Madrid se entrega a la fiebre del k-pop de la mano de Stray Kids: “Es mi camino a la felicidad”
La banda surcoreana, uno de los grandes exponentes del género, congrega a cerca de 55.000 personas llegadas de todo el mundo en el concierto más multitudinario hasta la fecha de un grupo de pop coreano en España


La música arranca con fuerza y un “boom boom chk chk boom” en la voz de un joven despierta una ola de gritos desenfrenados. Más de alguna persona llora mientras pega saltos o abraza a alguna amiga. Lo que sale del interior del Estadio Metropolitano de Madrid es la canción Chk chk boom del grupo de k-pop Stray Kids, uno de los más grandes exponentes del género. Son las tres de la tarde de este martes, las puertas del recinto permanecen cerradas y faltan más de cinco horas para el concierto de los surcoreanos en la capital española. Pero el sonido grave del ensayo técnico basta para que miles de fans canten, bailen, griten y se sequen las lágrimas en la explanada del estadio. Con el paso de las horas llegarán miles más hasta convertirse en un grupo de cerca de 55.000 personas venidas de todo el mundo y dispuestas a disfrutar del concierto más multitudinario de un grupo de pop coreano hasta la fecha en España.
Los ocho jóvenes surcoreanos que forman la banda, que no superan los 30 años de edad, han aterrizado en Madrid como parte de una gira europea que ya pasó, con el mismo éxito, por Londres, Fráncfort y Ámsterdam. Acumulan más de 31 millones de seguidores en Instagram y casi 11 millones de oyentes mensuales en Spotify. Pero más que sus números, lo que verdaderamente los hace especiales, como a los otros grandes grupos de k-pop, es el fanatismo intenso que generan. Paralizan el tráfico allá donde van y arrastran con ellos a una comunidad global de intensos seguidores.
En el Metropolitano, convertido en centro de peregrinación multicultural, son casi todas mujeres, la mayoría adolescentes o jóvenes que no rebasan los 30. Visten con ropas inspiradas en canciones de la banda y llevan una legión de pequeños peluches adornando sus bolsos. Quien no baila se refugia con alguna sombrilla mientras come un bocadillo o hace la larga fila —cerca de 40 minutos de espera— para comprar el merchandising oficial. Hay camisetas de 55 euros, pantalones de 75, gorras de 40 y palos de luz —una parte esencial de la puesta en escena de los artistas del k-pop y todo un éxito entre los fans— de 75. ¿Es caro? “Sí, y tampoco es de buena calidad, pero es lo que hay”, responde Haize, una joven de 18 años que, junto con cuatro amigas, ha viajado desde Bilbao —”¡Desde Barakaldo, pon que de Barakaldo!”— al concierto. Presume, eso sí, de su recién comprada camiseta, negra, 100% polyester, estampada con el logo del grupo.






¿Pero qué tienen estos ocho jóvenes de menos de 30 años para movilizar a tanta gente por su paso? “No lo sé, lo mismo preguntan nuestros maridos”, dice y ríe Marisa Pazo, de 51 años, que ha viajado desde Sevilla al concierto con un grupo de amigas de su edad. “Hay que subir un poco la media”, bromea. Su hija María Isabel Ventura, la joven del grupo, con 24 años, le ayuda: “Porque bailan bien, cantan bien y son muy guapos”. Pero para los fans más intensos, esos que lloran al escuchar la canción de su grupo favorito, la cosa va mucho más allá. “Yo era muy insegura, estaba muy aislada y gracias a esto empecé a encontrar mi estilo y seguridad. Yo los definiría como mi camino a la felicidad, a encontrar lo que me gusta y me apasiona”, cuenta Xana Pavón, de 18 años. Ha seguido al grupo desde su surgimiento en 2018 y venir a verlos significa para ella vivir “uno de los mejores días” de su vida.
Otras, como la brasileña de 19 años Gabriella Miranda, no matizan nada: “Es el día más feliz de mi vida”. Viajó desde Brasil con una amiga solo para el concierto de su grupo favorito. Lleva más de 2.500 euros gastados, pero lo valen porque, explica, el grupo le hace “sentir que somos libres para vivir tal cual somos”. Como ellas, muchas más vienen de lejos y comparten sentimientos. A veces no hace falta ni compartir idioma para entenderse. Aunque para los nuevos en esto, eso sí, hace falta ir diccionario en mano para entender el léxico del género. Aquí lo que hay son kpopers (fans), siguiendo a sus idols (artistas) o a su bias (el artista favorito del grupo).
Risa da Silva, suiza de 25 años, va rodeando el estadio y regalando objetos a quien se encuentra. “¿Freebies?”, pregunta con una sonrisa. Y no hacen falta más palabras para que le entiendan, la abracen y se fotografíen con ella. Los famosos freebies no son más que pequeños regalos —chapas, tarjetas, llaveros, peines y toallitas personalizadas— que los fans del k-pop intercambian o distribuyen entre sí, especialmente en conciertos como este.
Los de Da Silva hoy: stickers, fotocards con los rostros de los protagonistas y pulseritas de distintos colores que ella misma ha hecho y perfectamente empacado en una bolsita con una foto del grupo dentro. Las reparte como si no hubiera mañana. ¿No se te van a acabar pronto? “Bueno, tengo 400”, responde en inglés. Horas de empeño previas para poder “hablar con gente con la que de otra forma no hablaría”. A las dos amigas que la acompañan en el recorrido —portuguesas ambas— las conoció años atrás en un foro online de k-pop. Porque también de eso va este fenómeno: de interactuar, conocer gente y hacer amigos.

Victoria Niewies, polaca de 25 —sobra decir que ha viajado a Madrid para esto—, revela un poco el secreto: “Lo que pasa es que los artistas de k-pop conectan con la gente. Es algo que no hacen los artistas occidentales. Esta es una relación muy honesta y real y eso hace que entre fans conectemos”. Y es que lo de Stray Kids es solo una pata de un mundo que no se cansa de pulverizar récord tras récord en la industria de la música y arrastrar a una comunidad que se cuenta por millones allá por donde vayan. Ahí están BTS y Blackpink —que pasará por Barcelona en agosto—, los reyes del género, o EXO, Seventeen y Twice.
El sentido de comunión que su música genera también se palpa en las inmediaciones del estadio. Bajo el sol se organizan rondas de baile en las que suenan 30 segundos de alguna canción de k-pop y quien la conoce baila una coreografía específica. No se conocen entre ellos, pero comparten movimientos y después risas. “Es la mejor comunidad que puede haber. Es lo que me ha moldeado: mi forma de vestir, de pensar, mis amigos. El k-pop es mi vida”, dice Bianca Martina. Vino de Portugal a ver al grupo y a “hacer amigas”. No le será difícil. A cinco horas del concierto ya ha intercambiado número con ocho personas.
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