Kor’sia se instala con éxito en el futuro teatral coreográfico
Su nuevo ballet se llama ‘Bronia’. Fieles a su plástica, los chicos partenopeos no han hecho un ballet biográfico, sino que han desplegado un fresco tenuemente figurativo, pero tendiente a la abstracción y al cuadro plástico resuelto con fuerte dinámica y acto físico

Loa Ballets de Montecarlo se han planteado desde su revitalización (o más bien refundación en 1985) retomar un espíritu alrededor del ballet creativo, además del cultivo del repertorio; en 1993, cuando fue designado Jean-Christophe Maillot para la dirección artística, se enfatizó este principio y se prestó especial interés en los coreógrafos noveles, algunos incluso salidos de las propias filas del conjunto. Hoy día, algunos de estos artistas han desarrollado sólidas carreras. La articulación y puesta en marcha a partir de 2000 del Monaco Dance Forum ha creado un polo importante donde cada año es posible tomarle el pulso al ballet internacional y sus rumbos, y allí se exhibió Kor’sia por primera vez sorprendiendo a todos por su originalidad en las propuestas, rigor en la presentación y terminado en el trabajo de baile. Eso fue el principio. Y es ocasión de decir que Kor’sia es una empresa española y se publicita, con justicia, como tal.
Kor’sia fue invitado a pensar un trabajo que tuviera relación en Montecarlo y su historia dancística. Ya antes habían trabajado con la herencia estética de los Ballets Russes de Diaghilev, que encontraron en Mónaco su último refugio antes de la muerte de Diaghilev en Venecia en 1929. Muy presente entonces y después de esa fecha estuvo allí Bronislava Nijinska (Minsk, 1891 – Los Ángeles, 1972), hermana del mítico bailarín Vaslav, y ella misma, generando sus propias leyendas y al final, otro mito. Mujer luchadora en un ambiente dominado por la rancia masculinidad, sus empeños, inquietud cultural y enorme y demostrada capacidad de invención coréutica, la hicieron ganarse el respeto desde el propio Diaghilev al mucho más difícil de los compositores, con Stravinski a la cabeza. Algunas de sus obras, están, vivas, siguen siendo modernas y se admiran por su genialidad, por solo citar tres Les Noces (Stravinski, 1923), Les Biches (Poulenc, 1924) y Le train bleu (Milhaud, 1924). Si tenemos una fiable y deliciosa La Fille mal gardée en Occidente, es porque Bronislava la recordaba y la montó en Nueva York con el naciente Ballet Theatre en 1940. Pero esta mujer que nunca fue una bailarina hermosa, sino una ejecutante verosímil y eficiente en cada rol y estilo (creó un rol desconcertante: la bayadera borracha), tuvo una vida llena de azar, viajes y zozobras. Su tenacidad y su entereza eran su garante. Tenía sólidos principios sobre lo que entendía por ballet moderno, y lo ponía en práctica con firmeza. Esto es lo que escogió Kor’sia para hacer su nuevo ballet titulado Bronia, como llamaban a La Nijinska (su otro mote, temida y odiada a la vez) en la intimidad. Fieles a su plástica, los chicos partenopeos no han hecho un ballet biográfico, sino que han desplegado un fresco tenuemente figurativo, pero tendiente a la abstracción y al cuadro plástico resuelto con fuerte dinámica y acto físico, pero a la vez abundantes dosis de nuevo lirismo y de poesía: si el ballet no toca el alma, no existe ni perdurará.

En esta línea de recuperación del pasado con un ballet de creación, y de una figura donde hay los elementos biográficos puros y duros mezclándose con el mito y las leyendas, podemos citar dos ejemplos muy disímiles, pero que ambos son historia y han influido en nuestros Antonio De Rosa y Mattia Russo: Nijinski (Hamburgo, 2000), de John Neumeier, y Nureyev (Bolshoi de Moscú, 2023) de Kiril Serebrennikov. En todos ellos, como en Bronia, se trata de poder en alza los valores y estilos del artista, también, la parte trágica e íntima. El más distante es sin duda Bronia, que nos hace ver a la legendaria luchadora sin que ninguna bailarina la encarne literalmente. Todos, los 16 bailarines monegascos, en un momento son Bronislava, participan de su fuero y su instinto, de su respuesta vital al arte y a la vida.
La obra dura unos 40 minutos. Comienza con el Bolero de Maurice Ravel (pocos saben que fue Bronislava la primera que lo coreografió para Ida Rubinstein y que fue idea suya lo de la gran mesa donde la bailarina danza sensualmente descalza, lo que Béjart retomó décadas después). Kor’sia, hábilmente, sustituye la gran mesa del tugurio -que nos legó en una estampa grabada Gustav Doré- por una cama elástica circular, y al compás de los últimos y trepidantes acordes del Bolero nos regalan una obertura de aplauso. Después, hay citas célebres muy bien hilvanadas e insertadas en la coreografía actual, como la ofrenda de Las bodas, y las calistenias de Le train bleu. Kor’sia, explotando al máximo la mecánica teatral disponible, han conseguido un nuevo “ballet d’aparat” deslumbrante y conmovedor en una fusión del escenario con los señuelos virtuales donde el pasado viaja, sin detenerse, a un futuro de acción escénica, como el fantástico telón de Picasso que es usado a placer, manipulado heroicamente para un resultado escenográfico óptimo.

En la escena final, vuelve la cama elástica, pero el bailarín del principio, vuela hacia la nada y lo eterno con un simbólico y espectral en su blancura tutú largo (el mismo de Las sílfides de Fokin que Bronislava vistió tantas veces), y esa especie de estantigua o visión, trata de elevarse más, como si necesitáramos confirmación de su genio y su legado. Antes, un pas de deux de tiernos lazos corporales y con una peculiar sorpresa, un virtuoso bailarín (el portugués Alexandre Joaquim) tocaba él mismo al piano a Chopin de manera delicada y rozando la evanescencia.
El entusiasmo era patente en todos, desde Jean-Christophe Maillot que hacía planes para llevar esta obra excepcional en las giras internacionales de Los Ballets de Montecarlo como en los propios bailarines, a los que se les notaba enormemente satisfechos por el trabajo realizado, y hay que decirlo, la exigencia es extrema para los 16 artistas, a las mujeres, con un arriesgado trabajo sobre las zapatillas de punta que pone de manifiesto la utilidad del artefacto, su vigencia. Un ballet donde todos tienen cometidos especiales muy personalizados, además de amalgamarse en un ensemble capaz de emocionar. Y Bronia es un buen ballet porque el equipo ha funcionado, desde la cuidada colocación de los elementos en la dramaturgia y libreto, a la música, la luz y el vestuario. Una obra de danza es un todo que no termina cuando se estrena, sino que allí nace y empieza en realidad, desde su potencial evolución interpretativa a posibles cambios formales. Kor’sia con Bronia han dado un paso gigantesco y comprometedor, un cambio de escala que los lanza y sitúa definitivamente en la primera línea del arte coreográfico cambiante.

El programa se completaba con otra creación: Twilight, de Lukas Timulak, un ordenado y serio trabajo para ocho bailarines muy cercano al estilo de Jiri Kilian de los años 90, pero llevado con eficacia a terreno propio con un elegante vestuario de Annemarije Van Harten y una música de herencia minimalista del pianista Volker Bertelmann.
Bronia
Coreografía, concepción y dirección artística: Mattia Russo y Antonio de Rosa
Dramaturgia: Agnès López-Río
Escenografía: Amber Vandenhoeck
Música original: Alejandro Da Rocha
Vestuario: Guarini.
Luces: Samuel Thery.
Sala Garnier, Ópera de Montecarlo. 17 al 20 de julio.
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