradas aunque no originales, uso del coreano en algunas piezas, imaginario visual estadounidense (Las Vegas, desierto, automóviles), ambientaciones cromáticas específicas para cada una de las cantantes y temperamento de colegialas casi tímidas al saludar a la multitud tras el tercer tema, How You Like That. Sonido directo, aunque había voces reforzadas y coros pregrabados, pero músicos ocultos tras la megapantalla y que fueron presentados.

Lo que igual no era previsible fue el ritmo entrecortado del show, en cuyos interludios se mostraba hasta la saciedad a las cuatro estrellas haciendo morritos en una gasolinera o posando con equívoca ingenuidad. Hasta la presión del público bajaba en esos minutos de vídeo que buscan la retención de individualidades y la creación de una estética que emular, un modelo que seguir, una forma de vivir, un paradigma visual, algo en lo que gastar. Tampoco el espectáculo brilló por su originalidad, pero es que más que nunca el sujeto, las cuatro cantantes, era lo único importante, inicio y fin de todo, motor de la final explosión con temas como Boombayah, DDU-DU DDU-DU, As If It’s Your Last o, otra vez, Jump. Y ellas, casi al final, ejerciendo de chicas normales haciéndose un selfi con el fondo del estadio moteado en rosa por los martillos que la asistencia movió de inicio a fin del show, un símbolo de adhesión a la causa rosa y negra.

Ya se había hecho antes, desde los tiempos de The Monkees hasta las Spice Girls o Backstreet Boys, los grupos procesados no son novedad, pero si bien antes eran por lo general iniciativa de profesionales vinculados a la música, ahora son empresas del entretenimiento con divisiones en todos los ámbitos del mundo del espectáculo las que nutren nuestro imaginario sonoro y visual e impulsan el K-pop, incluso con apoyo gubernamental, para crear la banda sonora del futuro global. Ese que se citó en el Estadio Olímpico con un público muy dispar en cuanto a origen social y geográfico —profusión de asiáticos—. Les unifica el culto al nuevo pop, caramelo multicolor en múltiples formatos para escapar de tiempos en tono estaño. Ya mandan grupos musicales de empresa y presidentes de nación que son empresarios.

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