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Adiós a José Luis Galicia: Picasso se reúne con su amigo español

El pintor, poeta y decorador cinematográfico que intervino decisivamente en el regreso del ‘Guernica’ a España fallece en Madrid a los 95 años

El pintor y poeta José Luis Galicia, amigo de Pablo Picasso, en su casa-estudio de Madrid, hace tres años.
Borja Hermoso

Murió Galicia, ese hombre de cercanías y casco de pelo blanco agazapado entre pinceles y lienzos, allá en su pisazo de Ciudad Lineal, siempre dispuesto a recibir y a hablar, madre de Dios, lo que le gustaba hablar a este hombre, y con razón, tenía una conversación que parecía una película. Su vida lo fue.

José Luis Galicia (Madrid, 1930) fue varias y sucesivas cosas: poeta, dibujante, grabador (enviaba sin parar, por correo postal, deliciosas carpetas con dibujos editadas por él mismo o afines que lo querían), decorador cinematográfico (120 películas en su haber y la creación en 1962, en la localidad madrileña de Hoyo de Manzanares, de Golden City, una locura personal en forma de falso poblado del far-west donde Sergio Leone y Clint Eastwood rodaron Por un puñado de dólares, ahí es nada), nieto e hijo de artistas (su padre era el pintor Francisco Galicia), sobrino del escritor León Felipe y primo y amigo del torero Carlos Arruza. Y, claro, pintor él mismo con más de 60 exposiciones individuales en la mochila.

Parte de los frescos de la catedral de La Almudena son suyos, aunque de eso no hablábamos mucho porque él, intuitivo y listo como el zorro viejo que era, intuía lo que su contertulio pensaba. Mucho más interesante, y desconocida o mal conocida por el gran público, era su obra gráfica y pictórica sobre papel y sobre lienzo.

Galicia, en plena sesión de trabajo. A sus 92 años, seguía pintando y escribiendo.

Su casa no era un museo, aunque habría merecido serlo. En aquel tríplex enorme y tan años 70 del noroeste de Madrid se apilaban ―se seguirán apilando, suponemos: menuda tarea le queda por delante a la familia― montañas de libros, columnas tambaleantes de revistas de arte, cuadros y fotos, litografías y serigrafías, botes con pinceles, muebles, caballetes y toneladas de recuerdos. El más persistente y hondo de todos ellos marca la otra cosa que fue José Luis Galicia.

La condición que, quizá más allá de todas las otras, personales, profesionales y artísticas, tenía incrustada en su cabeza y sacaba a pasear una y otra vez, de manera entre obsesiva y nostálgica. Galicia era el amigo de Picasso. El amigo español de Picasso. El último amigo español de Pablo Picasso. Y no sólo: el amigo español de Pablo Picasso que convenció a Pablo Picasso de que una de sus obras mayores y sin duda la de más carga simbólica, el Guernica, tenía que abandonar el MoMA de Nueva York y venirse para España de una vez.

El poeta francés Paul Éluard tuvo la culpa de aquella amistad. Corría el año 1952, el autor de Capital del dolor acababa de morir en París y José Luis Galicia, entonces un estudiante español de 22 años que buscaba la fortuna artística a orillas del Sena, acudió al homenaje a Éluard que un grupo de intelectuales había organizado en la Maison de la Pensée Française (Casa del Pensamiento Francés). Una visita que, sin duda, iba a ser decisiva en su vida.

Un joven José Luis Galicia y Pablo Picasso, en una fotografía tomada en París a principios de los años 50.

Él lo contaba así, como si tal cosa, sentadito entre cojines en su salón-torre de Babel: “Allí, en una gran sala, estaban todos reunidos, que si Aragon, que si los surrealistas, que si los del Partido Comunista, y en otra sala había una exposición con todos los cuadros que Picasso había regalado a Paul Éluard”. Galicia pasó del cóctel de inauguración y entró en la sala directamente a ver los cuadros. “De repente, entra Picasso en aquella salita. Yo me acerqué y le dije: ‘Usted es Pablo Picasso’. Y él me dijo: ‘¡Sí, ¿y tú quién eres?!’. ‘Pues un pintor español que acaba de llegar a París’. Y él me contesta: ‘Pues vamos a ver juntos esto’. Yo entonces era bastante descarado y de uno de los cuadros le hice una pequeña crítica. Luego, otra de otro, y a la tercera él se puso a comentar el cuadro conmigo. Yo le decía las verdades, y creo que eso le gustaba. Al acabar, me dijo que le gustaría ver lo que yo pintaba y me preguntó si sabía dónde vivía. ‘Sí, claro, en la Rue des Grands Augustins [donde Picasso pintó el Guernica]’, le dije. ‘Pues vente mañana a verme y tráeme algo tuyo”.

Al día siguiente, el imberbe y envalentonado pintorcillo español se presentó en Grands Augustins con sus carpetas de dibujos. Le abrió la puerta Jaume Sabartés, sempiterno secretario, y más que eso, cancerbero del genio. “¿Pero quién es usted?, Picasso no está, se ha marchado a la Costa Azul”, le espetó aquel hombre seco y adusto. Fue el comienzo no de una, sino de dos grandes amistades. Jaume Sabartés y José Luis Galicia acabarían haciéndose íntimos. En 2018, el pequeño sello editorial Ars Valle publicó la deliciosa Correspondencia de Jaime Sabartés con José Luis Galicia. “Así nadie podrá decir que el tal Galicia se lo inventó todo”, soltaba orgulloso Galicia cuando te entregaba un ejemplar. Otros libros publicados por él son Mi amigo Picasso, Poesías, Toroafición y Hojas sueltas.

Galicia y Picasso entablaron una relación de confianza en la que el joven pintor entraba en los dominios del maestro como Pedro por su casa. Durante bastante tiempo, fue dos o tres veces al año a visitarlo a sus mansiones de la Costa Azul, La Californie, en Cannes, donde Picasso vivió con su esposa Jacqueline Roque, y Notre-Dame-de-Vie, en Mougins. Lo recordaba así: “Cuando iba me quedaba varios días. Y puedo decir que él era conmigo un hombre sencillo y cariñoso, y que nada de lo que yo he leído en los mil libros que han escrito sobre él y sobre su carácter tiene que ver con cómo era él, o al menos yo no conocí a ese Picasso. Él era alguien de una gran sensibilidad y de emoción muy fácil, aunque quizá un poco difícil de comprender y de llevar. Yo he llegado a pensar que cuando él recibía gente en su casa se sentía obligado a cambiar, a transformarse en un personaje, igual que los actores. Nos poníamos a hablar a las seis de la tarde, siempre después de hacer la siesta, porque eso no lo perdonaba, y a lo mejor nos daban las 11 de la noche. Y yo me decía: ‘Igual le estoy robando a este hombre el tiempo para que pinte una obra maestra”.

Regalo de Picasso a Galicia: un ‘Don Quijote’ dibujado en 1961.

Portada del libro 'Sable mouvant', de Pierre Reverdy, ilustrado por Picasso y dedicado por el artista a su amigo.

En una de las inacabables conversaciones entre el dios del arte moderno y el atrevido aprendiz de brujo salió un día el tema del Guernica. Una obra maestra acerca de la cual, por cierto, Galicia siempre defendió la tesis de que en realidad se trataba de una pintura taurina que luego Picasso retocó sobre la marcha para satisfacer los deseos de la República. “Cada vez que salía el Guernica en la conversación”, contaba Galicia, “yo siempre le decía a Pablo que el cuadro tenía que acabar en España, pero él me contestaba que ese cuadro pertenecía a la República española, que era la que se lo había encargado para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937. Yo ya estaba cansado de aquellas explicaciones y un día se lo solté, le dije: ‘Mira, Pablo, cuando Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina también tuvo unos jaleos tremendos con los papas y con otros artistas…, y de eso… ahora… ¿quién se acuerda? ¡La gente hoy contempla la Capilla Sixtina y se maravilla, y punto!’. Le dije que se tenía que olvidar un poco de la política, que la política era una cosa puntual, pero que el Guernica era para siempre”.

Así que aquel día, aseguraba, le convenció de que cambiara la cláusula de “cuando haya una República en España” por la de “cuando haya un Estado democrático”. “Pablo llamó a Jacqueline y le dijo: ‘Llama a Dumas [Roland Dumas, el abogado francés albacea de Picasso] y que venga cuanto antes porque voy a cambiar esto’. Así que no, yo no traje el Guernica a España en 1981, lo trajeron Javier Tussell y el Gobierno español…, pero desde luego yo le convencí de que cambiara aquella cláusula. Y, si no hubiera sido así, quién sabe, a lo mejor el cuadro seguía en el MoMA de Nueva York”.

Tan sólo una espina le quedó clavada a José Luis Galicia. Trató de convencer a su amigo de que donara sus famosas Meninas al Museo del Prado, para que estuvieran junto a las de Velázquez, en lugar de enviarlas al Museo Picasso de Barcelona. “Estuvo como un cuarto de hora callado, pensando. Y de pronto gritó enfadado: ‘¡No! Con las de Velázquez, el Prado ya tiene bastante”. Palabra de Galicia, que ahora se ha echado a dormir un rato para soñar plácidamente con sus cosas. Sus toros y sus toreros, sus caballetes, su adorada familia, sus carpetas de poemas. Su Picasso.

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Sobre la firma

Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.
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