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Macarrones contra el fascismo: por qué la pasta es un símbolo de resistencia en Italia

La ‘pastasciutta antifascista’, que se celebra el 25 de julio, conmemora la caída del régimen con un plato considerado enemigo por la dictadura de Mussolini

‘Pastasciutta antifascista’
Tiziana Trotta

En una icónica escena de la película Un americano… de Roma (1954), del director Steno, el protagonista, interpretado por Alberto Sordi, se enfrenta cara a cara a un plato de espaguetis. “Macarrón, me has provocado y ahora te voy a comer”, le dice antes de hundir el tenedor en una ensaladera repleta de por lo menos medio kilo de macarrones. Su personaje se siente fascinado por todo lo que viene de Estados Unidos. Pero delante de un plato de pasta no se puede resistir. Escupe el pan con mostaza —“esto, para el gato”, dice— y sumerge la cara en el bol. La imagen cumple con todos los tópicos de la italianidad de mediados de los cincuenta, muchos de los cuales han resistido intactos en el imaginario colectivo hasta hoy en día.

Sin embargo, apenas una década antes, el fascismo tenía una idea distinta de lo que tenía que ser el verdadero hombre italiano. Y el fascista de manual no comía pasta. El régimen lo consideraba una moda extranjera, algo que no encajaba con el espíritu rural y nacionalista del hombre nuevo que teorizaba, e intentó obstaculizar su consumo, con escasos resultados. Cuando el 25 de julio de 1943, Benito Mussolini, el Duce, es arrestado, hay quien sale a calle para celebrarlo comiendo un plato de macarrones, en un gesto de desafío a la cultura que la dictadura intentaba inculcar. Nace así la pastasciutta antifascista, una tradición que se ha recuperado en las últimas décadas.

Adolf Hitler (primero por la izquierda) y Benito Mussolini (a su lado) comen con oficiales alemanes en la localidad italiana de Saló, en una imagen sin fechar.

Entre el 26 y el 27 de julio de 1943, la noticia del derrocamiento del régimen fascista comienza a circular lentamente. Una familia de campesinos de la provincia de Reggio Emilia, en el noreste de Italia, prepara kilos y kilos de macarrones con agua y harina, los adereza con queso y mantequilla comprados a crédito en una lechería, los guarda en bidones de leche y los lleva a la plaza del pueblo para celebrar con los vecinos la caída de la dictadura y lo que se creía el final de la guerra. Alcide Cervi, el patriarca de esa familia, se une a la resistencia junto con sus siete hijos, quienes acaban fusilados pocos meses después.

“La pasta era un plato inusual para nuestra tierra. Ese momento espontáneo fue a la vez un gesto de solidaridad en una época de guerra y de racionamiento y un desafío político”, explica Mirco Zanoni, coordinador cultural del Instituto Alcide Cervi de Gattatico, un centro de investigación sobre el fascismo y la resistencia. “El 25 de julio y los días siguientes, todos los controles saltaron por los aires y la gente pudo expresar libremente su disconformidad no solo con el fascismo, sino sobre todo con las condiciones en las que se encontraba el país por culpa de la guerra”, añade.

Esos macarrones quedaron durante muchos años confinados en la memoria local hasta que a mediados de los noventa el Instituto Cervi resucitó la iniciativa. “Empezamos casi como un juego para recordar la caída del fascismo, pero luego ha ido creciendo año tras año. Se han ido sumando otros amigos, organizaciones, asociaciones de partisanos, museos, simples ciudadanos… hasta convertirse en una nueva tradición, con alrededor de 300 eventos de todas las dimensiones celebrados el mismo día, incluso en el extranjero”, dice Zanoni. Para celebrar el antifascismo no hace falta recrear la receta original de la familia Cervi. Cualquier tipo de pasta —industrial o casera— vale, aliñada como sea.

“Ya no existe el partido fascista como tal, pero las razones por las que nació el fascismo siguen existiendo, no solo en Italia, por eso hay que seguir vigilantes y mantener vivo ese espíritu de fraternidad que representa el antifascismo”, asegura el asesor cultural del Instituto Cervi. En su opinión, comer pastasciutta es un gesto “liberador”, para reivindicar los valores democráticos y la solidaridad, que se puede aplicar a cualquier circunstancia.

Los macarrones de la familia Cervi son “más una celebración que una rebelión en sentido estricto”, opina el profesor Alberto Grandi, autor de La cocina italiana no existe. “Fue una especie de fiesta popular hecha con lo que tenían. Pero utilizaron un producto que también tocaba la fibra sensible del imaginario cultural del fascismo”, añade.

Los macarrones, un plato no tan italiano

En mayo 1938, Adolf Hitler viaja a Italia para reunirse con Mussolini. Cuando se sientan a la mesa, el Duce come pechuga de pollo. El Führer, en cambio, pide pasta. El cocinero se pasa de cocción para que esté blandita y que se ajuste más, a su juicio, al paladar alemán. “Por aquel entonces, ya era un producto reconocible para los italianos, pero solo después de la II Guerra Mundial asistimos a un verdadero bum de los macarrones”, explica Grandi, profesor de Economía en la Universidad de Parma y experto en historia de la alimentación.

Celebración de la 'pastasciutta antifascista', en el Instituto Cervi, el 25 de julio de 2023.

“Los italianos, en su mayoría, conocieron la pasta en América y luego, cuando muchos de los migrantes regresaron, se convirtió en el plato nacional. El fascismo consideraba los macarrones una especie de moda americana importada, pero los italianos se enamoraron de ellos”, continúa el académico. Los estudios de Grandi han levantado varias ampollas en Italia. Hasta la nieta del Duce, Alessandra Mussolini, ha llegado a acusarle de frivolidad, incongruencia y falta de patriotismo.

El consumo de pasta en Italia entre las dos guerras mundiales se sitúa en unos 20 kilos per cápita, alrededor de la mitad de los 45 kilos actuales. Entre 1925 y 1926, el fascismo intenta reducir la importación del trigo, indispensable para la elaboración de los macarrones, y para reequilibrar la balanza comercial lanza una campaña en favor del consumo de arroz producido en Italia.

Platos de 'pastasciutta antifascista', en una imagen cedida por el Instituto Alcide Cervi, de Gattatico, en 2023.

“En la retórica ruralista del fascismo, los italianos siempre habían comido verduras, polenta —gachas de harina de maíz—, sopas, pero no macarrones”. El movimiento futurista llega incluso más lejos y culpa a la pasta de ser la responsable de convertir a los italianos en pacifistas y neutralistas, ya que es difícil de digerir y la pesadez de estómago puede ofuscar el pensamiento racional. A pesar del empeño de las instituciones en favor del arroz, su consumo permanece relegado a las zonas de producción, en el norte del país. Al sur de Roma, sigue siendo algo desconocido hasta después de la guerra. “El fascismo siempre ha intentado condicionar profundamente la dieta de los italianos con la intención de construir el nuevo hombre, el italiano guerrero. Intentó oponerse al consumo de pasta por todos los medios, pero no lo consiguió. Fue uno más de los muchos fracasos del régimen”, resume Grandi.

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Sobre la firma

Tiziana Trotta
Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, principalmente en Planeta Futuro y en la Mesa Web. Es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad de Urbino (Italia), Máster en Ciencias Históricas, Filológicas y de las Religiones por la Universidad Sorbona (Francia) y Máster de periodismo de EL PAÍS.
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