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El preocupante estado de las salas de concierto: del ‘boom’ al ‘crac’ en apenas tres décadas

El desprendimiento de una pieza metálica del techo del Gran Teatro de Córdoba durante un ensayo revela las precarias condiciones de trabajo de varias orquestas que, como la Sinfónica de Galicia, reclaman una sede propia o la renovación urgente de sus instalaciones

El Gran Teatro de Córdoba.

Hace dos meses, la Orquesta de Córdoba tuvo que interrumpir un ensayo después de que un objeto pesado cayera a plomo sobre el escenario del Gran Teatro. Al final del primer movimiento del Concierto para violonchelo de Lalo, los músicos dejaron de tocar al escuchar un ruido extraño procedente del techo de la concha acústica, de donde se desprendió una funda de motor del sistema de iluminación que impactó en el suelo, a pocos centímetros del director Salvador Vázquez. “Fue un milagro que no hiriera a nadie”, comenta Rafael Martínez, trombonista de la formación y presidente de la plataforma Auditorio para Córdoba, que esa misma tarde del 8 de mayo tenía previsto presentar su manifiesto: “Reclamamos un espacio digno que ponga fin a las limitaciones técnicas, acústicas y de aforo que afectan a la calidad de los conciertos”.

El incidente, aunque quedó en un susto, puso el foco sobre las precarias condiciones de trabajo de muchos músicos profesionales en España. “Estamos hablando de un teatro que se inauguró en 1873 y que no está pensado para el repertorio sinfónico, por lo que arrastra una larga lista de ineficiencias, con zonas mal habilitadas que en algunos casos, como se ha demostrado, llegan a poner en riesgo la seguridad de los trabajadores”, denuncia Martínez. El vídeo del ensayo, que se viralizó en redes sociales, ha dado visibilidad a sus demandas, con casi 3.000 firmas recogidas desde entonces y el apoyo del Consejo del Movimiento Ciudadano, al que se han sumado varios artistas. “Es una incongruencia que Córdoba tenga una orquesta profesional y estable desde hace 33 años, y que sea la única formación andaluza de este nivel sin sede propia”.

En los años noventa la construcción de auditorios se acuñó como eslogan de las políticas culturales autonómicas. Muchos gobiernos regionales de la época invirtieron con ambición, y no poca prisa, en equipamientos destinados a proyectar una imagen de modernidad y excelencia. “Había un gran déficit cultural que corregir”, aclara Pilar Parreño, secretaria de la Asociación Nacional de Músicos Profesionales de Orquestas Sinfónicas (AMPOS). “En muy poco tiempo, España pasó de tener una infraestructura musical escasa y anticuada a contar con su propia red de orquestas”. Hoy existen 27 formaciones sinfónicas de titularidad pública, muy lejos aún de las más de 120 que operan en Alemania. “En todas partes se inauguraron auditorios y teatros de ópera que por su diseño, capacidad y potencial nos acercaron un poco a Europa”.

Tres décadas después del boom de las salas de concierto, han empezado a aflorar las grietas del crac ocasionadas por la dejadez institucional, las negligencias en la gestión y los recortes: filtraciones, problemas de accesibilidad, maquinarias obsoletas, gastos desorbitados de mantenimiento y programaciones poco atractivas han puesto en evidencia las carencias de un modelo de descentralización a la francesa que, en demasiadas ocasiones, no contempló su viabilidad a largo plazo. “La masiva inversión en auditorios no fue acompañada por planes de sostenibilidad y adecuación técnica”, señala Parreño. “Además, muchas de estas instituciones no cuentan con presupuestos suficientes. Construir es la mitad de la batalla: el verdadero reto consiste en mantener en pie el proyecto artístico incluso cuando todo lo que debería sostenerlo falla”.

El caso más flagrante lo encontramos en el Palacio de la Ópera de A Coruña. Inaugurado en 1989, el edificio y sede de la Sinfónica de Galicia acumula desde hace años problemas graves que van desde goteras persistentes y desprendimientos en la sala de cámara hasta la presencia de gas radón en los camerinos, dado que el edificio de Manuel Gallego Jorreto fue construido sobre una antigua cantera. El fallecimiento, en un breve intervalo de tiempo, de dos músicos de la orquesta a causa de tumores cerebrales hizo saltar las alarmas. “Aunque los informes técnicos no encontraron una relación directa, cundió el pánico entre los músicos”, recuerda Alex Salgueiro, fagotista y miembro del comité de empresa del conjunto. “Desde entonces, evitamos andar por los sótanos y estudiamos en las antiguas oficinas, adaptadas por nosotros mismos”.

El director de la Orquesta SInfónica de Galicia, Fabian Panisello, durante el concierto RESIS.

La situación se ha visto agravada por la falta de entendimiento de la orquesta con la empresa concesionaria Comar, cuya actividad principal, vinculada a los casinos y las casas de apuestas, parece muy alejada de las necesidades reales de los músicos. “Poco a poco se nos ha ido restringiendo el uso de espacios antes disponibles, como salas de reuniones o camerinos, con el coste adicional que eso supone y que hemos conseguido minimizar gracias a un convenio con el conservatorio”, se queja Salgueiro. “Durante la pandemia, para garantizar las medidas de seguridad, nos trasladamos temporalmente al Coliseum. Nos llevaron a juicio por incumplimiento de contrato y acabamos pagando por algo que no utilizamos. Además, la concesión, que vencía en 2038, fue ampliada seis años más como contrapartida por las obras de reparación de la cubierta”.

El músico cuenta en una cafetería frente al Palacio de la Ópera que esta lógica de explotación privada no encaja con los criterios de exigencia artística de la orquesta. “Pagamos más de un millón de euros en concepto de alquiler por un edificio que no cumple con los mínimos estándares de calidad y seguridad”. Algunos solistas y directores con movilidad reducida han tenido que acceder a la sala por la zona de carga y, en cierta ocasión, una plancha de la concha acústica, propiedad del consorcio, cayó cerca de un músico. “Desde entonces, un informe técnico desaconseja su uso por riesgo de desprendimiento”, dice Salgueiro. “La única solución pasa por construir un nuevo auditorio en los terrenos portuarios de San Diego-Calvo Sotelo. Todos los partidos están de acuerdo, pero de momento no hay calendario. solo promesas”.

En 2019, el Palau de la Música de Valencia echó el cierre para corregir los fallos estructurales en el techo de la sala principal. Las obras de rehabilitación, presupuestadas en 12 millones de euros, se prolongaron hasta 2023. Durante ese tiempo, los músicos de la Orquesta de Valencia tuvieron que ensayar en otra sala, en la García Navarro. “La programación no se adaptó a las nuevas condiciones de trabajo, por lo que desde Comisiones Obreras alertamos sobre el riesgo para la salud de los músicos”, recuerda Parreño, que es también violista de la orquesta valenciana. “Estos espacios reducidos pueden producir fatiga auditiva, traumas acústicos y tensión muscular. En este caso se trató de una medida provisional, que no tuvo demasiadas consecuencias, pero conozco formaciones españolas en las que la situación es verdaderamente lamentable”.

Un mes antes de la reapertura del edificio valenciano, proyectado por José María de Paredes a mediados de los ochenta, se detectaron nuevas filtraciones en la ampliación del auditorio que afectaban a los camerinos, despachos y zonas de archivo, según un informe de mantenimiento municipal. “Hay documentación gráfica que demuestra que estos problemas se conocían y no se acometieron, con el consecuente agravamiento”, explicaba su director Vicent Llimerà nada más asumir el cargo, solo unas semanas antes de la reinauguración de la sala. “La aprobación de fondos requiere de una serie de pasos administrativos. Mientras no haya lluvias torrenciales, no habrá de qué preocuparse...”. Sin embargo, la devastadora DANA del año pasado hizo estragos y obligó a revisar el plan de intervención, que, a falta de recursos, no se pondrá en marcha hasta 2027.

El sistema de climatización falla en Valencia

En el vecino Palau de Les Arts están acostumbrados a lidiar con este tipo de desafíos. Su gran caballo de batalla es la sostenibilidad energética del templo de Calatrava, como demuestran los cerca de dos millones de euros que alcanzó la factura de electricidad durante la temporada que coincidió con la invasión de Ucrania. “El sistema de climatización, que funciona con ventiloconvectores y un circuito de agua que incluye bombeo desde el puerto, se lleva el 50% de nuestro gasto energético”, detalla Jorge Culla, director general de la Fundación del Palau. “El precio de las cuatro máquinas que tenemos previsto comprar, en sustitución de las antiguas, hay que multiplicarlo por dos debido a los elevados costes de la instalación y el montaje, pieza a pieza, a través de los óculos de las piscinas del complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias”.

Actuación de la Zarzuela ‘Pan y toros’ de Asenjo Barbieri en el Palau de les Arts de València.

De sus 30 millones de presupuesto, el Palau de Les Arts dedica no menos de un 6% a la conservación de sus instalaciones. “No es ningún secreto que el edificio, que en octubre cumplirá 20 años, priorizó el diseño frente a la funcionalidad”, admite Culla. “Pero nosotros contamos con un equipo técnico comprometido y un plan riguroso de mantenimiento”. La empresa Thyssen hace revisiones diarias de la maquinaria, se han sustituido las bombillas por leds, en cuatro años se habrán cambiado las más de tres mil butacas y tienen pensado contratar los servicios de una empresa de drones para una planimetría técnica de la fachada que permita controlar el estado del revestimiento cerámico que en 2014 tuvo que ser retirado. “La clave está en adelantarse a los acontecimientos y, sobre todo, al vencimiento de las garantías de lo que ya se hizo”.

Más compleja, y costosa, es la situación del Auditorio de Tenerife Adán Martín, donde la reforma del edificio, diseñado también por Calatrava, requerirá de una inversión de 24 millones de euros, casi diez veces más de lo previsto inicialmente, para hacer frente a las graves filtraciones y el deterioro por humedad del famoso trencadís que recubre su espectacular vela de hormigón. Tras años de paralización y falta de acuerdo con el arquitecto, el Cabildo de Tenerife ha logrado desbloquear el proyecto de restauración, que finalmente no requerirá el cierre de la sala, como muchos de sus fieles abonados temían. Puesto que Calatrava rechazó asumir la dirección de obra, se ha optado por una ejecución subsidiaria con el fin de no seguir dilatando la rehabilitación de un edificio que lleva años reclamando una intervención urgente.

Auditorio de Tenerife Adán Martín, sede de la Orquesta Sinfónica de Tenerife.

En 1999, Santiago Calatrava recogió el Premio Príncipe de Asturias en el Teatro Campoamor, cuyo edificio acumula, de puertas para adentro, importantes deficiencias técnicas. El grado de obsolescencia de su maquinaria escénica, instalada hace más de dos décadas, la hace potencialmente peligrosa. “Tanto es así que tenemos que alquilar motores y sistemas de iluminación cada vez que se programa una producción de ópera o zarzuela, ya que el teatro no dispone de la dotación técnica necesaria”, confirma Celestino Varela, director general de la Fundación Ópera de Oviedo, encargada de gestionar la temporada lírica. “No hablamos de una gran reforma, sino de renovar el equipamiento escénico, las instalaciones eléctricas y la mesa de regiduría. Ni siquiera contamos con una plataforma de giro para los cambios de decorado”, lamenta.

En Madrid, el Teatro Monumental, que sirve de sede a la Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE, tuvo que cerrar durante 16 meses para adaptarse a las nuevas normativas de seguridad, accesibilidad y eficiencia energética. Sin salir de la capital, el margen de mejora del Auditorio Nacional tiene que ver con las limitaciones de almacenamiento y la capacidad logística de una programación sobresaturada que alberga la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España y los ciclos del Centro Nacional de Difusión Musical, además de conciertos privados. El edificio, diseñado por García de Paredes e inaugurado en 1988, requerirá en algún momento de una intervención. Por lo general, la rehabilitación integral de una sala de estas características tras los primeros 30 años de actividad suele representar entre el 40 y el 70% del coste original de construcción.

Del otro lado de la balanza encontramos salas infrautilizadas. El Auditorio Ciudad de León, obra de los arquitectos Mansilla y Tuñón e inaugurado en 2002, acoge una cifra incomprensiblemente baja de conciertos sinfónicos al año, a pesar de su acústica privilegiada. Algo parecido sucede con el Auditorio José Luis Perales en Cuenca, prácticamente en desuso fuera de la Semana de Música Religiosa. También el Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial de Madrid ha sido objeto de críticas por su elevado coste en relación a la baja ocupación y escasa oferta de conciertos. “La falta de una programación estable tiene efectos desastrosos”, apunta Parreño. “Convierte estos espacios en contenedores vacíos que solo generan gastos y no cumplen con su verdadera finalidad, que es la de ofrecer cultura de primer nivel a la ciudadanía”.

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