Ruido, por favor
Una muestra en Madrid ilustra el afán de Josep Grigely por materializar la vida cotidiana

Hay una palabra, rhopography, que circulaba a mediados del XIX y que sobrevuela ahora la exposición de Joseph Grigely (Massachusetts, 1956) en NoguerasBlanchard. Alude a esas cosas triviales de las que se nutre nuestra vida como seres humanos. El lenguaje, sin ir más lejos. Imaginen si cada palabra que nombramos tomara una forma material: mesas cubiertas de pronombres, cajones llenos de oraciones, almohadas amontonadas como prefijos… Las obras de este artista persiguen algo de eso, la materialización de la vida cotidiana.
Aquí tienen forma de globo, de estufa, de recorte de periódico y de mantel de papel, que funcionan como cualquier naturaleza muerta. Tienen tanto ruido implícito como Canaletto. Tanto estudio sobre el color como Malévich. Tanta represión de lenguaje como Agnes Martin. Grigely estira el suyo desde que se quedó sordo a los 10 años. Lo retuerce, lo modifica y lo desfamiliariza. De algún modo, nos lleva dentro de él. En 1994, decidió empezar a trabajar con esas notas escritas con las que se comunicaba para pensar cómo los archivos pueden pensarse de manera crítica y creativa. Creó uno gigante, que sobrepasa los 85.000 papelillos, con los que compone sus Untitled Conversations poniendo al límite el potencial de la comunicación humana. Lo mejor es cómo la idea de discurso adquiere un nuevo significado en sus manos y cómo venera la mala articulación del lenguaje para desmantelar los privilegios de ese relato oral del mundo. “I’m happy”, dice la esquina de un papelito alargado. Él también sonríe sabiendo que cualquier idea de limitación es nuestra. Cuánta inteligencia.
Joseph Grigely. Small Talk. Galería NoguerasBlanchard. Madrid. Hasta el 19 de mayo.
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