Los difuntos gaditanos romanos hablan desde sus lápidas: un resentido, cuatro magistrados y una mujer de 100 años
Un hallazgo arqueológico durante unas obras descubre la mayor colección epigráfica de Gades en torno a un posible y desconocido santuario a Isis


Cinuras vivió y murió en el algún momento ignoto de la segunda mitad del siglo I del Cádiz romano. No se sabe exactamente cuándo ni cuánto vivió, por su nombre es posible que fuese un antiguo esclavo, un liberto, que hizo tan buena suerte como para poderse costear un buen enterramiento con lápida. Pero él sí quiso dejar escrito un resquemor para la eternidad: “Ni los más poderosos, ni sus amigos, ni sus seres queridos, le mostraron gratitud”. Su epitafio es uno de los 269 epígrafes que han aparecido de una tacada en la excavación arqueológica de una necrópolis gaditana. Así que a Jacobo Vázquez, uno de los artífices del hallazgo, le gusta pensar que, casi dos milenios después, Cinuras ha “conseguido por fin el reconocimiento” que no tuvo en vida.
Junto a ese pobre hombre dolido hasta el rencor, una señora longeva de la que dicen que llegó a los cien años y cuatro poderosos magistrados y sacerdotes que remarcan el peso de Gades en el imperio han emergido hasta 89 gaditanos romanos más —además de decenas de fragmentos incompletos— en el mayor hallazgo arqueológico conocido de epigrafías de ese periodo histórico en la ciudad, un descubrimiento adelantado por el medio local Diario de Cádiz. Sus lápidas estaban dispersas en torno a un edificio o colegio funerario que debió tener tanto peso en el culto local como para que tantas personalidades quisiesen enterrarse en torno a él. Vázquez, coordinador de la excavación y Adrián Santos, director de la misma, trabajan sobre la hipótesis de que pudiese ser un espacio cultual dedicado a la Isis, la diosa de origen egipcio tan popular en puertos como Alejandría, Roma y, puede que ahora también, en Gades. Y no son pocos los indicios que apuntalan su hipótesis de trabajo.
Todo este despliegue de descubrimientos apareció de forma casual en enero de 2022 en unas obras en el solar de un antiguo chalé, La Porteña, ubicado en el barrio residencial de Bahía Blanca, en la zona de extramuros de la ciudad. El ingente material encontrado ha hecho que los arqueólogos sumen ya tres años de trabajos y cinco artículos científicos —cuatro publicados y uno en camino—, amén de lo que aún les queda. En la porción de necrópolis en la que trabajaron aparecieron “las cronologías son las clásicas que se esperaban por el entorno”, como explica Santos. En total, documentaron 55 enterramientos que abarcan de fosas excavadas en dunas del siglo II antes de Cristo a tumbas del siglo IV de nuestra era, momento en el que se abandona la necrópolis. Todos ellos estaban en torno a un edificio que ahora es el que centra los esfuerzos investigadores de Vázquez y Santos.

En el estrato de las primeras tumbas, los arqueólogos hallaron decenas de terracotas femeninas de uso ritual sobre las que se acabó levantando un edificio en el siglo I de tal extensión que se desplegaban bajo otro solar que ya fue excavado hace más de 30 años y que, entonces, se identificó como una villa. Pero las nuevas investigaciones señalan ahora que la edificación en realidad podría ser un colegio funerario que tenía un espacio de culto con altar, una fosa para fuego ritual y betilos, un santuario dedicado a una deidad femenina como Isis. La identidad de la diosa se plantea como hipótesis gracias al hallazgo de esas primeras terracotas, de cuatro fragmentos de placas votivas que representan unos pies y los restos de una decoración de pinturas murales con aves y juncos, unos motivos relacionados con el río Nilo muy comunes en los cultos a Isis.
Es dentro y en el entorno de ese espacio en el que aparecen las 269 placas de personas que decidieron enterrarse en torno a ese colegio funerario. “Es muy significativo porque se puede asociar que se quisieron enterrar en torno a la deidad que veneraban. Sería como quien se quiere enterrar hoy junto a la Macarena. Todo ello pese a que no era una capilla lujosa, pero sí tenía raigambre como para ser un foco cultual”, razona Vázquez. Las placas aparecieron desvinculadas de los 55 enterramientos, apiladas, un signo probable de posibles saqueos posteriores. Pero con la singularidad de que no se destruyeron para reaprovecharlas como material de obra. “Son excepcionales por la cantidad que hay y la información epigráfica que dan”, apunta Santos.
En total, de los 500 fragmentos de lápidas, los arqueólogos han identificado esas 269 que contienen textos y, de ellos, 95 con nombres de los finados. Los investigadores resaltan el caso de cuatro magistrados, ediles civiles de la ciudad y sacerdotes. Ponen el foco precisamente en el sacerdote ya que su lápida refiere que fue el número 43 encargado del culto a Júpiter, un dios “muy antiguo y que remite a Baal”, deidad fenicia, explica Vázquez. Es el primer signo conocido de que la antigua Gades tenía templo a este dios y coloca a la ciudad, de origen fenicio, en una liga destacada de ciudades romanas. “Es un culto muy importante que solo se daba en Roma, Cartago y, ahora, Cádiz”, añade el investigador.

La entidad del hallazgo ha hecho que Santos y Vázquez hayan dedicado un artículo científico a él, al que se suma otro a los pies votivos y otro más a la figura de ese padre resentido al que nadie dio las gracias. “Cinuras, el padre, querido entre los suyos, aquí está enterrado. Que la tierra te sea leve. Este es aquel Cinuras, a quien, habiéndoselo ganado por sus méritos, ni los más poderosos, ni sus amigos, ni sus seres queridos, le mostraron gratitud”, reza la traducción propuesta en su lápida. El análisis epigráfico y la estratigrafía les ha dado pie a datar la lápida en la segunda mitad del siglo I d.C. y a determinar que el uso exclusivo del cognomen griego Cinuras (habitual a nombres femeninos, por cierto) le ubican como un antiguo esclavo liberto que debió prosperar en vida como para poderse enterrar en el mismo espacio en el que se inhumaron destacados miembros de la aristocracia local.
Pero, ante todo, el caso de Cinuras es un ejemplo práctico de cómo el estudio de la epigrafía sirve para captar dramas humanos personales y colectivos. Retazos vitales como el de esa romana que supuestamente llegó a los 100 años, una longevidad no confirmada al no estar asociada su lápida a uno de los 55 enterramientos. “Le estamos dando voz a esas personas anónimas de la historia, es muy bonito”, señala orgulloso Santos. “Nos ha dejado el trato que le dieron. La suerte es que su mensaje se ha transmitido”, apunta Vázquez a su lado. A ambos aún les quedan pesquisas por delante que, aseguran, deparará más sorpresas que contextualizarán la potencia de Gades en el Imperio Romano. “La investigación no ha terminado, solo ha comenzado y muy probablemente nos sobrepase a nosotros”, zanja Vázquez.
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