Y a pesar de todo, se mueve
El cuarteto de cineastas argentinos presente en Cannes pertenecen a la misma generación de creadores

A Thierry Frémaux, director del certamen de Cannes, le van las boutades. Sí, dijo aquello de que los cineastas argentinos se habían suicidado. Pero unas semanas después había hasta cuatro largometrajes y dos cortos de nacionalidad argentina en el festival de 2012. Pues suerte que estaban mal, y que en la edición anterior solo habían ganado la Cámara de Oro —prestigioso premio a la mejor película de un debutante proyectada en cualquiera de las cuatro secciones del festival— con Las acacias, de Pablo Giorgelli. Por rematar el repaso, el año pasado Los dueños se proyectó en la Semana de la Crítica, y Wakolda (El médico alemán), en Una cierta mirada.
Y no es solo Cannes. En la última edición de la Berlinale concursaron dos películas argentinas —solo les igualaban o superaban en número Francia, China, Alemania y Austria—: Historia del miedo, de Benjamín Naishtat, y La tercera orilla, de Celina Murga. En San Sebastián, territorio natural de entrada del cine latinoamericano en Europa, cada año hay al menos una en el concurso oficial.
A pesar de lo anterior, a los argentinos les parece poco. O que no están bien. O que no es relevante. Bueno, pues comparen. Con las cinematografías mexicana y brasileña —las otras dos locomotoras latinoamericanas— a las que supera en número de apariciones en festivales de clase A. Y ni miremos a España. Que seremos los vecinos del Sur, pero que ante tanto desprecio mejor cambiarnos de continente. Jaime Rosales, cineasta querido en La Croisette, apunta: “La dificultad de Cannes es que se entra por radicalidad, por exótico o por importante (Hollywood, China y Francia). Así que a España solo nos queda la primera vía, la radical, la que han usado los rumanos”. Los argentinos cumplen la primera y se acercan a la tercera condición.
Diego Lerer, crítico de cine argentino y autor del blog Micropsia, alude a la suerte de que dos generaciones de cineastas argentinos coincidan en un esplendor creativo. Si la primera generación la conforman nombres como Lucrecia Martel o Pablo Trapero, la segunda agrupa a creadores de treintaytantos años: Damián Szifron, Lisandro Alonso y Diego Lerma tienen 38; Pablo Fendrik, 40. Son los cuatro que participan en el certamen francés. Este Festival de Cannes 2014 consagra a un grupo curioso, al que solo le une la coincidencia generacional.
Ahora, si a los argentinos les parece poco... Otros los miramos con envidia. Mucha.
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