Autorretrato por persona interpuesta
‘Poca cosa’ es la frase con la que comienza una novela que es cualquier cosa menos poca cosa

‘Poca cosa’ es la frase con la que comienza una novela que es cualquier cosa menos poca cosa, pese a que Modiano construye sinuosas tramas a partir de muy poca cosa, un apellido en una agenda, un anuncio, una llamada. El narrador de Para que no te pierdas en el barrio es un escritor solitario llamado Jean, Jean Daragane, como la Kiki Daragane de la que Modiano dice en Un pedigrí (2005), su autobiografía visceral, haberse enamorado, y como Jean se llamaban asimismo el escritor de El horizonte (2010) y el que narraba La hierba de las noches (2012) a partir de una libreta negra. Los guiños a su vida y obra son un juego constante. Y, como casi siempre, por detrás de Jean se asoma Patrick, otro escritor de París enjaulado en su pasado que escribe para reconstruirlo y tratar así de liberarse, y al que también le gusta perderse por laberintos de nombres, direcciones y recuerdos que no son sino la sombra de la realidad, como reza el epígrafe de Stendhal, realidad facetada, ambigua y elíptica que el lector trata de recomponer ahogado en datos y no obstante, en fantástica paradoja modianesca, desprovisto de información.
Aquí un tal Ottolini está buscando a un tipo que figura en la agenda de Daragane y en su primera novela, La negrura del verano, y esa intriga le provoca al protagonista dolorosas sensaciones, una suerte de desvalimiento identitario, de abandono, y ominosas resurrecciones de un pasado personal que no desea recordar y se siente a la vez incapaz de olvidar. Ottolini y Chantal Grippay, unos Bonnie & Clydeà la parisienne, están empujando a Daragane al abismo de su vida, en el que revive la angustia de haber sido niño huérfano con padres que lo abandonaban en casas de desconocidos sospechosos de casi todo, como su mítica Annie Astrand, meras extensiones de los internados en los que creció y que nos refiere en Un pedigrí. Esta novela, claustrofóbica como el universo modianesco por el que los narradores deambulan como recorriendo unas ruinas, es la eau de vie resultante de destilar su obra en un alambique: de nuevo el obstinado coleccionista de nimiedades que devienen relevantes; su memoria afectiva proustiana -en su caso atormentada y sin embargo capaz de salir a la luz del texto con entereza de la mano de un estilo lacónico-; su desasosegante atmósfera kafkiana y sus brumosos ambientes de cine negro; su poética de la interrogación retórica, de la elipsis, la coincidencia y la repetición, del diálogo convertido en interrogatorio y su estilo de asiento notarial; sus entrañables cafés, sus ventanas indiscretas, su juego entre luz (apagada) y oscuridad (iluminadora), la sospecha permanente, las estaciones (cuatro del año e incontables del metro) y los conceptos esenciales espigados de los títulos de sus obras (perdido, nocturno, familia, triste…). Modiano convertido en personaje de Modiano, inyectando nostalgia en tercera persona y traveseando otra vez al escribir su vida fragmentada en ficciones recurrentes que conforman un puzzle. ¿Tal vez un punto de ironía otoñal sobre el oficio de escribir cuando practica con timidez la metaficción y cita los árboles que inspiran a Jean y los lápices con los que corrige?
Es posible que a algunos lectores les intrigue que el flamante Nobel haya querido titular su última novela Para que no te pierdas en el barrio, cuando es sabido que resulta inconcebible no perderse por el barrio textual de Modiano, de eso se trata en realidad, de dejarse llevar, de perderse por su enmarañada geografía mental, y de asombrarse de la trascendencia que consigue otorgarle a la aparente liviandad. Pídanle a Jean su grueso almohadón naranja, pónganse cómodos y disfruten de esta feliz tentativa de autorretrato de Patrick Daragane.
Para que no te pierdas en el barrio. Patrick Modiano. Traduccción de María Teresa Gallego. Anagrama. Barcelona, 2015. 149 páginas. 14,90 euros.
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