La España real estaba en ‘Pasapalabra’
La ventaja de la televisión tradicional, lo que no consiguen las nuevas plataformas, es hacer compañía, convertirse en algo familiar. Ser una rutina feliz como este concurso


En la burbuja cultureta en la que quizás pase demasiado tiempo parece que todo el mundo esté viendo Mindhunter, Fleabag o Euphoria. Pero entonces Telecinco cancela Pasapalabra por orden judicial y es la conmoción nacional. Nos damos cuenta de que el simpático concurso que jugaba con el lenguaje reunía a casi dos millones de espectadores al día. La España real estaba ahí.
Un usuario de Netflix, Movistar +, HBO o Amazon Prime puede pasar tanto tiempo navegando por los menús como viendo algún contenido, de tan amplia que es la oferta. Por eso se habla mucho de qué seguir: cada abonado es un prescriptor para su entorno. Pero tres cuartas partes del consumo audiovisual en España son para la televisión lineal, la de toda la vida, esa de El hormiguero, Gran Hermano, Sálvame o MasterChef.
Los expertos distinguen entre televisión de prestigio, de la que puedes presumir, y televisión de confort, con la que te sientes bien. Las series de calidad, con temporadas cortas vistas en atracón, no se instalan en tu vida. Por eso en las plataformas también triunfan formatos clásicos que llevan a un universo afable y libre de sobresaltos, como las sitcom de ayer y de hoy: Friends, The Office, Seinfield, Modern Family, El príncipe de Bel-Air...
La ventaja de la televisión tradicional, por lo que es tan difícil destronarla, es que hace compañía. Se vuelve familiar, las mismas caras y voces a la misma hora. Sigues a gente como tú, no a personajes creados por equipos de guionistas. Pasapalabra era una rutina feliz, que daba conversación sobre lo que la gente veía junta o a la vez, y no sobre lo que cada uno explora por su cuenta. La tele a la carta vino para quedarse, pero está lejos de ser la fórmula dominante. No cumple la función, vale decir social, de Pasapalabra.
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