Pescadilla en el Congreso
No se proyectaba 'El árbol de la vida' de Malik, sino dos capítulos sobre costumbrismo patrio


La nueva temporada de Pescadilla en el Congreso se estrenó con gran éxito de escalofríos durante la actuación de Irene Montero, pero después fue amustiándose por exceso de metraje y porque el coco de la corrupción es casi de la familia en España.
Protagonistas, actores de reparto y apuntadores de la reposición se emplearon a fondo para impresionar a las gradas, pero el guion era tan mediocre, y la tramoya, tan repetitiva que la audiencia comenzó a impacientarse y a fastidiar al vecino con comentarios faltones.
No se proyectaba El árbol de la vida de Malik, sino dos capítulos sobre costumbrismo patrio, que el pueblo llano apreció a medias pues muchos abandonaron el anfiteatro despotricando contra lo que identificaron como un plagio: la pescadilla de la temporada anterior mordiéndose la cola con un adobo pelín diferente. El espectador de culto aguantó escrutando lances, caras y caretos y las pocas novedades de los estudios de la Carrera de San Jerónimo.
La audiencia de tremendismo y thriller apreció mucho los rejonazos entre Iglesias y Hernando pero después de esa exhibición de mala leche, el talento interpretativo declinó de nuevo. El público vació el patio de butacas para irse al bar o por los cerros de Úbeda.
El personal quería leña, pero debió conformarse con un par de duelos sin intensidad dramática, los insondables trabalenguas de Rajoy y los aspavientos de Montero, limítrofes con la apoplejía cuando alertaba contra el hundimiento de España a manos del Ibex 35. Durante el clímax discursivo de la debutante, TVE registró su mejor rating.
Las masas revolucionarias apagaron el plasma bufando porque perdió el bueno de la película. No gustó que vistiera americana en el primer capítulo, y corbata, en el segundo. No hacía falta caer tan bajo en la representación teatral. Ignoraron que el mando sabe lo que hace: el camino hacia el paraíso está empedrado de astucia catalana y un ropero multiuso.
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