La muerte de Fandiño y los cuervos de Twitter
Reírse de la muerte del torero y de sus familiares representa casi siempre un ejercicio repugnante, pero legítimo de la libertad de expresión
El símbolo del pajarillo de Twitter acostumbra a degenerar en cuervo cada vez que la sociedad evacúa o vomita sus peores instintos. Sucedió con la muerte de Bimba Bosé. Ocurrió con la cornada mortal de Víctor Barrio. Y está pasando con la avalancha de mensajes que celebran el fallecimiento del torero Iván Fandiño, a expensas del duelo de su esposa —también a ella la zahieren— y de la orfandad de su hija de dos años.
Es la razón por la que la Fundación Toro de Lidia tiene abierta la ventanilla para recibir las reclamaciones y para reaccionar legalmente a las denuncias, especialmente cuando los insultos o las intimidaciones de las hordas tuiteras vulneran el código penal, desde la infamia y la injuria hasta los delitos de odio o los atentados al honor.
El escarmiento lo proporcionó la muerte de Barrio hace casi un año. No ya porque entonces proliferaron los mensajes nauseabundos en la hora del velatorio, sino porque todavía los recibe la viuda del matador, expuesta ahora al trauma de un encarnizamiento y a la experiencia de revivir el duelo en el sudario de Iván Fandiño.
Se ha vengado del torero vasco hasta el humorista Ricky Gervais, derivando el acoso tuitero a un desconocido fenómeno internacional cuyos límites son ya inabarcables. No sólo porque proliferan los trols y los acosadores anónimos, sino porque el debate escapa probablemente a las facultades o prerrogativas de la ley.
Reírse de la muerte de Fandiño y burlarse de sus familiares representa casi siempre un ejercicio repugnante, pero legítimo de la libertad de expresión. Tanto hay que velar por ella, tanto, que no se puede suspender apelando a la falta de sensibilidad, a la crueldad o a la deshumanización. Otra cuestión es que la muerte de Fandiño exponga las patologías sociales en su frivolidad y veneno.
El pájaro azul de Twitter se convierte en un gremlin, muta hacia una criatura carroñera, plantea los extremos de una civilización insalubre.
No puede acusarse a los antintaurinos y a los animalistas de haber incurrido en una coreografía de venganza o de represalia a Iván Fandiño. Se representan a sí mismos —sólo a sí mismos— los haters en su ejercicio de cobardía y de crueldad, una minoría insana que intoxica de bilis el derecho al duelo de un torero indefenso.
No se hace pedagogía de una sociedad con el Código Penal ni puede cuestionarse la libertad de expresión. El problema es la educación, la sensibilidad y el respeto que siempre tuvieron los difuntos, resucitaran o no al tercer día.
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