Gol de Pedro
No hay nada más expresivo que una cara cuando se rompe de dolor o cuando estalla de alegría


En una de las antiguas versiones del Libro de Estilo de este periódico había un mandato sobre las fotografías deportivas: éstas deben mostrar lucha, victoria o frustración. No hay nada más expresivo que una cara cuando se rompe de dolor o cuando estalla de alegría. Y no hay mejores fotos (en el deporte, en la vida) que las que enuncian lo que quieren decir, sin más aditamentos que la foto misma. Sin vuelo en el verso, diría José Hierro.
Pues eso que se le pide a la fotografía es lo que da también la televisión. Si se permite esta transgresión a favor del retrato, la televisión prolonga la imagen, y esa es la naturaleza de su proceso, mientras que la fotografía ofrece el impacto ya congelado; el efecto te hiela la sangre, o la exalta. Pasó el último martes en televisión (Antena 3), cinco minutos antes de que terminara la prórroga del Barça-Sevilla jugado en Tbilisi para dilucidar cuál de los dos equipos españoles ganaba la Supercopa de Europa. En ese instante, el entrenador azulgrana, Luis Enrique, hizo entrar en el campo a Pedro, un futbolista aparentemente desahuciado de la alineación porque estaba siendo traspasado. El futbolista, que luego se supo que estaba triste, o entristecido, se multiplicó en el campo en los primeros segundos de su incorporación tardía, no sólo porque estaba fresco sino porque en esas circunstancias era imposible que se diera por vencido.
Apenas unos minutos después tuvo esa ocasión de la que habla Rudyard Kipling en el más famoso de sus poemas, Si... El portero sevillista, Beto, rechazó un balón, y Pedro vino a él como una exhalación. Marcó y fue decisivo. En ese segundo explotó el muchacho; se le vio de espaldas, tumbando lo que tuviera a su paso. Pero las cámaras lo retrataron de espaldas. El telespectador hubiera querido ver ese rostro explotando de alegría y de rabia, a partes iguales. Pero la cámara no estaba de aquel lado.
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