Pistolas y guitarras


Me maravilla. Una de las características de la vida en Estados Unidos es la apertura de sus instituciones. Evoco una visita a Atlanta (Georgia) en 1986. En compañía del fotógrafo Chema Conesa, por encargo de El País Semanal, acudimos a entrevistar a Lou Reed. Fue una misión problemática, por las reticencias del personaje, pero finalmente se hizo.
Coincidimos además con un concierto estelar. Todavía no se sabía nada en Europa pero se habían juntado Lou Reed, Peter Gabriel, U2, los Neville Brothers, Joan Baez, Bryan Adams y los resucitados Police, por una buena causa. Era la primera gran gira de Amnistía Internacional, bautizada A Conspiracy of Hope, que sugería un nuevo tipo de activismo musical, con un compromiso mayor que el demandado por festivales tipo Live Aid.
Una vez resuelta la entrevista con Lou Reed y cubierto el evento, nos quedaba un día libre y se nos ocurrió improvisar un reportaje sobre el Center for Disease Control (CDC), un organismo federal entonces muy presente en las noticias referentes al SIDA: allí detectaron y bautizaron la pandemia en 1981. Sin petición previa, sin exhibir documentos, nos acogieron y nos permitieron recorrer el recinto, donde se almacenaban cepas de los más feroces patógenos, desde la viruela hasta el ébola.
Imagino que todo eso habrá cambiado, con la paranoia del 11-S. Pero EEUU sigue siendo un lugar donde circula la información gubernamental, que se puede consultar digitalmente. Desde un país tan hermético como el nuestro, produce cierta trepidación entrar en la página del FBI y encontrar datos estadísticos sobre los delitos violentos, que incluyen cuatro categorías: asesinato, violación, robo y asalto con agravantes.
Descubro que, en 2015, aumentaron esos delitos casi un 4 % sobre el año anterior (a principios de siglo, hubo notables descensos). Se puede establecer cuales son las ciudades más violentas, computando su población y el número de delitos registrados. Este es el hit parade de la criminalidad: (1) St. Louis; (2) Detroit; (3) Birmingham; (4) Memphis; (5) Milwaukee; (6) Baltimore; (7) Oakland; (8) Kansas City; (9) Stockton; (10) Indianapolis.
Supongo que muchos habrán pensado lo mismo que yo: bastantes de esas ciudades son históricos focos musicales. Entre St. Louis y Memphis podemos situar la aparición del rock & roll (el triángulo se completaría con Nueva Orleans, claro); Kansas City cambió el rumbo del jazz con Charlie Parker y Count Basie. Aun a riesgo de estrellarme en la acrobacia, me planteo una sospecha: que cierto grado de tolerancia ambiental, por no decir ilegalidad, favorece el surgimiento del talento, con una vida nocturna que exige entretenimiento musical.
Lo entenderán si repasamos el listado de las ciudades más seguras, siempre según el FBI: (1) Irvine; (2) Gilbert; (3) Glendale; (4) Virginia Beach; (5) Fremont; (6) Plano; (7) Santa Clarita; (8) Henderson; (9) Scottsdale; (10) Chandler. No nos suenan ¿verdad? Ninguna está identificada con una “escena musical”, pese a que fueran punto de partida para músicos ilustres: de Glendale, por ejemplo, salieron Captain Beefheart o el grupo System of a Down.
Y recuerdo las palabras del británico Charlie Gillett, en el primer gran libro sobre la evolución del rock & roll y el rhtythm & blues, significativamente titulado The sound of the city (1970): “los sonidos de la ciudad son brutales y opresivos […] pero, a mediados de los cincuenta, en prácticamente todas las civilizaciones urbanas del mundo, los adolescentes reivindicaron su libertad en las ciudades, inspirados y reafirmados por el ritmo del rock and roll”. Con el tiempo, Gillett se desencantó con la música de las urbes estadounidenses y encontró su dosis de excitación en Kinshasa, Medellín, Bamako, Beirut. Aunque esa es otra historia.
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