El ‘hípster’: que viene el coco


Seguro que les ha llegado la polémica generada por Indies, hipsters y gafapastas (Capitán Swing), el libro de Víctor Lenore, breve pero peleón. Una propuesta tan, tan oportuna: coincide con el ascenso de Podemos y la movilización de un sector considerable de la sociedad española.
Resumiendo: Lenore se desmarca de la modernidad, donde ve incitación al consumo, insolidaridad, apoliticismo y el caballo de Troya de la gentrificación en barrios populares. En España, explica, es lo peor: está aquejada de “anglofilia, clasismo, sexismo, esnobismo y racismo”. El declarado propósito de Lenore es desmontar su hegemonía cultural.
Rechazo la mayor. Yo no veo esa dominación estética más allá de determinadas calles en grandes ciudades. Cierto que el fenómeno hipster está sobrerrepresentado en el audiovisual: Lenore empieza señalando la abundancia del indie en la publicidad. Hace un tiempo, indagué precisamente en esa catarata de sonidos y arquetipos indies en los spots. Un cínico socio de una agencia me ilustró: “Se trata de concesiones que hacemos a nuestros creativos, que suelen ser becarios”. Soltó una carcajada nada simpática y siguió: “Aparte, esas canciones cuestan la décima parte de un tema clásico”.
La gran historia de éxito de la subcultura indie son los festivales. Sospecho que coinciden dos vectores: el ancestral gusto español por las romerías —cuanto más desmadradas, mejor— y el apoyo de la industria turística nacional; chirría que las crónicas de los grandes festivales terminen con una estimación, altamente sospechosa, del impacto económico de los visitantes en la ciudad en cuestión (¿a quién hay que convencer?).

Acepto que buena parte de los asistentes responden a la llamada del banquete sonoro: la posibilidad teórica de disfrutar de carteles repletos de apetecibles nombres foráneos. Ocurre que la mayoría de esos artistas candentes desaparecen del territorio español hasta el verano siguiente. Al final, carecen del suficiente tirón para girar por salas; el circuito se nutre esencialmente de bandas nacionales.
Puede que la oferta indie actual sea tan descomunal que la demanda se ha fragmentado hasta resultar casi imperceptible. Ya ocurría hace quince años, cuando Internet todavía no había adquirido su papel central en nuestras vidas. En las discográficas, hablaban irónicamente de “bandas de covers”: ocupaban las portadas de importantes revistas de tendencias pero, al final, vendían 482 discos, para consternación de los implicados.
Que los medios, incluyendo los generalistas, distorsionan la realidad de los gustos musicales es cosa sabida. Se menciona el estudio de la Universidad de La Rioja de 2013, cuyos alumnos citaban como favoritos a Estopa, Melendi, El Canto del Loco, Extremoduro o Fito; Radiohead, Wilco, Arcade Fire, Björk y demás iconos vanguardistas quedaban relegados a la zona baja de la lista. Lenore lo usa para atacar el autismo de los medios indies, que reaccionaron entre asombrados e indignados, en vez de cuestionar la dirección misma de su filípica: si el movimiento apenas tiene base social, ¿no debería comenzar por ahí para desinflar el globo?
En verdad, lo más aprovechable de Indies, hipsters y gafapastas son las vivencias del autor. Ahí sí que parece haber tocado nervio generacional: acudí a una de las (numerosas) presentaciones del libro y se palpaba el apuro de los muchos asistentes, temerosos de ser señalados por el puntero del nuevo Pablo de Tarso. Pero la carga penitencial fue mínima: se pasaba antes un vídeo del director de la revista Playground, tan grotesco que cualquiera podía quedarse con buena conciencia.
Imposible no simpatizar con algunos de los planteamientos de Lenore: la apertura a otras realidades culturales, la revaloración de las músicas negras, el cuestionamiento de los filtros que determinan lo que es noticia. Pero está por ver cómo desarrolla su praxis. De hecho, Lenore recae en tics similares a los que denuncia. Solo que, en vez de mitificar Williamsburg o Shoreditch, ahora pretende glamourizar las favelas o las villas miseria: su twitter se llama @ecosdelgueto. Espero que sea una broma.
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