FKA Twigs y Charli XCX, dos maneras de someter a las multitudes del Primavera Sound
Las artistas inglesas marcaron el cénit de una noche pautada por el hedonismo, la sexualidad y la celebración del cuerpo

Primera noche de festival y sensación a bote pronto: si el nivel mostrado en esta primera jornada del Primavera Sound se mantiene podemos estar ante una edición histórica. Hubo tensión física con Idles, elegancia extrema con Cassandra Jenkins, baile descuadrado con Barker y cantautoría contemporánea con Kelly Lee Owens. Y mucho más, pues cada festival tiene tantas sendas como asistentes, pero lo cierto es que el nivel artístico de la jornada resultó notable.
Ahora bien, puestos a destacar dos nombres, ambos son ingleses, ambos de mujeres y cada uno expresa dos visiones sobre la electrónica y una parecida sobre el espectáculo, que en ambos casos se fundamenta en su figura. Sí, puristas de la interpretación musical absténganse, ni una ni otra tenían músicos en escena, bien FKA Twigs tenía uno operando una mesa de la que salía toda la música, mientras que la otra cantó a palo seco sobre bases que no se veía de dónde salían. Una se llama FKA Twigs, la otra Charli XCX y a su manera fundieron los plomos de la multitud.
Lo de Charli XCX se esperaba, el pop pluscuamperfecto hibridado con electrónica de club de ásperos graves retumbantes y un mensaje de fondo con destino a las chicas incitándolas a ser “brat”, malotas. Para compensar estaba Troye Sivan, quien si bien también era sustentado por bases electrónicas, presentó un pop más edulcorado, más tradicional y redondeado. Y si una miraba a las chicas, el otro a los chicos, a los que dejando la sutileza en camerinos saludó, en castellano, única vez que lo utilizó, tirando de un sonoro “¿Qué tal maricones?” al dedicarles Bloom.

Él fue el encargado de abrir este concierto al alimón con Charli mediante una tríada imbatible: Got me started, con una simulación de felación que no sería la única; What’s the time where are you are, con una frase que suena en la pieza, en castellano, y que resumió el show –“Anoche, una puta locura”-, y My My My, donde se contoneó y por primera vez de una larga lista de ocasiones, se pinzó lo que dejando la corrección de lado podríamos denominar como el paquete. Sí, una fiesta carnal, una feliz celebración de la sexualidad, un hedonismo con el cuerpo como templo de celebración y de identidad: una abierta liberación.
Charli no le fue a la zaga. Para entender cómo iba vestida en su primer trío de canciones, las también imbatibles 365, 360 y Von Dutch, unas notas de estilismo. Confirmando una tendencia que se percibe desde hace algunas ediciones, con la lencería festivalera, la de ellas y la de ellos, ocurre lo mismo que con la clase política española, está polarizada: o brilla notablemente por su ausencia o su presencia resulta en extremo llamativa.
Charli tomó nota, o las chichas de ella, y salió a escena en lo que las madres de la concurrencia denominarían ropa interior. Con botas, medias altas y gafas de sol. A diferencia de Troye, que bailaba acompañado por bailarines, Charli estuvo siempre sola en el escenario ―menos cuando ambos cantaron juntos― y hacía de su firme paso al transitar bajo el andamiaje que centraba la escenografía el apunte físico del ritmo que por debajo la impulsaba, pautándola. Y cantaba en Von dutch “I’m your number one” y la masa asentía. Sí, era la estrella. Descaro a palo seco. ¡Menudo carisma!

El show se compuso de cinco actos doblados en los que la tensión bajaba con Troye y sus baladas dulces como dátiles, y volvía a subir con el arrebato de Charli, una factoría de ritmos para chapotear en el club. Difícil superar la dupla 365, interpretada de nuevo, junto a Vroom Vroom, con la pista saltando como piedrecillas sobre una conga en acción, o con 1.999 y su regusto noventero, pero resulta que aún habría más locura, pues en la ochentera Apple, una cámara tomó la imagen de Chapell Roan bailando como una loca cerca del escenario con Charli dando pasos acompasados con el bombo, veloz en escena. Griterío. La cosa acabó con Talk talk y el enésimo calambre multitudinario. Una treintena de temas para escanciar felicidad sobre la generación Z que poblaba la explanada. Los mayores estaban pasmados.
Un triunfo similar logró FKA Twigs de otra manera, mucho más sofisticada, extremadamente plástica y asumiendo unos riesgos impropios en una actuación de festival. Dígase de entrada que su pase, anterior al de Charli pero ya en esa hora de la noche en la que el personal que lo desea ya se ha estimulado, resultó de una contención asombrosa y de una sofisticación mayúscula. El escenario representaba las estructuras cuadradas de un almacén, vacías, cuadrados metálicos sin paredes, un enorme mecano regular. Su coloración se mantuvo siempre en el blanco y negro, solo moteado por la falda roja que FKA lució al final y por algunos motivos, también rojos o verdes, que se proyectaron en la pantalla posterior.
La mezcla entre la euforia y el sexo
En ese contexto, la artista de Cheltenham comenzó con fuerza rítmica y esas piezas que como Room of fouls evocan a Björk. Luego llegaba Striptease y su infecciosa melodía con la derivada drum & bass del final, mantenía el pulso, como más tarde la preciosa y paulatinamente acelerada Eusexua ―término que expresa la mezcla entre euforia y sexo―. Pero poco a poco, de una manera muy sutil, el cancionero fue deslizándose hacia la pausa, hasta el extremo que concluyó con FKA sola en escena, con la falda roja, cantando con preciosismo vocal una balada como Cellophane. De más a menos ante una multitud, de lo bailable a lo inmóvil en 15 temas para mayor gloria de un portentoso dominio del tempo y de la dinámica de un recital. Una verdadera domadora.
Que FKA Twigs canta maravillosamente es conocido, que su registro vocal alcanza agudos para requebrase sin aparente esfuerzo se nota en los discos, que es capaz de ser sutil sin perder la presencia también, pero no estaba tan claro, aunque se imaginaba, que bailase tan bien y que su dominio del escenario fuese capaz de someter hasta en silencio, sólo con su mirada. De hecho, el espectáculo fue coreográfico, pero no en base a los movimientos saltarines propios del pop, sino con una plasticidad en las evoluciones de puro ballet. Ella misma, sola en una barra de local de striptease, mostró su flexibilidad y elegancia concentrado las miradas de todo el mundo, y encabezando su cuerpo de baile, no hurtó paso alguno de lo que sus acompañantes ejecutaban. Con un carisma preñado de misterio, puro magnetismo animal, se permitía el lujo de dejar el micro mientras su voz seguía sonando, para retomarlo después y continuar cantando.
El concepto de interpretación iba más allá de la voz en busca de un espectáculo total en el que música, movimiento y claroscuros ambientales se fusionaban en una música sinuosa donde había rhythm and blues, el paso arrastrado del trip-hop, art-pop no expansivo, y ritmos invitan al baile desde una perspectiva casi de vanguardia. Una espectadora, superada por lo que veía, lloró. No fue para menos, todo y que el contexto no ayudó pues cuando el público está en un espacio abierto se muestra muy comunicativo.

Tampoco ayudó a Cassandra Jenkins dueña de un repertorio de pop adulto simplemente precioso. Cassandra tiene una voz delicada y a la vez profunda que entona casi como si acariciase el aire, como si le avergonzase expeler las palabras, lo que no ayudó en un contexto con cierto ruido ambiental. Basó su repertorio en sus dos últimos discos, fenomenales las piezas del disco que la dio a conocer, An overview on phenomenal nature, y en todo momento el pase perdió con el que hace dos años, en el Primavera en la Ciutat, ofreció en la intimidad del antiguo Sidecar.
Por el contrario, las multitudes sentaron bien a Idles, una banda de hardcore punk, si se quiere añádase la partícula post, hecha para las masas, que frente al escenario, en el sector más entregado, generó empujones y y saltos buscando colisión, pogos, encontronazos físicos sin puñetazos. Por cierto, si se desea parecer moderno, sustitúyase pogo, que suena a punk de antes, por mosh pit, nuevo palabro que dice lo mismo.
Hablando de palabras, Idles, grupo muy concienciado social y políticamente, con aspecto de chicos rudos ―menos su guitarra, que lucía una llamativa combinación entre bigote de húsar y vestido minifaldero con brillantes― hacen unas letras muy aceradas, como la de Mother, uno de los temas que sonaron en su pase: “La violencia sexual no comienza ni termina con la violación / Comienza en nuestros libros y detrás de las puertas de nuestra escuela / Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían en su cara / Mientras que las mujeres tienen miedo de que los hombres les quiten la vida”. Fueron quienes más se acordaron de Palestina y del genocidio de Gaza. Con la fuerza de una voz que gritaba.

Y para raras avis, Barker, con un pase de techno sin bombo, pero con algunos graves impredecibles, había que ver cómo el público bailaba Maximun utility y con Kelly Lee Owens, quien, con dos teclados a ambos lados, sí, como el Nacho Cano más wagneriano, mezcló letras y música de club en un pase que se centró en su estupendo Dremstate debidamente acelerado para un pase de festival. De salida del recinto, con los trabajadores de TMB, capeando los problemas que daba la caída de la aplicación del festival para pagar el billete de las lanzaderas, una camiseta que resumía parte del espíritu de la noche. La lucía orgullosa una joven local y decía Make America gay again.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.