El toreo (y el toro) insustancial
Solo Alejandro Peñaranda, que confirmó la alternativa, dio una vuelta al ruedo con una corrida mansa, noble y sosa de Lagunajanda


Los ganaderos se suelen jactar de que crían toros para que disfruten los toreros. Se esmeran en la búsqueda de la belleza, sinónimo de estampa agradable y cómodos de cara; se devanan los sesos para que sean bondadosos (importa menos la bravura y nada el tercio de varas), y, por encima de todo, que duren en la muleta y molesten lo menos posible.
Ese es el toro superficial -blando, por lo general, manso casi siempre y bobalicón, que va y viene sin decir nada, y descastado, claro está- que impera en la tauromaquia moderna y con el que triunfan las figuras en las plazas de segunda y tercera.
Así fue la corrida de Lagunajanda, lidiada esta tarde en la Feria de San Isidro; correcta de presentación, astifinos algunos de los toros, mansos de libro en los caballos, y nobles, sin casta, que no destacaron por nada, de esos que ni comen ni dejan comer, pero que, al final, contribuyen a echar un borrón en las carreras de sus matadores.
Porque estos toros modernos que van y vienen, que humillan con desgana repiten como por obligación, con fingida fijeza y superficialidad en las entrañas, requieren toreros con hondura, con aroma, con pellizco, que modo que sean capaces de extraer las pocas gotas de verdadera calidad que encierran las embestidas anodinas.
Ni Escribano, ni Adame pertenecen a ese grupo de toreros exquisitos, lo cual no es ningún demérito, pues son valerosos, poderosos, comprometidos y batalladores, pero se empequeñecen ante la bondad insulsa de toros como los de hoy. En una palabra, los de Lagunajanda no son para ellos, ni ellos son para los toros de este tipo de ganaderías.
Así se explica que ambos toreros hayan naufragado, porque se han sentido como gallinas en corral ajeno, han dado de sí todo lo que llevan dentro y no han dicho ni pío. Entre los dos no se sabe cuántos muletazos han trazado con ambas manos, pero no han sido capaces de generar un ápice de emoción ni de dejar un solo instante para el recuerdo. Voluntad no les ha faltado, pero estos no son sus toros.
Escribano llegó a recibir al cuarto de rodillas en los medios, se esforzó, como siempre, con las banderillas y hasta en este tercio se le vio con escasa ilusión. Y con capote y muleta, nada destacable más allá de su contrastada entrega.
Caso parecido es el de Adame, que no toreaba en esta feria desde 2019, y no ha debido marcharse satisfecho. Tampoco se le vio a gusto, ni por su sosa labor ni por la respuesta silenciosa del público.
Algo más de interés despertó el joven Alejandro Peñaranda, que confirmó la alternativa, y le tocó el suerte el toro con más vida de la tarde, el sexto, muy noble, como sus hermanos, pero menos bobalicón. Inició la faena de muleta por bajo con una rodilla en tierra, y consiguió muletazos largos, templados y con cierta hondura en una actuación entonada, con detalles de calidad, pero sin la transmisión suficiente para que se le pidiera la oreja, que el presidente, con buen criterio, no concedió tras una estocada desprendida. Parsimonioso en exceso, un poco triste, quizá, se comportó ante el primero, al que muy pronto se le acabó la vida, y ni siquiera con unas bernadinas finales consiguió el torero levantar el ya alicaído ánimo de los tendidos.
Toros y toreros insustanciales, lo que hoy se lleva.
Lagunajanda/Escribano, Adame, Pañaranda
Toros de Lagunajanda, correctos de presentación, muy mansos, nobles, sosos y descastados.
Manuel Escribano: sablazo en los costillares, _aviso_ y estocada trasera y atravesada (silencio); estocada (palmas).
Joselito Adame: dos pinchazos, media atravesada y dos descabellos (silencio); estocada _aviso_ (silencio).
Alejandro Peñaranda, que confirmó la alternativa: media tendida _aviso_ y cinco descabellos (silencio); estocada desprendida (petición y vuelta).
Plaza de Las Ventas. 4 de junio. Vigésimo tercera corrida de la Feria de San Isidro. Tres cuartos de entrada (17.783 espectadores, según la empresa).
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