Limónov y el miedo del plumilla ante el personaje
El escritor ruso, fallecido a los 77 años, imponía por su increíble periplo vital novelado por Carrère, una vida que llegó a eclipsar su talento literario


Existe una especie de subgénero periodístico que consiste en relatar el temor del plumilla ante el entrevistado. Se puede plasmar en el papel, lo que suele abrir las venas de la ortodoxia por el uso del yo, o se puede utilizar para amenizar una conversación y darse un poco de ínfulas. En el caso de Eduard Limónov es muy difícil sustraerse a esa tentación porque se trata, sobre todo, de un personaje. Literalmente. Porque en eso lo convirtió Emmanuel Carrère cuando contó la vida del escritor ruso, fallecido el martes a los 77 años, en uno de sus libros más reconocidos: Limónov (Anagrama). Bueno, de hecho, fue su gran éxito y desde aquel texto de autoficción el reputado autor francés no ha vuelto a levantar cabeza, según el protagonista del mismo, Eduard Veniamínovich Savenko, que así se llamaba verdaderamente el también poeta, ensayista y fundador del Partido Nacional Bolchevique.
Lo afirmó sin inmutarse el pasado junio en Valencia, frente al Mediterráneo, con una copa de vino blanco en la mano y un arroz de mero salvaje y gambas en la mesa que apenas probó. ¡Qué desperdicio!, pensó entonces el periodista que le iba a entrevistar, tal vez para centrarse en algo más banal (o, más bien, porque realmente no lo podía entender) y olvidarse del acojono que le provocaba dirigirse a un tipo, por otro lado, enjuto, más bien menudo, con gafas de intelectual, perilla a lo Trotski y pelo cano.
Una apariencia poco amenazante y muy diferente de aquella que dio vueltas al mundo de Limónov pegando tiros junto al líder serbobosnio Radovan Karadzic. O a las descripciones entre soldados y mercenarios que el propio Limónov introduce en alguno de sus 70 novelas y ensayos o en su última obra publicada en castellano, El libro de las aguas (Fulgencio Pimentel), cuya presentación le llevó el pasado año a la playa valenciana de El Saler.
Allí se tenía que bañar, teóricamente, siguiendo su consigna, más poética que militar, de viajar por el mundo y probar todas las aguas con las que se cruzaba. Pero tampoco parecía muy interesado ni en eso, ni en hablar de su libro, ni de literatura, ni de política, ni de su otrora enemigo Putin, si bien hizo todo ello siempre con esa educación que bordea la displicencia y el hastío.
Aunque también mostró un entusiasmo contenido cuando recordó cómo conoció el incipiente movimiento punk en el Nueva York de los setenta, donde vivía como poeta underground tras exiliarse de la Unión Soviética, y a músicos como Marky Ramone. O cuando sacó a colación sus encuentros con los chalecos amarillos franceses que, a su entender, representan la síntesis entre los extremos que él intentó anticipar en su partido con su mezcla de fascismo y comunismo. “Se acabó la lucha de la derecha contra la izquierda. Ahora la lucha es entre el pueblo y las élites”, dijo el escritor, quien conocía bien su talento literario y no dudaba en gritarlo.
Porque Limónov sería todo un personaje, con una vida increíble en la que pasó de dandi a indigente sodomizado en un parque neoyorquino, de pasear como un escritor de éxito por París a estar encerrado en una prisión rusa por traficante de armas, pero también era un autor reconocido y con una larga trayectoria literaria. Era capaz de alcanzar una gran intensidad poética a partir de situaciones insospechadas y vivencias sorprendentes, con gran sensibilidad social, para luego caer en el patetismo y en juicios pueriles, machistas o militaristas.
El Libro de las aguas es una prueba de ello, si bien su obra más conocida de las cuatro traducidas al español es Soy yo, Édichka (Marbot Ediciones, 2014). Con esta obra se adelantó a la moda posterior de la autoficción que luego muchos otros copiaron, dijo en aquel encuentro en Valencia, en el que subrayó que muy pronto se dio cuenta del interés de los lectores por las autobiografías. Unos días más tarde, presentó su volumen en la Feria del Libro de Madrid, en compañía de Manuel Jabois. El periodista y escritor recuerda el “panico inicial” y cómo Limónov se mostró “esquivo, disperso, monosilábico; podía salir por cualquier parte”. Sin embargo, no se olvidará de dos cosas que dijo y que la sorprendieron: “Que iba a haber una tercera guerra mundial entre los hombres y las mujeres y que él se sentía como un visionario. Nos contó que una vez habló de su mujer en pasado en un libro, que ella se enfadó mucho y que al poco murió”.
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