Como moscas
Prince se ha largado al otro barrio. Las despedidas se han convertido últimamente en una plaga


Hace mucho tiempo que le perdí la pista a Prince. Se supone que él borraba sus huellas, por sus reivindicativas peleas con las discográficas, por su vocación de enigma, porque todo había cambiado en la industria de la música, porque ya no tenía ganas de inventar más cosas, vaya usted a saber. Me resigné a seguir escuchando dos discos excepcionales, con poder magnético a perpetuidad, cataratas de gran música: Purple Rain y Sign O’ the Times.
Prince se ha largado al otro barrio. Las despedidas se han convertido últimamente en una plaga. Desaparecen músicos que marcaron la existencia de varias generaciones de cualquier parte. Y su trascendencia va más allá de la música, también es sociológica, cultural, psicológica. Algunos como Lou Reed y David Bowie llegaron a la setentena o la bordearon, desafiando los pronósticos de la ciencia sobre pasotes y adicciones muy graves practicadas durante muchos años. Elvis aguantó 42 años. Michael Jackson, 50. Prince tenía 57. Y ahí siguen tan chulos y corretones los Stones, con mucha suerte e infinito dinero para puntuales cambios de sangre.
Y nos queda Dylan con 75 y sin desear quedarse en su casa, dando conciertos por el universo un día sí y al siguiente también. A lo mejor, para espantar a la muerte. Estuvo a punto de palmarla hace unos años de una histoplasmosis y gracias al sufrimiento y el pavor que debió de sentir nos regaló Time Out of Mind, su última y sombría obra maestra. Y Cohen va a cumplir 80. Normal. Debió de existir cierto control en sus desmadres etílicos o con otras sustancias.
Y me pregunto ante la desaparición de tanto icono perdurable: ¿cuáles son o han sido los de los menores de 40 años, qué músicos han marcado su vida? No lo sé. Me hablan mucho de unos que se llaman Coldplay y de una criatura conocida como Justin Bieber. Que los disfrutan.
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