Cristian Laime, el pintor que ‘indianiza’ la historia del arte: “Es ineludible contemplar nuestro pasado para retratar nuestro tiempo”
La fusión entre elementos indígenas y tradiciones pictóricas han generado un interés en ambos lados del Atlántico por el artista boliviano que se ha traducido en exposiciones, películas y distinciones


El pintor Cristian Laime (36 años) asocia inevitablemente su infancia con el lago Titicaca, el más grande de Sudamérica. La localidad donde nació, Carabuco (La Paz, Bolivia), a orillas de este milenario cuerpo de agua, le otorgó vistas privilegiadas. Así como un inconsciente misticismo que exhala el lago, a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar, centro ceremonial desde hace 2.000 años: primero para los tiwanacotas y, después y hasta hoy para los aimaras. Por eso, cuando copiaba en la Academia de Bellas Artes de La Paz retratos del siglo de oro neerlandés o escenas sacras renacentistas, incluía naturalmente hojas de coca, mantos o polleras coloridas. La reinterpretación que hace de la historia del arte con manos indígenas —convirtiendo su obra en algo tan boliviano como universal— le ha llevado a ser uno de los artistas andinos más mediáticos del momento.
“Busco retratar nuestro tiempo desde nuestro lugar. En ese proceso, surge la ineludible necesidad de contemplar nuestro pasado”, explica el artista a EL PAÍS en la Fundación Patiño de Cochabamba. Acaba de inaugurar la muestra Memoria, disponible hasta el 27 de junio. Es su primer gran evento del año, después de haber abierto seis exposiciones en cuatro ciudades durante 2024, temporada que cerró con la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras otorgada por la Embajada de Francia. Este 2025 aún le esperan el estreno de su documental Cristian Laime 3868 y una exposición individual en Hamburgo, con obras sobre las fachadas de los cholets, edificios de singular arquitectura de El Alto, ciudad paceña donde vive actualmente. “Recién llevo cinco años dedicándome al arte a tiempo completo. Creo que mi carrera recién empieza”, afirma.
La fusión de elementos de identidad aimara con atmósferas surrealistas, en algunas ocasiones, o barrocas, en otras, ha despertado el interés de coleccionistas tanto en Perú y México, como en Francia y Estados Unidos. En sus lienzos, los apóstoles de La última cena dan paso a cholas —mujeres indígenas quechuas y aimaras que conservan su vestimenta tradicional— celebrando un preste, las festividades comunitarias de El Alto; los característicos querubines del barroco revolotean entre aguayos; y la virgen María del Inmaculado Corazón es en realidad una campesina envuelta en hojas de coca. Sobre este último motivo, plasmado en el cuadro Madre coca (2024), Laime explica: “Es un sincretismo que se hace desde la colonia. Los incas asociaban a la Virgen María con la madre tierra, la Pachamama”.

La mirada hacia el pasado del pintor paceño es tanto global como específica, al revisar la historia de Bolivia con sarcasmo y mordacidad. Memoria da la bienvenida al espectador con una serie de cuadros que remiten a los retratos oficiales de presidentes del siglo XIX, cuando proliferaron gobiernos caudillistas cuyos mandatos a veces no llegaban ni a los seis meses. Pero Laime los representa con elementos femeninos aimaras o quechuas, como trenzas y sombreros bombines. “Reivindico el hecho de que hasta cierto momento de la historia del país se negó el lado indígena: todos los presidentes eran de las élites”.
Devoción por la madre
En otra de estas pinturas, una chola paceña, ataviada con hombreras de un antiguo uniforme militar y un sombrero de policía, observa seria al espectador. “Son oficios tradicionalmente asignados a hombres. Me gusta romper esos moldes de género: atuendos femeninos en hombres muy masculinos, o viceversa”. Laime pinta a la mujer indígena urbana como prócer de la república, guerrillera o jefa de Estado. La modelo que aparece en el 80% de sus cuadros desde 2020, según el propio artista, es su madre. De hecho, no ha tenido otra modelo femenina en carne y hueso que no sea ella.

El pintor paceño es hijo único de madre soltera, quien fue “minera, comerciante, madre y padre”, resalta. “Desarrollamos una conexión tan enraizada que llegué a desarrollar una fobia a la soledad, es decir, a su ausencia. Durante la pandemia, los dos únicos seres humanos en mi casa éramos ella y yo, así que empecé a retratarla. Tenía miedo de no poder lograr técnicamente su imagen, no me tenía tanta confianza. Ahora siento que he conseguido retratarla y eso me desahoga algo de cierta manera”. Afirma que su madre, Amalia Yujra, está feliz con el resultado, de que su rostro haya viajado por el mundo.
Laime cuenta que siempre se sintió apoyado por ella, pese a que el mercado del arte en Bolivia depende en gran medida de la compra por parte de extranjeros. Sus primeras obras las hizo en primaria, copiando los dibujos de sus libros escolares. “Cobraba a mis amigos por hacerles los deberes de Artes Plásticas. Todos se fueron enterando, y terminé haciéndolos para otros cursos también. En la exposición de fin de año del colegio, el 90% eran mis cuadros”, cuenta entre risas. Su vocación era clara, y estudió en la Academia de Bellas Artes Hernando Siles de La Paz, además de obtener una licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad Pública de El Alto (UPEA).

Arte con sentido
Durante su formación, uno de sus profesores fue el artista contemporáneo Gastón Ugalde. Fallecido en 2023 a los 79 años, fue uno de los creadores plásticos más importantes de la segunda mitad del siglo XX en Bolivia. Su obra tuvo un fuerte carácter político, con críticas al régimen militar de los años setenta y principios de los ochenta. Se interesó por el trabajo de su alumno y lo reclutó como asistente de su taller a medio tiempo. “Me hizo notar que el arte no es solo una búsqueda técnica, sino también conceptual (...) para mí es importante un un arte con sentido”. Una muestra de esa línea social es el óleo Himno nacional, coro general (2018), que obtuvo el Gran Premio del Salón Pedro Domingo Murillo —el certamen más antiguo y prestigioso del país— que le otorgó unos 6.000 dólares.
Ese reconocimiento artístico y económico terminó de impulsar su carrera: “Hasta ese momento tenía dudas vocacionales, me preguntaba si podría vivir del arte”. El lienzo de más de dos metros recrea una manifestación durante la conocida como guerra del gas de 2003, que rechazaba la exportación del recurso a empresas chilenas y estadounidenses. Los enfrentamientos entre manifestantes —en su mayoría vecinos de El Alto— y militares dejaron cerca de 67 civiles muertos.
Otra de sus obras en esta línea es un retrato alegórico de Evo Morales, expuesto en 2019 en el Tambo Quirquincho. En la muestra actual continúa esta crítica al poder con Scrutinium (2025). Este óleo de gran formato muestra a un grupo de ratas quitándose la medalla presidencial. Están esparcidas en torno a la silla que disputarán 10 candidatos en las elecciones presidenciales del 17 de agosto. Fue una de las piezas más fotografiadas durante la inauguración, porque simboliza lo que viene: unos comicios cruciales, en los que gran parte de la población deposita sus esperanzas para superar la profunda crisis económica en la que se encuentra el país. “Hay un pesimismo general sobre el futuro, sobre la posibilidad de que los líderes que debamos elegir no sean los más idóneos. Es un derecho adquirido de los artistas retratar el sentir colectivo”.
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