5.000 años después
Neal Stephenson o David Mitchell. Thomas Ligotti al omnipresente George R. R. Martin

La ciencia-ficción es el único ámbito narrativo donde una elipsis de 5.000 años puede ser antes gesto de legítima ambición que desnortada imprudencia. Ese es el gran golpe de efecto de la caudalosa Seveneves (Ediciones B), de Neal Stephenson, trabajo con conciencia de género (femenino) donde el apocalipsis es principio y no final. No menos atrevido es David Mitchell en Relojes de hueso (Literatura Random House), que hace equilibrismos entre el realismo y la fantasía desbordada y suma al reto un singular efecto retroactivo: en el intrincado —e interconectado— universo literario de Mitchell, muchas obras que, en su día, consideramos realistas mutan en fantásticas a través de sus conexiones con este trabajo.
El conflicto (intergaláctico) que provoca un concurso bautizado, de manera harto arrogante, como Miss Encanto Sideral da la medida del sentido del humor que el maestro de la paranoia Richard Matheson sabía introducir, a menudo, en su ficción breve. Pesadilla a veinte mil pies y otros relatos espeluznantes (Gigamesh), segundo volumen de la integral de sus relatos, es imprescindible. Como lo son las pesadillas abstractas, atravesadas de simbolismo filokafkiano, de Thomas Ligotti en Teatro Grottesco (Valdemar), quizá la más adecuada pareja de baile (macabro) para la exquisita edición ilustrada de Los cantos de Maldoror (Valdemar), del Conde de Lautréamont, de la misma editorial. Despedir a un maestro como Terry Pratchett con la póstuma La corona del pastor (Fantascy); calmar la espera de la saga madre de George R. R. Martin con los relatos de El caballero de los Siete Reinos (Gigamesh) o con La misión del bufón (Fantascy), de Robin Hobb; redescubrir la seducción transgresora de los Libros de sangre (Valdemar), de Clive Barker, o entregarse a la iniciación esotérica de Mystic Topaz (Valdemar), de Pilar Pedraza, son otras atractivas posibilidades de extravío para el amante de lo fantástico.

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