Muere a los 87 años Juan Antonio Arévalo, exsenador socialista y padre de la ley taurina de 1991
Fue uno de los hombres públicos más comprometidos con la fiesta de los toros

Juan Antonio Arévalo Santiago (Valladolid, 1935), senador socialista entre 1979 y 2000, y el gran impulsor de la ley taurina de 1991, ha fallecido este martes a la edad de 87 años en su localidad natal, en la residencia donde estaba ingresado por razones de salud desde hacía varios años, han confirmado fuentes familiares. Con su muerte desaparece uno de los hombres públicos más comprometidos con la fiesta de los toros que, gracias a su impulso y trabajo, contó con una normativa legal, la Ley de Potestades Administrativas sobre Espectáculos Taurinos, aprobada el 5 de abril de 1991, principal defensora de la integridad de la tauromaquia.
Pero Arévalo fue algo más que un aficionado cabal. Sus amigos lo recuerdan como un enamorado de la política, un señor, un castellano culto, serio, austero y muy implicado socialmente.
Licenciado en Derecho y letrado del Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario (Iryda), ingresó en el PSOE en 1975, fue secretario general regional de Castilla y León, vicepresidente y consejero de Justicia de la Comunidad preautonómica y miembro del comité federal del partido. En 1979 fue elegido senador por su provincia, cargo que ocupó durante seis legislaturas, hasta el año 2000.
Como presidente de la Comisión Legislativa de Presidencia, Gobierno e Interior del Senado, puso en marcha en 1983 una investigación sobre el estado de la fiesta de los toros, una iniciativa sin precedentes que contó con la participación de representantes de todos los estamentos taurinos, y que fue la antesala de la ley de 1991.
Arévalo contó con el apoyo de políticos, aficionados y periodistas comprometidos con la fiesta, y, especialmente, con la colaboración de Joaquín Vidal, crítico taurino entonces de EL PAÍS, con quien mantuvo una estrecha amistad, quien dijo de él que era “uno de los pocos políticos que trabaja para conseguir la dignificación de las corridas de toros, la autenticidad de la lidia en todos sus tercios y la limpieza del espectáculo de corruptelas”. Arévalo, por su parte, definió al periodista como “una persona formal, a quien se le podía comprar un coche usado; ser su amigo era una de las mejores cosas que podían pasarle a uno en este mundo”.
El senador vallisoletano fue un reconocido, respetado y también criticado activista taurino durante su larga permanencia en la Cámara alta. En mayo de 1984 escribía en este periódico: “La fiesta se defiende sola cuando es auténtica, pero no hay quien la defienda dignamente cuando es falsa”.
En abril del pasado año, con motivo del 30º aniversario de la aprobación de la ley, Juan José Laborda, presidente del Senado entre 1989 y 1996, definía a Arévalo como una persona muy implicada con los toros y la política, “que pudo haber sido presidente de la comunidad autónoma de Castilla y León si no hubiera dimitido antes de que se eligiera el candidato socialista”. “Juan Antonio sostenía que ser aficionado es una manera de vivir, una estética, que nada tiene que ver con el concepto de nación”, añadía Laborda. “De ahí, que rechazara el apelativo de fiesta nacional por su matiz político tradicional y franquista”.
En aquella misma fecha, y con Arévalo ya ingresado en la residencia donde ha fallecido, Blanca, una de sus cuatro hijas, pedía que se recordara a su padre como “una persona honesta y cabal, muy inteligente, lúcida y brillante”. “Aficionado muy torista”, añadía, “se volcó en la regeneración de la fiesta, lo que le llevó a graves enfrentamientos con muchas personas, y también a encontrar grandes amigos, como Joaquín Vidal, a quien adoraba, o Antoñete, a quien consideraba el alma de la fiesta”.
La capilla ardiente de Juan Antonio Arévalo está instalada en el tanatorio Las Contiendas de la capital vallisoletana; mañana, miércoles, se celebrará un funeral en la parroquia de San Lorenzo y, posteriormente, sus restos mortales serán inhumados en el cementerio de El Carmen.
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