‘Sueño’ reapareció y subió a la gloria
Descafeinada encerrona de Diego Ventura que cortó tres orejas y salió a hombros


La gloria se abrió paso al final, justo a tiempo para evitar que el espectáculo quedara hecho añicos en el fondo del precipicio por donde comenzó a despeñarse desde que el primer toro pisó el ruedo de Las Ventas. Y fue ‘Sueño’, un caballo lusitano de siete años, que reaparecía tras un año lesionado, el que protagonizó el ‘quite del perdón’, un espectacular y grandioso tercio de banderillas ante el sexto toro, que reconcilió a Ventura con la plaza y devolvió al caballero la confianza que había ido perdiendo a lo largo del plúmbeo festejo.
El toro demostró de salida su codicia al perseguir a galope en la suerte de la garrocha, y la calidad de su embestida contribuyó a la resurrección de ‘Sueño’, que se lució esplendorosamente templando a dos bandas, con los pitones pegados al pecho; después, tres pares de banderillas, los dos últimos inenarrables, con el caballo yendo hacia atrás mientras el toro acudía a su jurisdicción y acababan ambos en un quiebro imposible que hizo saltar a la gente de sus asientos.
A continuación, salió para esta única ocasión ‘Morante’, el caballo que se hizo famoso por morder a los toros, y el colofón lo puso ‘Dólar’, con el que Ventura clavó un par a dos manos sin la cabezada.
La plaza ardía, con razón, enfervorizada, pero un desgraciado bajonazo echó un jarro de agua fría al emocionantísimo espectáculo que se acababa de vivir. A pesar de todo, se le concedieron dos orejas, un premio excesivo, y al toro se le concedió la vuelta al ruedo, galardón también exagerado.
TRES GANADERÍAS/DIEGO VENTURA, EN SOLITARIO
Dos toros de Miura -segundo y quinto-, mal presentados, sosos y nobles; dos de Ángel Sánchez -primero y cuarto-, y dos de María Guiomar Cortés -tercero y sexto-, bien presentados, descastados y sosos; el sexto, más encastado y codicioso fue premiado con la vuelta al ruedo.
Diego Ventura: rejonazo y un descabello (ovación); rejón bajo (silencio); dos pinchazos y rejón trasero (silencio); rejón trasero y dos descabellos (silencio); rejonazo (oreja); bajonazo (dos orejas). Salió a hombros por la puerta grande.
Plaza de Las Ventas. 6 de octubre. Quinta corrida de la Feria de Otoño. Casi lleno (21.722 espectadores según la empresa).
Diego Ventura había paseado otro trofeo en el quinto y salió a hombros por la puerta grande por décimo séptima vez, pero su actuación en solitario no alcanzó la meta propuesta: dar un serio aldabonazo como el gran revolucionario del rejoneo moderno que ya se le considera. Apostó fuerte y sus ganancias han sido muy pobres en función de lo invertido.
Hasta que salió el sexto toro, Diego Ventura no tuvo su tarde. No fue un rejoneador en plenitud, ni un torero a caballo desbordante de recursos, ni resucitó suertes antiguas, ni protagonizó una faena redonda, ni un tercio deslumbrante, ni entusiasmó ni electrizó a un respetable tan triunfalista como generoso.
No le ayudaron los toros, es verdad; ni los de Miura, sardinas agalgadas, -mejor el quinto-, ni los sosos y mansos de Sánchez y Cortés de Moura, a excepción del codicioso y encastado sexto, que permitió el gran triunfo de la tarde.
No hubo toros, es verdad, pero tampoco apareció en el ruedo el caballero consumado que todos esperaban. Le pudo, quizá, la presión de una tarde cargada de responsabilidad, y transmitió al tendido una inseguridad inusual en él.
Para empezar, falló en el primer rejón de castigo de la tarde, lo que no fue más que un mal augurio; y volvió a fallar al clavar una rosa, y ambos descuidos destacaron sobre los quiebros de ‘Lío’ y la torería de ‘Colombo’.
Esperó al primer miura a porta gayola con la garrocha, y el impresentable novillete se quedó parado y deslució la suerte. Fue un animal distraído y descastado con el que tampoco Ventura anduvo fino a la hora de clavar banderillas.
Falló con el rejón de muerte en el tercero y se olvidaron los sorprendentes quiebros al violín con ‘Gitano’ y el temple de ‘Fino’. Muy manso y acobardado se comportó el cuarto, lo que no evitó que Ventura y el sobresaliente Juan Manuel Munera protagonizaran un torerísimo tercio de banderillas, en el que destacó la buena técnica del rejoneador albaceteño.
Un pavo y dos gallos recogió Ventura en la vuelta al ruedo tras la muerte del quinto. Con el pavo entre las manos saludó al respetable, y estaba el animal tan mosqueado como el propio caballero, consciente de que la oreja no era merecida, pues un par de fallos con las banderillas deslucieron una actuación que no pasó de correcta.
Quedaba el sexto, y pasó lo que ya se sabe. Reapareció ‘Sueño’ y Ventura pudo tocar la gloria que se le había negado en la tarde más importante de su vida.
No fue, ni mucho menos, un espectáculo redondo, pero hay que reconocerle al rejoneador que hizo una apuesta fuerte, muy fuerte, de las que solo hacen los grandes. La plaza casi se llenó, -este festejo no era obligatorio en el abono de la feria-, lo que es ya un éxito incontestable, y el paseíllo, con los veinte caballos de su cuadra en la arena, un bello espectáculo nada habitual.
Pero, ya se sabe: a veces, se gana, y otras se pierde…
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