Épica de Hipódromo

Jappeloup de Luze, caballo que recorrió un tortuoso camino de superación hasta ser campeón olímpico de salto de obstáculos en Seúl, era material idóneo para un ejercicio caligráfico de épica hípica, al modo de Secretariat (2010), película de Randall Wallace que resucitó el subgénero cuando ya nadie parecía dispuesto a apostar por él. Al contrario que en la excelente War Horse (2011) de Steven Spielberg –que, definitivamente, iba por otros derroteros-, Jappeloup no consigue convertir a su caballo en personaje y desplaza todas las tensiones dramáticas a la figura de su jinete, Paul Durand –interpretado por Guillaume Canet-, que abandonó su carrera profesional para dedicarse a una pasión llena de obstáculos y contrariedades hasta la victoria final.

Duguay rueda su historia con insistentes figuras retóricas –los ralentís subrayando cada salto equino- y su guionista –el propio Canet- miente a gusto para que el conjunto funcione como implacable maquinaria mainstream –el infarto de un personaje clave ocurre en un punto estratégico de la trama: en la vida real no ocurrió así-. Quizá Canet sepa lo que hace: esta película, mucho más previsible que la propia vida, ha reventado taquillas en Francia.