Cabezas y limones
Los cuatro me sonríen, se inclinan hacia mí agradecidos. Entonces, la cabeza cortada rueda y cae hasta mis pies

“Is all that we see or seem but a dream within a dream?” (¿Todo lo que vemos o parecemos no es más que un sueño dentro de un sueño?)
Edgar Allan Poe, en su poema A Dream Within a Dream (Un sueño dentro de un sueño).
Voy a visitar a mis padres. Hace mucho que no los veo, tanto que no recordaba que su casa es tan hermosa. Emplazada en una calle estrecha, empedrada, como de una judería, ocupa un edificio enorme, con grandes ventanales. Estoy muy sorprendida: realmente no parece la casa de mis padres. El corredor que la cruza de punta a punta está atiborrado de mesitas y bibelots; los contemplo fascinada, como si estuviese en un museo. Mi madre me saluda distraída y me conduce hasta una puerta de cristales tintados que da paso a un extraordinario jardín. Me pide que le coja unos limones del álamo, lo cual no me extraña en absoluto: hay, en efecto, unos limones espléndidos que cuelgan de sus ramas, aunque están demasiado altos para alcanzarlos. Me agarro de una rama con el insensato propósito de doblar el árbol hacia mí y hacerme con alguno; el álamo se rompe limpiamente por la mitad, como si fuese de papel: un álamo de tramoya, de chichinabo. Mi madre, curiosamente, no se enfada. Prevalece el buen humor en la casa. Bajo un emparrado, mi padre lee el periódico comiendo uvas. Me guiña un ojo, me sonríe.
La puerta principal se ha quedado abierta y ahora veo entrar a un vagabundo, o a alguien que lo parece: un tipo muy delgado, muy moreno, ataviado con mantas y abalorios y, sobre su cabeza, la cabeza de otro hombre cortada. Me asusto y grito.
Mi madre me regaña:
—No te pongas así. Es amigo nuestro.
Y es cierto. El hombre llega hasta el emparrado y habla con mi padre. Me siento avergonzada —¿quizá tuve un impulso racista?—, pero por otro lado pienso: lleva la cabeza cortada de un hombre, eso no puede ser normal. Mi madre me hace un gesto de lejos y yo acudo a su lado.
—Ha venido con sus tres hijos para que le firmes un libro a cada uno. Te están esperando.
En el umbral de entrada, hay tres muchachos muy juntos, expectantes y tímidos. A diferencia de su padre, van vestidos al modo occidental, con camisetas y vaqueros. Los tres tienen el mismo libro entre sus manos: Contra el viento, la novela con la que Ángeles Caso ganó el Premio Planeta. Les explico que no se lo puedo firmar, que lo habitual es que uno firme solamente los libros que ha escrito, pero ellos se echan a llorar desconsolados. Mi madre me da un codazo, mosqueada. ¿Qué más te da?, me dice. No te hagas la estrecha, a mí sí que me lo firmaste, añade, y de una estantería saca el mismo libro en el que hay, en efecto, una dedicatoria escrita con mi puño y letra que yo no recordaba en absoluto. Bueno, pienso, si hay que hacerlo se hace… Firmo ceremoniosamente, imitando el estilo ingenioso de las dedicatorias de Gonzalo Suárez: En Estocolmo, la Venecia del Norte, en 1823… Al fin y al cabo, me digo, todo es una ficción y si he admitido que de los álamos brotan limones y que un hombre puede llevar sobre su cabeza la cabeza de otro hombre, qué problema puede haber con una dedicatoria espuria.
El amigo de mi padre ya está de vuelta al lado de sus hijos. Los cuatro me sonríen ceremoniosamente, se inclinan hacia mí agradecidos. Entonces, la cabeza cortada rueda y cae hasta mis pies. Doy un salto atrás, más asqueada que aterrorizada, repitiéndome interiormente la misma cantinela: todo es ficción, todo es ficción.
Sara Mesa es escritora y autora del libro Mala letra (Anagrama). Este el primero de una serie de cuatro relatos.
Próximo relato: ‘Carne de cerdo’
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