Seguirá vivo en su lucidez
El traductor del escritor recuerda sus últimos encuentros, con Kertész enfermo, pero elegante e ingenioso
Esta mañana recibí la llamada de Sandra Ollo, editora de Acantilado. Me comunicó el fallecimiento de Imre Kertész, a cuya obra tantos años he dedicado como traductor. Era una muerte esperada. En las últimas semanas permaneció definitivamente postrado en la cama. Ya no podía moverse. La enfermedad de Parkinson que lo torturara durante más de década y media llegaba a su fin. Según su esposa Magda, había trabajado hasta enero con su colaborador Zoltán Hafner en la recopilación de los apuntes de los años noventa. Una vez concluido ese trabajo, bajó los brazos, se sumió en un estado de inconsciencia, con escasos momentos de lucidez. Aún pudo ver la portada de La última posada, la traducción de su último libro al castellano.
Han sido muchos años de amistad y de trabajo en su obra, que es desde luego una de las decisivas a la hora de comprender el siglo XX, nuestro presente y también nuestro futuro. Todavía nos vimos el verano pasado en Budapest. En su casa, de la cual en contadas veces salía, en silla de ruedas. Hablamos de Kafka, de sus estancias en España en 2004 y 2007, de música, pues no cesaba de escucharla, se aferraba a ella. Y como siempre, de sus libros, de algunos detalles biográficos. En los meses siguientes se sucedieron las llamadas telefónicas, algunas confusas, porque Imre Kertész vivía tratado con fuertes dosis de medicamentos y en ocasiones perdía el hilo de la conversación. Eso sí, siempre pensaba en su obra, quería retocar esto, revisar aquello. La última posada fue el último libro que escribió. La versión húngara definitiva se publicó en 2014. Él veía esa serie de apuntes de la primera década de nuestro siglo como una "novela". "La última posada es una novela", repetía una y otra vez. Esa era su ilusión, su deseo, a ello había dedicado su vida: a convertir la materia vivida en ficción, en eso trabajó, por eso se esforzó. En los últimos tiempos, ya no podía escribir porque se lo impedían la enfermedad y los medicamentos, pero sí continuaba "componiendo", pensando en la estructura de su libro.
La última vez que Cristina, mi esposa, y yo lo visitamos se le notaba que había "preparado" el encuentro. A pesar de estar en la cama, quería parecer elegante, mostrar ingenio, contar algún chiste. Y en todo momento nos mostró su cariño.
En el fondo, sin embargo, como ocurre con los grandes escritores, donde realmente está Imre Kertész es en su obra. Lo esencial se encuentra allí, a la vista, es preciso leerlo. Empezando por Sin destino, ese relato asombroso de un adolescente judío húngaro que es deportado a Auschwitz y luego a Buchenwald; y pasando luego por Fiasco, Kaddish por el hijo no nacido y Liquidación, obras maestras que elaboran la experiencia de los campos de exterminio y sus consecuencias; así como por sus ensayos y apuntes, que sitúan el trauma de la Shoah y del totalitarismo en el lugar que le corresponde en la historia europea.
Imre Kertész ha muerto y sigue muy vivo.
Adan Kovacsics era el traductor de Imre Kertész al español
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