Arreones
Tras los episodios de amenazas y exaltaciones de racismo, nazismo y terrorismo en Twitter, andan pidiendo que se legisle de manera concreta para esa red social


Si hubiera una oleada de atracos, pintadas y delitos cometidos en centros comerciales, bastaría con aplicar las leyes existentes y perseguir a los culpables. Nadie propondría inventar una legislación específica para esos centros. Sin embargo, tras los episodios de amenazas y exaltaciones de racismo, nazismo y terrorismo en Twitter, andan pidiendo que se legisle de manera concreta para esa red social. Todo parte de un malentendido dañino, asumido desde hace una década, por el que los crímenes en espacios virtuales son crímenes menores. Así, el robo, si es sobre propiedad digital, nunca se ha tratado como robo. Y ahora, expandido ese tumor, resulta que si el insulto, la agresión verbal, la humillación y las injurias se producen en la Red ignoramos si tratarlo como algo real o una ficción angélica.
Nada de lo que se produce en las redes sociales es distinto de lo que se producía en la calle, en la barra, en la comunidad de vecinos. Lo que cambia es su resonancia. Basta con recordar que cuando Evita Perón estaba enferma y al borde de la muerte, a dos pasos de convertirse en un mito mundial, apareció una pintada en los alrededores de la Casa Rosada que decía: “Viva el cáncer”. ¿Se imaginan que alguien hubiera propuesto prohibir las paredes? No se trata, pues, de transigir con el delito sencillamente porque se ejecuta de manera distanciada y anónima, lo que ha sido la tónica disparatada hasta hoy, sino de entender que un delito es un delito se cometa donde se cometa.
La polémica, basada en arreones y corrientes de opinión, sirve para despistar sobre la verdadera raíz tanto del asesinato de una líder política en León como de las exaltaciones ideológicas enfermizas, amparadas en la presencia aún hoy de símbolos y nombres del franquismo, patente de corso para otras transgresiones. Sería más nutritivo que el debate sobre la Red se centrara sobre la aceptación de las dos velocidades de conexión, esa discriminación económica del acceso y la manera en que prolongará un daño que ya se percibe de manera transparente en las nuevas tecnologías: la concentración de capital y recursos en unas pocas plataformas. Pero ese debate es complejo e incómodo, y por lo tanto se escapa a nuestros latigazos de conciencia.
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