Con el viejo estilo


Sylvester Stallone es bastante más listo de lo que denota su rostro, a medio camino entre el desparrame facial y la ambigua mirada del payaso triste. Y lo que está dando de sí la saga Los mercenarios, su idea inicial y su desarrollo, es la mejor muestra. Algo así como la liga de los hombres extraordinarios del cine de acción en versión cafre. Cafre, y muy profesional. La primera escena, pre-créditos, de esta tercera entrega ya lo dice todo; una buena secuencia de acción con dos ingredientes clásicos: un tren en marcha y una buena escenografía acoplada al servicio de la escena (y no al revés).
Stallone sabe lo que quieren sus fanáticos (los demás, huyan). El viejo estilo, desde los momentos de cerveza con los amigos en el pub con olor a madera hasta los diálogos sentenciosos de spaguetti-western, entre la sorna, el dolor y el delirio; desde el honor macho de las placas tintineantes de los soldados muertos hasta la elección de la canción final, el Old man de Neil Young. De paso, se ríe de sí mismo con las "incomprensibles" conversaciones con Statham, uno por farfullar con esa boca imposible, el otro por su acento cockney. Y hasta deja improvisar a Antonio Banderas, ex legionario español en la trama, el "¡soy el novio de la muerte!". Aunque intervenga en el guión y lleve el mando, Stallone deja el ojo de la cámara al joven Patrick Hughes; para no repetirse, relega durante una parte del metraje a la vieja guardia para presentar a sus nuevos cachorros; y además abandona las loas al mercenarismo de la segunda entrega, patéticas, para adoptar una postura algo más crítica.
LOS MERCENARIOS 3
Dirección: Patrick Hughes.
Intérpretes: Sylvester Stallone, Jason Statham, Harrison Ford, Mel Gibson, Antonio Banderas.
Género: acción. EE UU, 2014.
Duración: 126 minutos
Es imposible tomársela en serio y, otra más, se contagia de los metrajes elefantiásicos (dos horas largas). Incluso cae en desastres como la música hortera latina cada vez que sale Banderas. Pero se nota que sabe lo que quiere, y lo que quieren de él. Y deja, quizá para la posteridad del cine de acción pendenciero, una frase de tomo y lomo: "La Haya soy yo".
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