Martín Chirino, el niño que soñaba con poner alas al hierro
El CAAM y su Fundación del Castillo de la Luz estrenan el centenario del nacimiento del escultor canario

Cuando Martín Chirino sumaba poco más de seis años tenía una distracción que le podía dejar absorto durante horas: contemplar el movimiento de las hélices de los barcos de los astilleros en los que trabajaba su padre en el puerto de la Luz de Las Palmas de Gran Canaria.
Undécimo de 12 hermanos, era un crío que no se cansaba de jugar al clavo o a la pelota con otros chicos en la playa de las Canteras, pero su gran sueño era dotar a sus manos del mismo poder que tenían las hélices batiendo el agua.
La ambición de hacer volar al hierro o esculpir la arena acabó convirtiendo a Chirino en uno de los más importantes escultores universales de la segunda mitad del siglo XX. Ahora, cuando se cumple un siglo de su nacimiento (1 de marzo de 1925), se multiplican los homenajes y exposiciones sobre su influyente obra.
Dos ambiciosas muestras en su isla natal marcan el calendario de los reconocimientos a un artista que no dudó en arrimar el hombro para rescatar instituciones culturales como el Círculo de Bellas Artes de Madrid (fue su presidente entre 1983 y 1992) o la creación del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) de Las Palmas, museo que dirigió desde 1992 hasta 2003, año en el que se instaló en su casa taller de Morata de Tajuña (Madrid), en la que residió hasta su muerte, en marzo de 2019, recién cumplidos los 94 años.
La exposición del Centro Atlántico de Arte Moderno, Crónica del siglo (hasta el 31 de agosto), es una completa exposición antológica que ocupa todo el interior del imponente edificio blanco construido por Sáenz de Oiza. Después de la celebrada en el Reina Sofía en 1991, esta es la gran retrospectiva que Gran Canaria debía a un artista reconocido en todo el mundo.

Los comisarios de la exposición, Fernando Castro Flórez y Jesús Castaño, han desplazado la colección permanente del museo para mostrar un compendio de las principales series con las que trabajó el artista a lo largo de 6 décadas. Las 74 esculturas que se extienden por las cuatro plantas han sido instaladas en torno a un cubo blanco. Desde cada rincón parecen mirarse y hablar de sus orígenes, reflexiones y referencias.
Jesús Castaño explica que, lejos de atenerse a un estricto orden cronológico, han optado por dar presencia a todas las series con las que Chirino trabajó en los diferentes momentos de su vida. Con un claro predominio del hierro forjado como materia, cada serie se presenta como una unidad creativa que incluye obra escultórica junto a bocetos, dibujos y grabados. Los principales temas son las Reinas negras, Composiciones informalistas, Vientos, Ladies, Inquisidores, Penetrecanes, Cabezas. Crónica del siglo XX, Alfaguaras, Afrocanes, Aeróvoros, Raíces y paisajes.
Hablar con el fuego
La exposición recrea momentos históricos en la vida artística de Chirino. Por ejemplo, su primera exposición individual celebrada en el Ateneo de Madrid en 1958 bajo el título de Los hierros de Chirino. Fue una oportunidad de oro para dar a conocer sus primeras composiciones y herramientas poéticas, en palabras de la crítica del momento. Con 32 años dominaba el oficio de la herrería hasta el punto de que el trabajo sobre el yunque no tenía secretos para él. De su habilidad con el hierro y el fuego nació su famosa espiral y de ahí pudo dar el salto a bienales y galerías nacionales (Juana Mordó, Madrid) o internacionales (Grace Borgenicht, Nueva York).
Otro de los episodios más determinantes para Chirino fue su participación en la exposición colectiva New Spanish Painting and Sculpture en el MoMA neoyorquino, en 1960. A la ciudad estadounidense llevó cuatro obras de las series Vientos y Raíces y paisajes. La crítica celebró la presencia de hierros doblados a golpes de pura voluntad del artista y señaló con asombro la sucesión de formas capaces de enredarse y liberarse en el espacio como si obedecieran las órdenes de una batuta mágica. Aquella exposición se movió por varios escenarios estadounidenses y participaron 12 creadores (Tàpies, Chillida, Canogar…) considerados como la vanguardia del arte en España. Celebrada en plena dictadura, contó con la colaboración de las autoridades franquistas, algo que no sentó muy bien a algunos sectores de la oposición.
Referentes
Los artistas que han influido en la extensa obra de Chirino son muchos. Más allá de El David de Miguel Ángel, “la perfección absoluta” para el canario, sus gustos apuntan a Julio González, introductor del hierro como materia escultórica; Brancusi, por sus formas puras y geométricas; Pablo Picasso por su atención a las formas de origen africano y, siempre, la cultura aborigen canaria (guanche). La suma de todo ello está siempre en la espiral, una forma que sobrevuela la exposición y de la que Castro Flórez recuerda que es el elemento fundamental en la estética del autor, “un símbolo como alegoría del viento, pero también el aliento y el soplo creador, una encarnación de la potencia del caos y de su resolución en momentos de suspensión plenos de intensidad”.
El Paso, en el castillo de la Luz
Martín Chirino decía de sí mismo que era un solitario errante y cosmopolita. Su casa estuvo en Las Palmas y después se fue mudando a Nueva York, París o Madrid. Después de varias idas y vueltas, decidió instalarse en la capital en 1955. Lo hizo a la vez que su grupo de amigos y artistas canarios: Manolo Millares, Elvireta Escobio, Manuel Padorno y Alejandro Reino. Para poder pagarse la vida, Chirino trabajó como profesor (primero de inglés y luego de dibujo) en el colegio Nuestra Señora Santa María (actual Colegio Madrid Fundación Santa María). Allí conoció a Margarita Argenta, diseñadora y madre de su hija Marta Chirino Argenta, ilustradora científica que preside la Fundación Chirino en Las Palmas.

La segunda gran exposición dedicada al centenario del nacimiento tiene como escenario el castillo de la Luz, sede de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino. Titulada El Paso. Vanguardia y compromiso, recoge la historia de un movimiento esencial en el arte español del siglo XX. En la estela de los catalanes de Dau al set o Equipo 57, se unen cuando en Estados Unidos arrasa el expresionismo abstracto.
En la entrada principal de la fortaleza, lo primero que ve el visitante es una fotografía firmada por Fernando Nuño que recoge en blanco y negro los rostros de los protagonistas de El Paso: Rafael Canogar (el único que sigue vivo), Martín Chirino, Luis Feito, Juana Francés, Manolo Millares, Manuel Rivera, Antonio Saura, Pablo Serrano, Antonio Suárez y Manuel Viola. El comisario también en este caso es Jesús Castaño, director de la Fundación, quien recuerda que todos ellos eran artistas muy jóvenes, en torno a la treintena, que se rebelaron contra las normas impuestas por la dictadura y abrazaron el informalismo. Era una pintura de acción en la que a través del gesto automático y del trazo violento se expresan los estados de ánimo, explica Castaño durante el recorrido de las tres grandes salas que ocupa la exposición. El Paso permaneció unido tres años. En ese tiempo se dieron a conocer en el mercado nacional e internacional. La exposición de Nueva York, en 1960, fue el salto definitivo, aunque también agrandó las grietas que había entre varios componentes y el grupo se acabó disolviendo.

Dear Martin
La tercera entrega de las exposiciones del centenario continúa en el Centro Niemeyer del Principado de Asturias y la narración prosigue en 1960, con el éxito que vivió después de la disolución de El Paso. Titulada Dear Martin! Martín en los Estados Unidos, la muestra reúne 27 esculturas y 30 dibujos. Se puede ver hasta el 21 de septiembre. El historiador Alfonso de la Torre ha querido desvelar que Chirino fue el artista de la generación abstracta más representado en la capital de arte que simbolizaba Nueva York y como resumen menciona la decena de muestras individuales y las numerosas colectivas en las que participó el maestro del hierro.
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